10 May Todo a pie, el nuevo lujo urbano
Por Fernando Massa
Desde la ventana de su trabajo alcanza a ver el edificio donde vive. No son más de diez cuadras de distancia. Las camina todos los días, ida y vuelta. Paulina Kuhnemann se ríe. Ahora está contenta, más tranquila. Ya no soportaba el tránsito ni los tumultos de gente. Tampoco la hora y cuarto -a veces más- que tardaba el 130 de Núñez a Puerto Madero todas las mañanas. El mismo trayecto que, tres años atrás, el colectivo recorría en 45 minutos. Conseguía asiento, podía mirar por la ventana, escuchaba música. Pero cuando pasaba la hora de viaje empezaba a comerse las uñas. ¿A qué hora llegaría esta vez a Dell? Siempre se le hacía tarde. Se levantaba corriendo y una vez en el trabajo se encontraba con la casilla repleta de mails y el teléfono sonando antes de lo deseado. Para evitar el horario pico, prefería quedarse hasta las ocho, volver de noche, pero no apretujada. El día se hacía demasiado largo. A los 31 años, se dio cuenta de que tenía que tomar una decisión. Hacía rato que un amigo que lo había experimentado se lo venía diciendo, hasta que un día, dos meses atrás y después de una intensa búsqueda de departamentos, se mudó por fin a Puerto Madero. “Vivir cerca del trabajo te va a cambiar la vida”, le decían, y así fue. El mismo día de la mudanza perdió su tarjeta SUBE y no quiso volver a sacarla: lo tomó como una señal. “Núñez era hermoso, pero ya no resultaba funcional para mí. Quedaba demasiado lejos -dice-. Ahora, con todo a 12 o 13 cuadras a la redonda, estoy bárbara hasta con temperaturas extremas. Ése es mi radio de existencia, un equilibrio entre San Telmo y Puerto Madero. Y la verdad es que estoy más tranquila: no hay forma de que llegue tarde.”
Sea para pasar más tiempo con los hijos, para no perder tres o cuatro horas del día arriba del auto o de un transporte público, para hacer ejercicio, para aprovechar un rato al aire libre, o por meras cuestiones prácticas, cada vez más personas buscan acotar su radio de existencia y que las distancias al trabajo, al médico, o al colegio puedan volverse caminables. Una aspiración que para algunos dejó de ser un imposible y que está ligada a una búsqueda concreta: poder aprovechar el tiempo al máximo y tener una mejor calidad de vida. Más saludable, pero también más autónoma.
“El tiempo caminado no es tiempo perdido. Estar parado esperando el colectivo, sí -dice Matías Kalwill, diseñador industrial y director creativo de Bikestorming.com-. Caminar o pedalear es dinamismo y autonomía. El diseño de las ciudades va hacia allí, a partir de estos cambios de hábitos de la gente.”
Paulina reconoce que esto de haber armado su vida en ese radio la ha “achanchado” un poco, pero lo cierto es que ganó en otros aspectos. Antes, era llegar del trabajo, mirar un poco de televisión y el día se había ido. Ahora descansa mejor a la noche, vuelve más desconectada, se dedica a las plantas que puso en el balcón, va al gimnasio del edificio, cocina, sale a andar en rollers. Hasta piensa en comprarse una bicicleta en cualquier momento. En este sentido, Kalwill destaca algo interesante: la bici y la caminata son parte del mismo fenómeno. “Están en conexión. Tienen que ver con la forma en que las personas esperamos vivir en este momento, una escala en la que poder conectar y disfrutar de la ciudad”, cuenta. Un fenómeno que, a su vez, se asocia a un cambio cultural más grande, relacionado con los hábitos laborales y esa mayor flexibilidad que van ganando las nuevas generaciones en cuanto a tiempo y espacio. De hecho, Kalwill ejemplifica con el caso de Área 3, el espacio de coworking donde han desarrollado su proyecto: ninguno de los que trabajan ahí vive a más de cuarenta cuadras.
Cuando todavía iba al centro, Carolina Giménez Aubert, de 36 años, se lo preguntaba con frecuencia: ¿cuánto sacrificaría de su sueldo por trabajar cerca de su casa, ir y venir a pie, y poder pasar más tiempo con su hijo de cinco años? Pasar dos horas de su día arriba del auto no valía la pena. El primer paso, cuando empezó su proyecto personal, fue mudar la oficina a su propia casa, en el barrio de Palermo. Pero no funcionó. “Al final, estaba en casa para estar con mi hijo, y no terminaba de ser ni la profesional ni la madre, me sentía mal en todas las ocasiones”, admite. La solución resultó que Lanusse + Giménez Aubert. Estrategias de Comunicación, la consultora de la que es socia, estuviese a tres cuadras de su casa, y a unas diez de la de su socio. Incluso vendió el auto y pasó mucho más tiempo del que podía imaginarse hasta que compró otro. Ahora, sólo lo usa los fines de semana. “Estoy en el mejor de los mundos. Salgo unos minutos antes de casa y voy caminando. Y después, al irme de la oficina, tengo la tranquilidad de una caminata relajada por el barrio”, explica.
LA DISTANCIA “CAMINABLE”
El objetivo dominante parece ser ése: generar un circuito de actividades y ocupaciones dentro de un radio que permita recorrer todo a pie. Pero ¿hasta cuántas cuadras se puede hablar de una distancia “caminable”? La Fundación Metropolitana, que busca lograr la racionalidad en la utilización de los medios, aportó lo suyo con un esquema bastante claro: hasta diez cuadras, hay que caminar; hasta 30 cuadras, utilizar bicicleta; entre barrios, colectivo; entre centralidades, subte; entre localidades, tren, y el auto dejarlo para desplazamientos que no generen congestión. A primera vista esto puede sonar tan ideal como utópico, pero la realidad es que muchos ya lo han puesto en práctica con las distancias de bicicleta o caminata acomodadas a gusto y necesidad de cada uno.
Además, hay un cambio de paradigma que destaca Francisco García Faure, de la Fundación Cambio Democrático, con respecto al concepto del automóvil. “El auto como paradigma de comodidad y de control del tiempo empieza a dejar ese lugar para convertirse en uno que genera ansiedad, un lugar de conflicto”, plantea.
Un claro ejemplo es lo que sucede en la ciudad de Mar del Plata, que de la mano de un equipo multidisciplinario de profesionales municipales, guiado por especialistas del Estudio Gehl, ha buscado este año incursionar en esta idea de darles prioridad a los peatones y a las bicicletas. Ésa es la filosofía del fundador de este estudio, el arquitecto danés Jan Gehl, quien cree, junto con su equipo, en lo que denominan “ciudades a escala humana”.
Así, la experiencia de Mar del Plata nació con la idea de comenzar un cambio que ya lograron ciudades como Copenhague, donde el 40% de los habitantes se maneja en bicicleta, o replicar lo que sucedió en Times Square, en Nueva York, donde lograron revertir una ecuación complicada, teniendo en cuenta que el 90% de quienes circulaban por allí eran peatones que disponían sólo del 10% del espacio. El resto, era para los autos.
Según el arquitecto David Sim, representante del Estudio Gehl, que estuvo en la Argentina y que la semana que viene dará un taller sobre los desafíos de la ciudad de Buenos Aires en la Universidad Torcuato Di Tella, es necesario que, sin expulsar a los autos, los peatones y la gente en bicicleta se conviertan en una prioridad. “Hay que eliminar obstáculos de las veredas, dar más espacio al transporte público, reconectar la playa y la costa a la ciudad, hacer cruces de calles mejor orientados, integrar los distintos medios de transporte y tener calles que inviten a ser caminadas”, sostiene. El punto clave es que esa calidad de vida buscada no sólo se obtendría con los minutos ganados a posteriori en tiempo libre, sino que también estaría dado por el disfrute de la experiencia misma de la caminata.
DISFRUTAR EL TRAYECTO
Eso mismo es lo que para Claudio Peña, de 40 años, ocurre todos los días cuando sale desde su casa en la zona de La Imprenta y se dirige a la sucursal de Schwanek sobre la calle Arcos, donde es gerente. Son 13 o 14 cuadras que camina relajado, “mirando la escena” y escuchando música. Muchas otras veces, lo hace en bicicleta. Para él, el cambio fue enorme. Cuando todavía vivía en Caballito, se pasaba tres horas arriba de un colectivo, ida y vuelta. Lo tenía calculado: desde que salía de su casa hasta que volvía a la noche pasaban más de quince horas.
Su mujer sentía lo mismo cada vez que salía en auto para dejar a los chicos en el jardín maternal y de ahí seguía hasta la Universidad de Belgrano, donde hoy está por terminar la carrera de psicología. Claudio hizo el clic por su hijo, en ese entonces un bebe al que sólo veía durmiendo. Es cierto que para mudarse tuvieron que suprimir gastos, pero la ganancia llegó por el lado afectivo: las charlas de sobremesa, poder bañar a sus dos chicos, “esas cosas simples que antes ni tenías en cuenta. Es impagable lo que ganás en calidad de vida”, reflexiona.
La licenciada en relaciones internacionales Sabrina Mauas menciona justamente este fenómeno en su estudio “El lujo hoy. Una historia de experiencias y alta tecnología”. Según dice, este concepto se transforma cada vez más en una manera de ser antes que en un objeto material. “El nuevo lujo permite al ser humano redescubrir el concepto de tiempo libre, ocio y calidad de vida, y está caracterizado por la inteligencia y el buen gusto”, escribe. Los Escudero, sin embargo, prefieren hablar más de practicidad que de lujo. Que en lo posible todo quede cerca: el jardín de infantes, los médicos, las clases de arte. Macarena, que se dedica al marketing y la comunicación, lleva a sus hijos al jardín caminando, a dos cuadras de su casa, y luego sigue a pie a su trabajo, a diez. Enrique, su marido, se mueve en bici. “No uso el auto. Me hace sentir prisionera. Prefiero caminar -asegura Macarena-. Pero no sé qué va a pasar más adelante, cuando los chicos crezcan. La gran decisión vendrá cuando tengamos que elegir el colegio: ¿cerca o lejos?”, se pregunta. Aunque quizá, la duda sea otra: ¿un colegio al que haya que llevarlos en auto o al que puedan llegar a pie?
LA NACION