05 Jun Elogio de la distracción. Soñar despiertos para ser innovadores
Por Sebastián Campanario
“Dirán que soy un soñador, pero no soy el único”, cantaba John Lennon en Imagine, y razón, en términos literales, no le faltaba: existen unos 7000 millones de soñadores, el total de la población de la Tierra. Aunque lo hacemos en intervalos que duran pocos minutos, se calcula que todos pasamos entre un tercio y la mitad de nuestro día “soñando despiertos”. Y lo que en décadas pasadas se consideraba una pérdida de tiempo recientemente fue “puesto en valor” por descubrimientos de las neurociencias y de la psicología. Se trata de un arma muy poderosa para fomentar la creatividad, y de un estado en el cual el cerebro está sumamente activo y desarrollando tareas fundamentales para el proceso cognitivo.
“El sueño diurno, como el nocturno, no es tiempo perdido ni un espacio de ausencia. Es un momento en el que el cerebro está, por así decirlo, fuera de foco. Esto permite ignorar ciertos detalles y empalmar o relacionar cosas que no serían posibles durante la vigilia consciente”, explica Mariano Sigman, neurocientífico y profesor de la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA y de la UTDT.
En términos estrictos, soñar despierto es una experiencia espontánea, subjetiva, que se lleva a cabo en un contexto libre de estímulos, de tareas y de respuestas; con ideas que a menudo llegan en forma inadvertida y se mezclan con el foco puesto en acciones mentales voluntarias. “Por siglos, fue un estado mirado con desprecio -explica ahora el neurocientífico John McGrail- porque representaba el no hacer en una sociedad que enfatiza la productividad.” Su colega Marcus Raichle, de Washington University, completa: “Cuando el cerebro supuestamente no está haciendo nada, está inmerso en una actividad muy intensa. A menudo se lo llama estado de reposo, pero el cerebro no descansa”.
En el ámbito artístico, se trata de una herramienta de creación utilizada en distintas disciplinas. Aunque Sigmund Freud ya hablaba de la importancia de soñar despierto para la escritura creativa, fueron los estudios que realizó en la década del 50 el psicólogo y profesor de Yale Jerome Singer los que inauguraron la “ciencia del sueño diurno”. En 1966, Singer publicó Daydreaming: An Introduction to the experimental Study of Inner Experience. Varias de sus conclusiones fueron corroboradas en los últimos años por las neurociencias.
La ciencia del cerebro descubrió que durante el sueño nocturno y diurno se activa una “red de default” que toma el mando, y que se relaciona con los sueños, la imaginación, la memoria autobiográfica y la habilidad de tomar perspectiva. Las investigaciones muestran que las personas creativas tienden a tener esta red de default mucho más activa que el promedio.
Un caso paradigmático es el del músico y cantautor rionegrino Lisandro Aristimuño, quien en 2007 sacó su tercer disco, 39°, cuyo libro interno comienza con la frase: “En un estado febril Don Quijote de La Mancha enfrentó a los gigantes? no eran más que molinos de viento”. Aristimuño compuso varias de las canciones (entre ellas la que da nombre al disco) en un estado de ensoñación: “Con la fiebre te bajan las defensas y la mente imagina otras cosas con respecto a la realidad. Pensás cosas que nunca te animaste a pensar”. Hubo una semana en la que el músico, enfermo, iba sólo “de la cama al living”. A pesar de ese estado, o gracias a él, aparecieron las ideas. “Tengo un cuaderno al lado de mi cama y escribo muchas cosas. En ese estado febril compuse, en ese estado de psicodelia”, contó por entonces.
En literatura, T.S. Eliot se refería a este proceso como “incubación de ideas” y Lewis Carroll como “masticación mental”. Entre los escritores contemporáneos, uno de los más fanáticos del “sueño creativo” es Stephen King, quien en su libro Mientras escribo pondera el sueño diurno.Para King, hay que seguir una rutina y una serie de rituales similares a los que efectuamos antes y después de dormir. “Tanto cuando escribimos como cuando dormimos, podemos situarnos en otro lugar y alentar a nuestra mente a que se libere del pensamiento racional cotidiano. Así como uno se acostumbra a una determinada cantidad de horas de sueño a la noche, de la misma manera se puede entrenar a la mente en las horas de vigilia para soñar despierto e imaginar de manera vívida historias que luego podrán ser buenos trabajos de ficción”, dice el autor de Misery, It y otros best sellers.
“Paso más de la mitad de mi vida en ese estado”, afirma ahora Lisandro Varela, autor de poesía y prosa, que publica sus textos en los blogs callategordo.tumblr.com y en vidadocampo.wordpress.com. “Cuando soñás despierto, querés quedarte ahí, sabés que van a aparecer miradas e ideas diferentes sobre lo que te interesa -cuenta Varela-. Creo que la poesía fluye si arranca en un day dreaming, en una línea con una cadencia determinada, sino, a mí al menos, me sale prosa con enters.”
Para el ilustrador Augusto Costanzo, “soñar despierto” es un ejercicio necesario “para volver a la hoja en blanco sin miedos. Si salgo a la calle, la trama de una vereda, la forma de un auto o la cara de un transeúnte pueden llevarme a una idea. Es la forma de introspección más pura”.
Se trata de un estado que tiene varios beneficios asociados, no sólo la creatividad. “Un ejemplo claro y bien estudiado es el de la lectura, donde todos eventualmente pasamos dos páginas enteras para darnos cuenta de que no sabemos qué estábamos leyendo -explica Sigman-. Ahí uno vuelve y lee de manera consciente. Se sabe que esa pasada inconsciente por el texto promueve la comprensión. No sirve para resolver una frase, o para dar sentido a una palabra, pero en una lente más amplia [el bosque, no el árbol] ayuda a amalgamar fragmentos del texto, algo que no hubiese sucedido sin esa lectura en sueño diurno.”
Evidentemente, soñar no sólo no cuesta nada, como dice la frase, sino que, al parecer, también da buenos réditos creativos.
LA NACION