09 Jul Juan del Campo, una controvertida leyenda norteña
Pablo Emilio Palermo
Para los habitantes de las serranías de Córdoba y La Rioja es un gaucho que ha tomado efectiva posesión de la soledad de la campaña despoblada. Sus correrías aterran al desprevenido campesino provisto de látigo y guardamontes y lo hacen abandonar la res que conducía. En Santiago del Estero es nada menos que el temido runauturunco (hombre-tigre), que carnea sin demora corderos y novillos. En Catamarca, cierta noche, unos peones de estancia escucharon el relato de un manso venado que esquivaba las piedras que le arrojaban a corta distancia. A un tiro certero el animal bajó la cabeza y el objeto pasó rozándolo. En el segundo intento, más cerca el paisano, idéntica maniobra. La tercera intentona y la misma astucia del ciervo. “Entonces, no sé qué m’hizo y me jui”, dijo el protagonista. La concurrencia se estremeció cuando alguien exclamó: “Pa mí q’era el Juan del Campo”.
La leyenda de Juan del Campo varía de acuerdo con las regiones en que se divide el país. Puede tratarse de un malhechor o de un “verdadero dios de la mitología autóctona”. En las sierras catamarqueñas, su voz es un relincho que advierte a los guanacos y venados sobre la presencia de un cazador. También tiene el poder de hacer llover sobre los pastos secos y así contrarrestar la maléfica influencia del dios Chiqui. Carlos B. Quiroga dice en su libro de relatos Cerro nativo (1924) que Juan del Campo “no maneja el rayo como Júpiter ni desencadena sobre el viajero la imponente tormenta contorsionada de movimiento eléctrico como lo hace la diosa Pachamama si no se le ha rendido, sobre el cerro, el obligado culto, con aguardiente y coca”.
El personaje en cuestión en nada resulta hijo de mitologías extrañas. No debieron darle el ser ni griegos, ni egipcios, ni gentes precolombinas. “No lleva en su alma el espíritu de la venganza, el soplo de la fatalidad, la ambición de un culto”, continúa Quiroga Por tales motivos nada tiene de parecido a Diana, Venus, Pan. No fue nacido del mar, como Poseidón; no es el sol, como Apolo; su ira no quiebra al planeta. Juan del Campo es hijo de la tierra y su mansedumbre ha hecho del indio un alma pacífica.
“Por todo el centro y norte del país extiende su misterioso imperio este personaje legendario. Pero, solitario dueño del campo, guarda mejor su incógnito en el sellado seno de los montes que sobre el pecho abierto de las llanuras.”
Nacido en Catamarca, Carlos Buenaventura Quiroga (1887-1971) ha desarrollado en su libro ya citado la leyenda de Juan del Campo. A su pluma se deben otros escritos de importancia: Almapopular, Aspasia en Atenas, América tierra prometida, Almas en la roca, El tormento sublime y un estudio sobre Sarmiento. Imagina este autor que también fue abogado y actuó como juez, que el nacimiento de aquel “señor de las verdes extensiones” pudo haber tenido lugar dentro del pueblo Cacano, integrante de los diaguitas, y debía quedar por siempre vagando tranquilo, “con su partido casco, así, ingenuo, cuanto puede serlo un dios, entre las pajas y olorosos arbustos”.
LA NACION