10 Jul Neuro-boom: la ciencia de moda llega a la vida cotidiana
Por Sebastián Campanario
Hay gente con un tipo de personalidad más gatuna que otra. Son caseros, elegantes, desconfiados, están alerta, se arquean al contacto físico y hasta ronronean. Quien se identifique con esta forma de ser, sepa que cuenta con un nuevo accesorio para avanzar en la transformación completa de humano a felino . Meses atrás, la compañía Neurowear, con base en Tokio, Japón, lanzó al mercado unos aparatos con forma de auriculares que miden las ondas cerebrales del usuario y hacen que unas orejas o una cola de gato artificiales se muevan según el estado de ánimo: se paran cuando pasa alguien atractivo por al lado y se bajan cuando el humor es más melancólico. Neurowear presentó también un lector que se conecta al iPod o al iPhone y selecciona música según el momento emocional del usuario. Inspiración musical en directo desde tu subconsciente , promete el eslogan del producto que se lanzó a 120 dólares y fue un éxito en Japón.
El caso de Neurowear es una arista curiosa de un fenómeno más amplio, el de un neuro-boom o furor por las neurociencias, que tiene una base sólida de avances científicos recientes, una tecnología de lectura de comportamiento cerebral cada vez más barata y ubicua, libros que baten récords de ventas en la categoría de no ficción, talleres para no especialistas, aplicaciones a la vida cotidiana y al marketing, y también (hay que decirlo) humo de todos los colores, con expertos que se suben a la ola para sacar tajada.
La temática gana protagonismo en las charlas TED y en los ensayos de no ficción: desde los que tratan sobre running hasta los de economía no convencional, cada uno tiene su propio capítulo de neurociencias. Hay estudios que comprobaron que el sufijo neuro le sube el valor a cualquier investigación o actividad, sólo por el hecho de establecer un vínculo con una ciencia de moda. Y distintos ámbitos del conocimiento adquirieron una neuro dimensión: sucede con la neuroeconomía , la neuroteología , la neuropolítica y la neuroeducación .
“El cambio fundamental, resultado de una larga secuencia de premios Nobel (en física, química y medicina), es la capacidad de acceder al cerebro humano desde afuera. Esto es lo más próximo que tenemos a una suerte de radiografía del pensamiento”, explica Mariano Sigman, director del Laboratorio de Neurociencia Integrativa de la Facultad de Ciencias Exactas (UBA). Con el avance y abaratamiento de tecnologías como los electroencefalogramas, las tomografías por emisión de positrones (PET) o imágenes de resonancia magnética funcional (fMRI), discusiones que antes eran de café se convierten en debates basados en datos observables. “¿Cuál es el paisaje mental de un recién nacido? ¿Un paciente vegetativo tiene conciencia? ¿Los sueños suceden durante la noche o son una recolección matutina de un desorden nocturno?”, ejemplifica Sigman, que en octubre dará en la UTDT un taller de neurociencias para no especialistas .
Facundo Manes, presidente de la Fundación Ineco y director del Instituto de Neurociencias de la Fundación Favaloro, plantea: “Las neurociencias estudian los fundamentos de nuestra individualidad: las emociones, la conciencia y la toma de decisiones. Todos estos trabajos captan la atención de diversas disciplinas, de los medios de comunicación y de la sociedad. Como todo lo hacemos con el cerebro, es lógico que el impacto de las neurociencias se proyecte en múltiples áreas”.
Manes colaboró en Iowa, Estados Unidos, con Antonio Damasio, una leyenda de esta rama. Veinte años atrás, cuando la Sociedad Norteamericana de Neurociencias contaba con menos de 1000 miembros (hoy son más de 40.000), Damasio escribió el best seller El Error de Descartes , donde describió la historia más famosa de las neurociencias: el accidente que, en 1848, tuvo en Nueva Inglaterra el operario de trenes Phineas Gage. Por una explosión de pólvora, una varilla de acero entró por la mejilla izquierda de Gage, atravesó la zona frontal del cerebro y salió despedida por la parte de arriba de su cabeza. Milagrosamente, el operario salvó su vida, pero tuvo cambios en su personalidad, explicados por su lesión cerebral.
Más recientemente, y a nivel internacional, el neuro-boom se alimentó de éxitos editoriales como Las reglas del cerebro , de John Medina, o los libros de neurociencias y decisiones de Jonah Lehrer ( ¿Cómo decidimos? ), un autor que el año último cayó en desgracia entre sus colegas porque le descubrieron decenas de casos de autoplagio . Los megaéxitos del cardenal supremo de la literatura smart-thinking , Malcolm Gladwell, se nutren de decenas de lecciones de las neurociencias.
En la Argentina, el caso más resonante es el de Agilmente (Mondadori), de Stanislao Bachrach, que ya lleva más de 80.000 ejemplares vendidos y es, por lejos, el libro de no ficción más demandado en el último año. El suceso es tal que RHM se apuró a editar Historias del cerebro , de Alejandra Folgarait y Marcelo Morelo, y evalúa lanzar una colección dedicada exclusivamente a estos temas. Las otras editoriales no se quedaron quietas: Ediciones B sacó este año La ciencia de las emociones , de Federico Fros Campelo, o Qué es la psicoinmunoneuroendocrinología , de José Luis Bonet, entre otros.
Para Sigman, “la ciencia argentina, y la neurociencia en particular, son mucho mejores que lo que nos corresponde por PBI u otros indicadores”. La disciplina tuvo a nivel local un rebrote algo tardío, en parte “porque la psicología argentina estuvo dominada en gran medida por el psicoanálisis”, dice el profesor de Exactas, y fue más reactiva a un abordaje experimental y cuantitativo. Pero hay desarrollos locales que están a la vanguardia, como los trabajos de Gabriel Mindlin en Física de la UBA sobre el canto de los pájaros, o las investigaciones de Marcelo Rubinstein que integran planos químicos (moléculas, drogas), funcionales (circuitos) y compartamentales (decisiones, adicción).
Claro que, como todo boom , el de las neurociencias también tiene su inevitable costado vende-humo (el neuro-humo ). “Tenemos que ser muy cautos-advierte Manes-. Algunas empresas de neuromarketing prometen brindarles a sus clientes la verdad acerca de lo que los consumidores piensan y sienten sobre un producto, y esto no es del todo correcto.” El grado actual de la disciplina permite tomar algunas pistas sobre el estado de ánimo de los consumidores, pero no conocer la verdad sobre lo que piensan. No obstante, empresas de consumo masivo y de investigación de mercado están logrando avances superadores de los clásicos focus groups , donde la opinión sobre los productos y las publicidades queda contaminada por filtros mentales que las alejan de la realidad.
La aparición de gadgets como las orejas y la cola de gato de Neurowear, o las prácticas masivas basadas en descubrimientos de las neurociencias, como las que aparecen en películas como Eterno resplandor de una mente sin recuerdos (en la que Jim Carrey y Kate Winslet pagaban para olvidar su historia de amor) todavía tienen un recorrido por delante. “Dejame ser honesto: yo a estas cosas no les creo”, cuenta a LA NACION Joaquín Navajas, un argentino que investiga neurociencias en la Universidad de Leicester, Inglaterra. Y agrega: “Las orejas y la cola de gato deben andar bastante mal, y me cuesta pensar que haya un mercado significativo de gente que quiera expresar sus emociones con una cola de animal. Por ahí me equivoco”.
En Estupor y temblores , la novelista Amélie Nothomb cuenta cómo la sociedad japonesa, al ser tan estructurada, tiene más tolerancia a comportamientos extremos y ridículos (una suerte de válvula de escape). Los accesorios de Neurowear son un éxito en la ciudad que la semana pasada ganó la sede de los Juegos Olímpicos 2020. Aunque la propia empresa reconoce que la captación de ondas cerebrales por ahora es rudimentaria y permite identificar sólo tres estados: estresado, somnoliento y concentrado. Una transición más completa de humano a felino deberá aún esperar un tiempo para contar con una ayuda más sofisticada de la ciencia del cerebro.
LA NACION