Llevarse bien con un adolescente es posible

Llevarse bien con un adolescente es posible

Por Silvia Scheiner
Algo sucedió en estas últimas décadas que acortó la infancia, alargó la adolescencia, en los consultorios se ven personas de 30 años que se dicen adolescentes, e invitó a padres e hijos a consultar a los especialistas por problemas diversos.
“El trabajo con adolescentes tiene que ver con las dificultades de relación con sus padres. Antes, los padres tenían otro tipo de autoridad, pero estaban. Había límites y quizá también algún pase de factura por haber sido muy rígidos. Ahora hay ausencia; además falta de firmeza y decisión”, afirma Pablo Ponsowy, psicólogo, con 20 años de experiencia en instituciones deportivas y recreativas manejando adolescentes.
Estima que cuando la niñez era más larga, y el concepto de preadolescente no existía, los padres tenían responsabilidad y autoridad por más tiempo sobre los hijos.
Ponsowy reconoce que los chicos de la franja socioeconómica que él atiende tienen una actitud vivida por los padres como avasalladora y de permanente reclamo, exigiendo por supuestas injusticias desde sus cuartos y su encierro, mientras los padres se quedan afuera, sin saber qué están haciendo y sin poder controlarlos.
Frente a ese panorama aconseja a los padres analizar qué batalla dar. “No se puede pelear por todo: por el desorden del cuarto, por la toalla del baño, por los cigarrillos, por la gente que frecuenta y por la manera en que contestó. Es un campo de batalla interminable.”
El modelo que a su juicio funciona es el del padre que reconoce que no se las sabe todas, pero que, como tal, tiene ciertas responsabilidades y derechos. “Si me equivoco, me haré cargo, y si te equivocas vos, también me haré cargo de eso, porque soy tu padre”, ejemplifica. “El cambio, en todos los casos, tiene que partir desde los papas. El chico siente que nadie lo comprende, que los padres le piden que actúe diferente, pero él no está en condiciones de cambiar, de hacer otra cosa, justamente porque es adolescente”, afirma Betina Lubochiner. “En una relación padre-hijo, el adulto es aquel que es responsable de sus propios actos y de sus consecuencias, y eso incluye lo afectivo, lo emocional, lo social y lo económico”, agrega la especialista, directora del Instituto del Vínculo.

Miedo a los hijos
Muchos padres actúan frente a sus hijos movidos por el miedo. “Uno ve que llegan, se encierran, no nos hablan o no contestan como nos gustaría. Frente a eso nos llenamos de miedo a que no nos quieran más y tratamos de serles simpáticos. Hacemos presión por contentarlos, pero luego nos enoja cuando no obtenemos la respuesta que imaginábamos, y se inicia un círculo vicioso de enojo y alejamiento”, gráfica la experta, coautora del libro Peleamos o negociamos.
“Hay quienes adoptan la actitud represora: te quito la computadora, no ves la tele o no te doy plata para salir…, lo que deriva en mentiras y estrategias para lograr su objetivos a espaldas de los mayores”, explica el psicólogo Silvio Gutman. Otros padres optan por ser amigos: “Hablamos como vos querés, vamos a los mismos lugares, lo que vos hagas está bien, todo para evitar la confrontación”, agrega.
Aunque por su actitud el adolescente parezca indicar que somos intrascendentes, somos muy importantes -dice Gutman- Un cambio en nosotros, definitivamente, provocará algo en ellos.”
Otro error que cometen los padres, dice Lubochiner, recordando que es madre de un adolescente, es aprovechar cualquier situación para educarlos. Como son tan escasos los momentos con ellos, cada vez que nos hablan, en vez de simplemente escuchar, buscamos darles algún consejo, que aprendan algo.
“No quiero escuchar tu sabiduría, sólo quería contarte algo”, es la respuesta del adolescente que, cansado de ser educado en cada oportunidad, elige contar cada vez menos.
“Cuando queremos educarlos, los criticamos y juzgamos, sin aclarar que es nuestra opinión, que hablamos desde nuestro temor. Dejar de escucharlos por buscar educarlos es el primer paso para que deje de contarnos cosas. Por eso prefiere estar entre pares, donde nada de eso sucede”, afirma Lubochiner.
Todas las actitudes señaladas surgen del miedo de los padres de ser abandonados por sus hijos, no de los chicos. “Son los mayores los que tienen que afrontar ese temor para que sus hijos puedan ser adultos”, agrega Gutman, director del espacio de terapia grupal comunitaria llamado La Mateada, que funciona en el barrio de Munro, en el norte del Gran Buenos Aires.
La familia es para un adolescente el núcleo contenedor, el que le da seguridad, pero para poder ser adulto necesita independizarse de él.
LA NACION