Medellín, el modelo para urbanizar las villas

Medellín, el modelo para urbanizar las villas

Por Luis Moreiro
Es domingo y hay fiesta en la Comuna Uno de Medellín. Los chicos corren de aquí para allá. Los mayores visten sus mejores ropas, limpias, recién planchadas. El sol, impiadoso, parte la tierra. Ésta, la de este barrio, era una vecindad maldita . De estas callejuelas empinadas, intrincadas y angostas -calles de una villa de emergencia, al fin- salieron hace 20 años los sicarios de Pablo Emilio Escobar Gaviria a regar de sangre las calles de esta ciudad exuberante y mágica.
Richard Quiñones, de 40 años, lleva del brazo a su abuela hasta la baranda de la terraza que mira hacia las montañas donde los ladrillos rojos de las precarias viviendas se mezclan con el verde furioso de una vegetación casi tropical. Richard sonríe satisfecho. Él experimentó en primera persona aquellos años en los que vivieron con el alma en llagas. “Veinte, éramos veinte los «pelados» [chicos] que nos criamos juntos. Hoy sólo quedamos cuatro”, dice, con sólo escuchar dos palabras: recuerdos y violencia.
Ésta, durante años, fue tierra vedada. Nadie entraba y, si entraba, era probable que no saliera por sus propios medios. Pero eso fue antes. Hoy la vida parece sonreírles.
Hoy hay fiesta porque alrededor de un viejo tanque de agua del barrio San Antonio, se inauguró una Unidad de Vida Articulada (UVA), el último de los emprendimientos que el alcalde Aníbal Gaviria Correa puso en marcha para completar el proceso de reconstrucción ciudadana que, desde hace doce años, avanza. Otras 19 UVA se están construyendo en barrios tan o más complejos que éste.
Tres alcaldes diferentes tuvo la comuna durante ese tiempo. Tres alcaldes de distinto color político y el plan sigue incólume. El que llega al poder sigue la obra de su antecesor. A nadie se le ocurriría lo contrario.
La UVA de Santo Domingo es una obra sencilla. Terrazas y espacio verde, donde antes había un paredón y un alambrado. Un auditorio abierto, para que lo utilice la comunidad. Un centro de atención ciudadana para que los más chicos tengan un lugar de contención mientras sus padres trabajan. Allí van los “pelados” a dibujar, leer, jugar y tomar la merienda, después de la escuela. Del tanque, de tanto en tanto, brotan chorros de agua bajo los que los chicos corren, empapados y felices. De noche, luces verdes, rojas y amarillas, brotan desde los costados y le dan un toque diferente al hasta ayer inerme tanque.
En 1991 ésta era la ciudad más insegura del mundo. Hubo durante esos doce meses, 380 homicidios por cada 100.000 habitantes. El año pasado, según cifras oficiales de la Secretaría de Seguridad de la Alcaidía de Medellín, la tasa fue de 38 homicidios cada 100.000 habitantes. Y, según afirma el titular de esa secretaría, Iván Sánchez Hoyos, de mantenerse la tendencia, este año cerrarán la estadística con una tasa de 29 homicidios cada 100.000 habitantes. Medellín sigue siendo extremadamente peligrosa. Pero demostró que, con seriedad, trabajo y coherencia, del fondo del mar, también se puede salir.
¿Qué ocurrió aquí? “Creamos identidad ciudadana”, dice Gaviria. “La fórmula es varios buenos gobiernos, sucesivos y sintonizados. Nuestro objetivo es hacer una ciudad inclusiva. Bajar la pobreza es fácil, lo difícil es disminuir la desigualdad”, cuenta.
Y para disminuir la desigualdad, el plan apoyado por todo el arco político, por el fuerte empresariado industrial local y, sobre todo, por la población, se hicieron obras. Nada milagroso, nada sorprendente, pero si muy efectivas. Para llegar a la periferia, trenes suburbanos (el Metro, le dicen aquí). Para trepar las montañas que rodean el valle del río Medellín, teleféricos, que suben hasta los puntos más peligrosos de la ciudad. Y si por encima de los teleféricos aún sigue la montaña, escaleras mecánicas para reemplazar las de cemento.
Hay que generar inclusión, es la consigna. Y eso significa educación. Escuelas públicas de excelencia llegaron al corazón de los barrios. Modernas, proyectos arquitectónicos que enorgullecen a todos. Gaviria dice: “Los jóvenes son los que matan, pero también son los que mueren. A ellos hay que facilitarles el camino de la educación. Eso significa que queremos una ciudad con mayor equidad”.

SÍMBOLOS
Las obras son símbolos. Símbolos muy fuertes. Frente a una vieja cárcel de mujeres, se levantó un Parque Biblioteca, en el barrio San Cristóbal. Hoy los muros de la cárcel lucen grafitos, multicolores.
En el terraplén donde bajaron los helicópteros del ejército durante la Operación Orión -la lucha final contra las fuerzas parapoliciales durante el gobierno de Álvaro Uribe- hoy hay una escuela de última generación.
En las calles de las villas de Medellín no hay basura. No hay perros abandonados. No hay callejones de tierra. Todo está pavimentado. No hay grafitis en los trenes. Las estaciones brillan. No hay papeles tirados. Las cabinas de las tres líneas de teleféricos a los que se trepó LA NACION estaban impolutas. Ningún asiento dañado. Ninguna pared escrita.
Todos son conscientes de que hay derechos y obligaciones. En las villas pagan sus impuestos. Cada casa tiene su medidor de luz y la paga. Lo mismo pasa con el gas. Eso también forma parte de la inclusión. Y lo valoran.
Carlos Ruiz tiene 30 años y es docente en la primaria. En el cable carril lee mientras viaja hacia la escuela de La Candelaria, donde da clases de ciencias sociales a alumnos de 8 y 9 años. Lleva doce años en la profesión y también tiene historias para contar. La Candelaria no es un barrio fácil. Todo lo contrario. Dice que en su escuela no hay deserción escolar. “Todavía se les puede cantar una canción y ellos responden. Se les puede leer un cuento y tienen capacidad para soñar. Hacen vida de chicos, ahora.”
Dice Carlos que en la Comuna Uno, aquélla, la del tanque de agua, la realidad era distinta. Allí los chicos de 8 o 9 años tenían vida de adolescentes, con situaciones complicadas.
Medellín, la de la fama maldita, avanza, pero no todo es color de rosa. Sánchez Hoyos, secretario de Seguridad, retoma las estadísticas. “Aquí, hoy, sigue siendo noticia el día en el que no hay homicidios. Nosotros los contamos. Este año llevamos quince días sin homicidios.” En las barriadas más peligrosas se levantan torres de cemento para la policía, llamadas Centros de Atención Inmediata (CAI). No tienen ventanas y en los altos los bloques de cemento tienen agujeros por donde cabe el cañón de un arma larga para repeler ataques. Casi, como en la edad media.
Medellín vibra. Acaba de ser sede del Séptimo Foro Mundial de Ciudades, organizado por la Secretaría de Hábitat de la ONU. El mundo paseó por sus calles. Y esta urbe mostró orgullosa, sus triunfos y sus deudas. Medellín deja un claro mensaje de esperanza. Se puede vencer; se puede mejorar. Sólo hace falta convencimiento, decisión y coherencia. No parece mucho. ¿O sí?
LA NACION