12 Jun Pipino Cuevas: “Yo me preparaba para pelear veinte rounds”
Por Andrés Prestileo
Dos cosas llaman la atención en la mano izquierda de Pipino Cuevas. Una es un anillo enorme y dorado. Entre varios grabados, hay uno que dice “Hall of Fame”. “Es del Salón de la Fama de Canasota, Nueva York. Me lo dieron en 2002, es de oro. No cualquiera entra ahí”, explica el dueño. La otra es una inflamación en un nudillo. “A Randy Shields [a quien noqueó en 1979], en el primero o el segundo round le metí un gancho en la cabeza y me lastimé. No fue tan brava la pelea, pero la mano me quedó así.”
Por decirlo así, el Pipino que habla es el original del cual el jugador de fútbol tomó el apodo. En el caso de este ex campeón mundial welter mexicano, cuyo reinado empezó en 1976 y fue archivado a derechazos limpios en 1980 por un tal Tommy Hearns, Pipino es el nombre real, cosa que no muchos conocen. En Wikipedia figura como “José Isidro «Pipino» Cuevas”. “Todos piensan que es un apodo, pero Pipino es un nombre italiano. Yo me llamo Pipino Isidro Cuevas González. No me llamo José, me canso de aclararlo y siguen sacando José… Al jugador lo conocí, estuvo en México y fui a saludarlo. Nelson, ¿no?”
Cuando peleaba, Pipino, al que hace unas semanas trajo a Buenos Aires la marea de figuras que vino para ver la pelea de Maravilla Martínez, no era hombre de hablar mucho. Cualquiera que haya visto boxeo en su época lo recuerda como una pequeña máquina de pegar, siempre bien preparado, a los saltitos, nunca muy preocupado por lo que le venía de enfrente. Hacía su trabajo, se bajaba del ring y poco más se oía de él hasta la siguiente demolición. Hoy, a los 55 años y retirado hace 23, sus tiempos de peleador quedaron suficientemente lejos como para permitirle darles forma de anécdotas.
Hoy se ocupa del negocio de las carnicerías, que heredó de sus padres. Lo que hace es administrar; Iván y Cristian, dos de sus tres hijos, lo ayudan. “También tenemos algo de lo del circo con Briselda”. Briselda es, desde hace 33 años, su esposa, con la que tiene tres hijos, y el circo del que habla es el “Hermanos Bells”, donde la conoció. “Un hermano de ella me invitó porque quería que yo fuera padrino de una boda de chaparritos, de enanitos. Mi cuñada nos presentó. Como el circo andaba de gira por todo México, yo acababa de entrenarme el sábado, tomaba el avión y me iba a donde estaba el circo. Y el lunes volvía para entrenarme. Ella era trapecista, domadora de elefantes, hacía muchas cosas. Después me metió a mí. Algunas veces trabajé de payaso. Y me gustaba mucho la magia, también. Trucos y eso. Todo eso lo hacía cuando era campeón mundial.”
De Pipino empezamos a tener noticias cuando hace más de treinta años dejó tildado de una sola trompada a aquella figura nacional de los 70 que se llamaba Miguel Ángel Campanino. Ésa fue su segunda defensa del título, una más en una serie de aniquilaciones rápidas. “Le metí un gancho izquierdo a la mandíbula y cayó contra las cuerdas. El era un gran boxeador. Me trae muchos recuerdos la pelea con Harold Weston, un peleón. En mi casa la pongo cada tanto para verla. Le fracturé la mandíbula, unas costillas… Subió el médico y vio cómo se le movía la mandíbula. Y pararon la pelea. Y la de Hearns… Esa era una pelea de nocaut. Salí y en el primer round conecté algunos golpes. En el segundo bajé la mano, me metió la derecha y me caí. De un golpe de esos nadie se levanta, hombre. Esa derecha se la pega a cualquiera y lo mata. Yo me levanté, pero muy lastimado. Mi manager Lupe Sánchez me vio mal, brincó al ring y paró la pelea. Hizo bien. El tenía un alcance muy grande. Hace poquito fue a México. Yo estaba firmando unos autógrafos y se acercó a saludarme. No sabía quién era. Me di vuelta y lo reconocí. Me dio mucho gusto saludarlo.”
El otro argentino al que enfrentó fue Lorenzo García, que le ganó por puntos en Salta, en 1986, cuando Pipino ya no estaba lejos de retirarse. “La carrera del boxeador es corta, de 10 o 15 años. Yo anduve peleando 25 años. Cuando al peleador se le acaban las piernas y los reflejos lo mejor es retirarse porque ya es peligroso. Yo dejé de boxear por mis padres y mi esposa, que me decían ya, ya retírate… Al boxeo no lo extraño mucho porque sigo ligado entrenándome. De aquella época sólo extraño las concentraciones. Se lo digo a mi esposa: cómo me gustaría seguir peleando para ir a concentrarme. Yo siempre me preparé bien para mis peleas. Y en mi época se peleaba a 15 rounds. Hoy veo peleas de campeones mundiales que ya están cansados a los 4 o 5 rounds; yo me preparaba para veinte. La mejor época del boxeo para mí fue la de los ochenta. En México teníamos siete u ocho campeones mundiales. Ahora son peleas millonarias… Yo gané un millón y medio de dólares en la pelea con Hearns. En las otras ganábamos cien, 120, 150 mil… Yo le abrí las bolsas fuertes al boxeo mexicano. Ahora hay muchísimo dinero, demasiado”.
La placidez de su vida posterior al boxeo sólo se interrumpió hace 13 años, cuando tuvo un cargo fugaz como funcionario en el área deportiva de una vicealcaldía del DF y un día lo acusaron por malversación de fondos públicos. Pasó 77 días en la cárcel. Después lo absolvieron y le pidieron disculpas. “Hubo una denuncia, se me acusaba por desvío de dinero. Unos 1500 dólares. Fue un problema político, querían perjudicar al PRI. Estuve como tres meses preso, pero yo me la pasé muy bien ahí. No sabes qué trato me daban todos los internos. Los llevaba a correr, los entrenaba. Todo el día estaban conmigo. Hice algunas funciones de boxeo ahí adentro, yo subía a pelear con algún interno también. Y siempre estoy llevando reuniones de boxeo a las cárceles.”
Eso quedó como otro episodio de una vida al que le sacó el provecho que quiso. Así vive ahora Pipino. “Disfrutando y haciendo lo que me gusta”, dice, mientras brillan unas piedritas que se incrustó en los dientes hace como 35 años “porque quería darme el gusto, nomás”.
LA NACION