¡Socorro, tengo un pijama party en casa!

¡Socorro, tengo un pijama party en casa!

Por Sebastián Ríos
Para Flavia Lotano fue debut y despedida. Tras su primera experiencia como anfitriona de un pijama party de su hijo Máximo, decidió que existen otras actividades igualmente divertidas para los chicos, pero no tan extenuantes para toda la familia. “Hacía rato que Máximo quería hacer la famosa pijamada, que hoy está de moda, así que para su último cumpleaños dije: Bueno, vamos a ver de qué se trata. Y es mortal, aun cuando los chicos, como en mi caso, se hayan portado bien”, cuenta Flavia.
Los chicos, once en total, con once años de edad en promedio, arribaron a las 19 a su casa. “Les había alquilado una PlayStation y una X-Box para que se entretuvieran. Jugaron con los videos, jugaron al cuarto oscuro, comieron, siguieron jugando -recuerda Flavia, de 46 años-. La idea era que se acostaran tarde, ¡pero que en algún momento se acostaran! Pero no… Hoy el chiste de las pijamadas pasa porque si alguien se queda dormido le pintan la cara (bigotes, anteojos) y, entonces, nadie quiere dormirse.”
Al igual que la abrumadora mayoría de los chicos, esa noche Flavia no durmió. Atenta a las necesidades y los requerimientos de los invitados -“tengo sed”, “tengo hambre”, etcétera-, pasó la noche en vela. “Aunque ellos querían que yo me fuera a dormir, solos no los iba a dejar”, dice, y reconoce que para Máximo y sus amigos fue una experiencia muy divertida, pero que al mismo tiempo cree que existen muchas otras formas de pasarlo bien, “sin estar al día siguiente todos dormidos o de mal humor”.
Un pijama party es, sin lugar a dudas, una gran experiencia para los chicos, de la que pueden salir no sólo contentos y llenos de anécdotas que recordarán por años, sino también enriquecidos como personas. Pero es igualmente cierto que requiere de los padres no sólo atención, previsión y esfuerzo en grandes dosis, sino también cintura para saber manejar situaciones conflictivas, invitados también conflictivos y evitar que la noche descarrile. Y aun cuando todo salga bien, siempre habrá un “día siguiente” en el que poner la casa en orden y recuperar las horas de sueño perdidas…
Antes de seguir conviene hacer una distinción: pijama party no es que un chico/a invite a un par de amigos/as a dormir. En la pijamada los asistentes se cuentan con los dedos de una, dos o varias manos.
Pero lo que es aun más distintivo que la cuestión numérica es que un pijama party conlleva ciertos ritos, rutinas y expectativas.
No dormir -o, más precisamente, ser el último en caer rendido y expresar esa victoria al pintar los rostros de los caídos- es quizás uno de los ritos centrales de la pijamada modelo 2014. “No dormimos nada”, es la frase que se repite en la boca de los chicos, como respuesta a la pregunta: “¿Cómo lo pasaron?” Ésa es, en primera instancia, una de las diferencias centrales entre “ir a dormir a la casa de un amigo” y “un pijama party”. Es la celebración de todo aquello que se puede hacer robándole horas al sueño; como en la adolescencia, pero a edades en las que la noche transcurre puertas adentro.
Otra de las características centrales del pijama party es que el escenario no es el dormitorio. Esto en gran medida responde a lo multitudinario de la convocatoria, que excede las comodidades de cualquier habitación, y lleva a trasladar la celebración a espacios como el living, lo cual obliga al resto de la familia a buscar vías alternativas para seguir con sus rutinas nocturnas.
“En los pijamas parties que hicimos vinieron entre 10 y 12 chicos, por lo que tuvimos que buscar un ambiente más grande en donde colocar los colchones y colchonetas con los que se armó una suerte de gran cama comunitaria”, dice Gustavo Estévez, de 43 años, padre de Juan Pablo, de 11, e Ignacio, de 9. “El lugar de los pijama parties siempre fue el comedor, en el que se ponían los colchones y las bolsas de dormir”, coincide Stella D´Ambrosio, de 47 años, al recordar los pijamas parties de sus hijas Eliana y Lucila, de 17 y 16, y al proyectar el que será parte del próximo cumpleaños de Malena, de 9.
La realización de todo pijama party -independientemente de que se celebre o no como parte de un cumpleaños (como ocurre hoy en muchos casos)- requiere por parte de los padres-anfitriones cierta logística previa, que incluye elegir y acondicionar el lugar donde pasará la noche la manada, poniendo a resguardo elementos frágiles o que supongan algún riesgo para los chicos; asegurar la alimentación del conjunto, lo que no se limita a pensar comida y bebida en cantidades adecuadas para la cena y el desayuno, sino en procurar algunos tentempiés para los trasnochados arranques de hambre y sed que suelen sobrevenir en la vigilia de los pequeños, y despejar lo más posible la agenda del día siguiente, para dejar tiempo para el orden y el descanso necesarios.
Y un aspecto adicional, e inevitable, es prever qué hacer si uno de los invitados se porta mal y no responde razones. “Antes del pijama party debe haber una conversación entre padres e hijos, en la que los hijos asuman la responsabilidad de los actos de sus amigos”, aconsejó Eva Rotenberg, psicóloga especialista en familia y autora de Parentalidades, interdependencias transformadoras entre padres e hijos. Y, llegado el caso de que alguno de los chicos traspase repetidamente los límites propuestos por los anfitriones, no dudar en llamar a sus padres para que lo vengan a buscar.
“No todas las familias se lo bancan -afirma Corina Mendel, de 47 años, madre de cuatro hijos [de entre 12 y 20 años] y amante de los pijamas parties-. No es que vienen ocho chicos y yo me voy a dormir tranquila. De una u otra forma, tenés que estar y, aunque sea algo que los chicos realmente disfrutan, es cansador; por eso muchas familias lo evitan.”

LA NOCHE SIN FIN
Existen dos guiones para la ansiada noche eterna de los chicos: uno femenino y otro masculino. “Aunque varía un poco según las edades, las chicas en general juegan a maquillarse o a pintarse las uñas como en un spa, o miran una peli, se sacan fotos y juegan con la iPad”, cuenta Nancy Gelhorn, mamá de Sofía, de 8 años. “Miran películas, juegan con globos, como algunas de las chicas hacen gimnasia artística, todas terminan haciendo gimnasia, y, más allá de lo que hagan, se pasan la noche conversando”, agrega Catia Coelho, de 36 años, madre de Karina, de 10.
Para los chicos, buena parte de la noche transcurre delante de alguna pantalla o con algún deporte apto de ser jugado bajo techo. “En mi casa, las actividades de los pijama parties fueron en torno a la mesa de ping-pong, al Scalextric, a la Play o la Wii, y más entrada la noche, películas, con la esperanza de que los que menos aguantan se queden dormidos, cosa que no siempre pasa”, agrega Gustavo Estévez.
Permanecer despiertos es la meta, que asume la forma de una explícita competencia, en la que incluso suele haber penalidades para quienes ceden al sueño. “Sólo dos se quedaron dormidos en el pijama party de Máximo, y uno fue él. Fue sólo un ratito que los venció el sueño y después se despertaron con la cara pintada”, cuenta Flavia Lotano. Esa desigual lucha contra el sueño deviene en todos los casos en cansancio y en sus efectos colaterales. “A ellos no les importa si no duermen, pero a medida que la noche transcurre comienzan a estar enojados y pelean por cualquier cosa, como cuando pierden a los videojuegos”, agrega.
Muchos chicos pasados de sueño es una fórmula perfecta para que de, un minuto a otro, se produzcan incidentes indeseables. “La única vez que se quedaron a dormir 12 chicas fue una locura: jugando, rompieron el vidrio de una ventana. Fue un accidente, pero peligroso”, recuerda Catia, que asegura que desde entonces es ella la que propone y prevé de antemano las actividades del pijama party.

LA MAÑANA DESPUÉS
Habiendo dormido mucho, poquito o nada, en una noche más o menos jalonada por pedidos de comida o por la necesidad de poner cierto orden, lo cierto es que hay un momento en el que los padres-anfitriones salen de la habitación para enfrentar la mañana y lo que la noche de fiesta haya hecho con el hogar.
“Una trata de mantener cierto orden, pero lo cierto es que a la hora que vienen los papás a buscar a sus hijos, la casa es un lío, está todo tirado y nadie encuentra sus cosas”, dice Catia, con resignación. “A la mañana siguiente, queda todo por ordenar -coincide Corina-. Las chicas son un poco más ordenadas que los varones, que suelen dejar una media en el patio y otra en el baño… Es un clásico que el lunes una tiene que andar repartiendo todas las cosas que se olvidaron en casa.”
La pregunta final es: ¿vale la pena? “La inclusión de los pijamas parties en las familias es un indicador de que los hijos no sólo esperan a su cumpleaños para festejar un acontecimiento, sino que se han vuelto el centro de la vida familiar -opina Rotenberg-. Compartir con sus amigos se ha vuelto un espacio identitario fundamental.”
Para Gustavo, “no sólo lo pasan bárbaro los chicos en un pijama party, sino que también es algo positivo para el grupo de amigos: lo afianza y permite la experiencia de la convivencia fuera del ámbito del colegio”. “Me parece que les permite a los chicos una cuota de independencia cuidada, y un espacio para que puedan resolver las cosas entre ellos”, completa Stella.
LA NACION

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