De Felippe, un hombre firme y creíble que contagió a todos

De Felippe, un hombre firme y creíble que contagió a todos

Por Francisco Schiavo
El llamado de Independiente lo sorprendió en medio del debate médico. Omar De Felippe andaba de acá para allá. Recién se había ido de Quilmes y, en vez de pensar en la pelota, tenía en mente un quirófano. La artrosis de cadera ya lo tenía a maltraer y por fin encontraba un respiro en medio del ajetreo del fútbol: era el momento de operarse. Cuentan que tenía fecha en el quirófano. Claro que… eso creía. No bien escuchó la voz del por entonces presidente Javier Cantero largó todo. Un grande se cruzaba en el camino y no podía dejarlo pasar.
De Felippe pasó de todo en la campaña. Al principio, revirtió la desconfianza de la gente. Después, poco a poco construyó un equipo sólido, sin demasiada lucidez, pero con una convicción de acero. De apego a la táctica y de sus consejos en canchas chicas y recias nacieron los buenos resultados que fueron encadenándose. De sus gritos y capacidad de reacción resurgieron las victorias cuando no se veía el fin del pozo. Generó tanta credibilidad que los hinchas nunca se atrevieron a cuestionarlo. Lo vieron firme y sincero. Tanto que lo tomaron como una referencia ineludible de los tiempos de sobresaltos. Confiaron en su guía.
Los dirigentes lo buscaron tras el mal comienzo de Miguel Brindisi en la B Nacional. Antes del torneo, muchos dudaron de la muñeca del DT de ojos verdes en la categoría, pero decidieron darle una oportunidad porque se bancó el descenso y porque había venido cuando muchos otros les dieron vuelta la cara a los Rojos. No hubo caso: cuatro partidos sin victorias fueron demasiado y llegó el telegrama de despido. La experiencia de De Felippe en el ascenso fue un punto crucial para contratarlo. También los años como ayudante de Julio César Falcioni, con el que había estado en Independiente en 2004/5. Eso, más las referencias sobre un carácter fuerte y derecho, con buena llegada al futbolista. La situación no toleraba un temperamento blando ni uno alocado, como había sucedido en los últimos tiempos con Américo Rubén Gallego.
Un par de definiciones alcanzaron para conocerlo. “Me enoja mucho echarle la culpa a la mala suerte. No hay un día en el que no piense en el fútbol. Ni siquiera de vacaciones. En casa ya se acostumbraron. Como cuerpo técnico, primero, nos exigimos nosotros para después exigirle al jugador. Hay que seguir aprendiendo y, probablemente, los jugadores nos van a dar la posibilidad de seguir perfeccionando la idea y la forma de dirigir”. Nunca echó la culpa a terceros, más allá del enojo eventual con algún árbitro. El responsable siempre fue él. La confianza se vuelve fundamental en su rutina. Por eso Walter, su hermano, siempre está a la derecha.
Cuentan que hacía rato que no se veía un DT tan enojado como De Felippe en aquella caída con Almirante Brown por 1-0, en Isidro Casanova, la primera del ciclo. Algo parecido había ocurrido en el descanso del partido con Huracán, por la 6a fecha, en el que Independiente, con un jugador más por la expulsión de Arano, no podía con el Globo. Al final, tras los gritos de Omar, los Rojos ganaron 1-0 y, a la larga, cuánto valieron esos tres puntos para verse otra vez en la A.
Tampoco titubeó cuando tuvo que mandar al banco de los suplentes a Federico Insúa ni cuando excluyó durante varios partidos a Claudio Morel Rodríguez de la lista de concentrados. Fue el mismo entrenador el que más de una vez se puso cara a cara con Cantero o con los dirigentes que quedaron por los inconvenientes de los jugadores: los problemas en los lugares de entrenamiento, los temas de inseguridad y hasta los sueldos atrasados. Quedó como el hombre que se atrevió a definir a Independiente como “un quilombo” sin que sus palabras hirieran susceptibilidades. Ya tenía el crédito bien ganado. Se lo vio sin la coraza después de la final ganada en Córdoba, hace ocho días, quebrado y emocionado.
Ayer, De Felippe, como en casi toda la B Nacional, siguió de pie el partido con Huracán. El molesto dolor en la cadera se perdió en medio del cosquilleo. Levantarse y pararse siempre fue mucho peor. También las largas caminatas desde el vestuario hasta el banco de los suplentes. La renguera, puntual, lo marcó en los últimos pasos. Ahora, con el equipo en orden, con Independiente en la A, el lunes próximo se operará a primera hora. Es tiempo de preocuparse por él mismo. Lo merece.
LA NACION