19 May Otra versión del técnico más ganador
Por Alberto Cantore
Tercer ciclo, nuevos títulos. Como en el pasado, Ramón Díaz lo hizo. El técnico más ganador de la historia de River, con ocho campeonatos, sigue sumando estrellas a su curriculum, le devuelve la gloria al club, permite que los ^hinchas se emocionen, después de años de oscuridad. Sin los nombres rutilantes de otros tiempos, con es¬casos rasgos de la abundancia que supo administrar con buena mano y ojo clínico en los días en que las vueltas olímpicas eran corrientes en Núñez, el riojano se acomodó a la realidad de una institución que se propone un cambio y, aunque soportó (y hasta provocó) algunos focos de tormentas, volvió a estremecerse, a disfrutar del Monumental, donde el público le regaló una ovación.
Claramente la foto de ayer fue ese llanto de emoción de Ramón Díaz en pleno partido, esas lágrimas de desahogo que surgieron a los 28 minutos del segundo tiempo, cuando el resultado estaba escrito en goleada y ya nadie podía sacarle la vuelta olímpica a River.
El regreso, después de más de 10 años, fue de la mano de Passare11a, que lo convocó para modificar una situación irreversible, cuando el Kaiser todavía aspiraba a ser reelegido. El desorden económico-institucional también envolvió a la pata deportiva, aunque fue escolta de Newell’s, en el torneo Final 2013. Encendió la ilusión aquel segundo puesto, pero fue un espejismo: la realidad lo sacudió con un 17mo lugar en el torneo pasado, la peor campaña del riojano. No tomó partido en las elecciones, pero los roées con el presidente D’Onofrio, que empezaron antes de los comicios, crecieron con la renegociación del contrato -no se le reconoció el suculento aumento, aunque se le respetó la duración del vínculo, hasta 2015-, hizo temer una convivencia conflictiva, de rispideces.
Los éxitos veraniegos, con el invicto sobre Boca en la zaga de tres encuentros, enseñaron un sorpresivo cambio: el riojano edulcoró su figura, bajó el perfil, se limitó a concentrarse en el funcionamiento del equipo. No hubo mensajes altisonantes, en el trazado de objetivos el Pelado entendió que en el semestre se jugaba demasiado: desde el orgullo hasta su continuidad, que será materia de análisis de los dirigentes y los integrantes de la secretaría técnica que lidera el uruguayo Enzo Francescoli. El curso podría reflejarse en lo que fue su segunda experiencia: no le renovaron, aunque fue campeón.
Ramón derrapó con la desafortunada declaración en la que le agradeció el apoyo a la barra brava, después de ganarle a Atlético de Rafaela, lo que le valió una reprimenda de los dirigentes y una citación del Tribunal de Disciplina de la AFA, que finalmente archivó la causa, después de que el riojano pidiera disculpas y admitiera el error.
Se le dibujó una sonrisa luego de cada victoria, defendió la propuesta -no se dejó envolver cada vez que el hincha se impacientó-, y tampoco tardó en lanzar mensajes críticos para con los jugadores cuando Colón lo desnudó en Santa Fe y Godoy Cruz lo puso de rodillas en el Monumental, la única derrota en diez partidos en casa durante la campaña. Los clásicos siempre lo revitalizaron: con San Lorenzo detuvo la caída que derrumbaba el sueño, en el inicio; frente a Boca rompió una racha de casi 10 años sin triunfos en la Bombonera y se relanzó con fuerza, y Racing le dio el aventón para sentirse candidato.
Así como en el trabajo diario se apoyó en su hijo Emiliano, ayudante de campo junto con Marcelo Escudero, en la cancha tuvo dos lugartenientes y soldados de reservas para cuando la situación lo impuso. El líder y capitán fue Cavenaghi; el atacante no lució en el área y su físico fue un lastre, aun así resultó el único futbolista en ser titular en los 19 partidos. Un paso más abajo asomó el jugador que asimila el mensaje con mayor rapidez, a pesar de los 35 años: Ledesma se reactivó con Ramón, fue el termómetro, el volante que hizo la pausa cuando el vértigo del resto confundía y el griterío del público nublaba las mentes. ¿La sorpresa? El colombiano Carbonero, que terminó la adaptación, des¬equilibró y aportó goles. El recambio de figuritas resolvió siempre: Funes Mori le dio el triunfo sobre Boca y respondió cuando Álvarez Balanta estuvo lesionado; Kranevitter tomó la responsabilidad cuando se ausentó Ledesma o Rojas; las actuaciones de Keko Villa! va provocaron que los simpatizantes corearan más de una vez su nombre y Chichizola, con dos penales atajados en cuatro partidos -con Estudiantes y Racing, en el epílogo- se erigió en inesperado héroe de la campaña.
Hasta en el último partido el téc¬nico se dio el gusto, desde los cam-bios, de hacer ingresar a futbolistas que están más cercanos a su hijo, como Juan Carlos Menseguez, Os-mar Ferreyra. Fue otra forma de mostrarse triunfador.
Alguna vez, el “oioioioi es el equipo de Ramón” fue un grito de guerra; ahora, es de liberación.
LA NACION