03 May Un autor que no escribe para ganar amigos sino para perderlos
Por Natalia Páez
No se salva nadie. Ni los runners, ni las librerías de culto, ni los veganos, ni los autores acunados por la crítica, ni los editores que trabajan para espectadores de televisión. Una diatriba contra el mundo literario –muy porteño– en forma de sátira. Devaneo banana, la nueva novela de Hernán Firpo, podría ser leída por una decena de escritores (los nombrados) carta documento en mano. Pero el autor aclara en la segunda página, como si se tratara de una película: “Cualquier semejanza con la realidad es sólo eso. No hinchen.” No hinchen, claro. Es ficción. Y aquellos lectores que se tienten de circular con el personaje por la geografía de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA; los pasillos de la Biblioteca Nacional; las librerías cool de Palermo (a las que también nombra con su razón social) se entregarán a la risa sin rencores.
El antecedente se puede encontrar en el mismo autor que antes publicó la novela Escupir (Mondadori) con un anexo llamado “Diario de un escritor de ficción” donde se metía con medio mundillo literario con nombres y apellidos. Contando un poco en sorna un poco en serio las peripecias de un autor –sin vínculos, sin títulos literarios, que no ganó ningún concurso– en busca de editoriales.
En Devaneo se mete con todos. Con el Fondo Nacional de las Artes, con las becas Guggenheim, con los suplementos de cultura, con los críticos y los agentes literarios. No deja títere con cabeza en la larga cadena de la industria del libro. No se salvan ni los ebooks, ni la Feria: “Todos los años leemos en los diarios que un millón de personas desfilaron por la Feria del Libro. ¿Y? ¿Qué quiere decir esa estadística? Nada, solamente que a la gente le gustan las ferias. Después, las editoriales siguen sacando ediciones de 500 ejemplares que ni siquiera se agotan.”
El protagonista es El Artista. Un escritor sin mucha autoestima “con un yo chiquito, en minúscula, un yosito” que lo vuelve entre otras cosas un admirador compulsivo de sus colegas. “Con cristianos 33 años, El Artista podía tramitar cualquier concurso y editar en las colecciones de las jóvenes guardias que encumbraban la especie siendo capaces de cualquier cosa en nombre del desarrollo pretoriano de la fabricación y la industria”, dice un fragmento. Futbolista frustrado aplica ¡y gana! una beca y se “transforma” en artista. En un chanta que inicia una cruzada en contra de las apariencias. Y que se inscribe en cátedras desopilantes como “Aira I y II dictadas por Pola Oloixarac”.
Los clichés del ambiente en los clubes de fútbol, unas reflexiones hilarantes sobre los nuevos hábitos alimentarios y del cuidado del cuerpo que se viralizan por Palermo Hollywood y sobre “gente que –ahora– escucha música en vinilos”.
“–Los ovolactovegetarianos son algo. ¿Vos qué sos además de vecino? Eso es jugársela, muchachos. Mejor que liderar mayorías, crear guetos”, se lee en uno de los diálogos. También rescata a algunos autores entre líneas.
Ahí están Beatriz Sarlo, César Aira, la mencionada Oloixarac (y su libro Las teorías salvajes con un gran protagonismo), Fabián Casas, Pablo Ramos, Rodrigo Fresán, Martín Kohan, Marcelo Birmajer, también Santiago Llach, Juan Sasturain, y siguen los nombres propios.
Pero más allá de lo punzante de la crítica y las situaciones desopilantes, en Devaneo el autor reflexiona sobre la escritura y su puesta en escena. Y sobre los hábitos de lectura y deslectura de los protagonistas del último eslabón de la cadena de la industria, los lectores. La novela está siendo publicada por entregas en el sitio La lectora provisoria, de Quintín. “Un poco como cábala”, dice Firpo, ya que las anteriores (tanto Escupir, como la que siguió Todo lo que maté, luego publicada en papel por Milena Caserola) fueron editadas en principio bajo esa modalidad.
–Lo suyo no es hacer amigos ¿Por qué el uso descarnado de nombres propios?
–Los nombres propios son eso que uno no es en un ambiente cada vez más chico, promiscuo y repugnante. Dar los nombre propios, decir Pola, decir Fabián Casas, es poder armar (como se dice ahora) un artefacto, un mercado. Toda persona que escribe quiere estar ahí o en uno de esos lugares, siendo canon o vanguardia o lo que sea. Cuando uno no sabe qué hacer, y cree que su obra no es lo suficientemente buena, empiezan las boludeces. Te personajeás, usás anteojos raros (más que para ver, para ser visto). Y hasta pueden terminar prostituyéndote en una jam de escritura en plena “noche de las librerías” escribiendo falsos diarios íntimos delante de un montón de gente, que es muy distinto a decir un montón de lectores. Los nombres propios sirven como marco de referencia. A mí, por ejemplo, me gustaría ser Alan Pauls, vestir esos buzos deportivos, tener esa plancha de lavar donde yo tengo panza, escribir para Anagrama, ganar el Herralde, salir con Lola Arias…
–Su mofa no es contra los bestseller, pareciera que lo irritan más los autores apañados por la crítica.
–No quiero ensuciar a El Artista. El autor sólo puede hablar de lo que más o menos conoce. No me meto con los bestseller porque definitivamente no puedo leerlos. En cambio sí siento un genuino interés por saber cómo escribe Pola Oloixarac, una chica que pudiendo ser una especie de Annalisa, la piba de la UCA, decide construir un artefacto.
–Rescata a autores entre líneas, como al peruano Julio R. Ribeyro
–Bueno, Ribeyro es un descubrimiento total y cambió completamente mi vida, puedo decirlo. Lo descubrí gracias a una lectura que hice de unos ensayitos de Alejandro Zambra y Ribeyro me cayó tan simpático que así como me calenté con la foto de Pola y compré Las teorías salvajes, acá empecé a buscar compulsivamente a Ribeyro y al encontrarlo, al leer Prosas apátridas y esa biblia que es La tentación del fracaso, dije: me enamoré.
–¿Qué hay suyo en todo esto? ¿Detesta a todos?
–¡No! Me divertí mucho escribiendo esta comedia editorial. Y además, bueno, sí soy un poco resentido. Pero es hora de que el resentimiento sea bien visto. Es el único que “re” que tiene mala prensa y que en vez de aumentar, disminuye. Para mí un resentido es alguien que siente dos veces, que nunca se queda con la primera emoción. O sea, que intelectualiza lo que siente, también, que no se permite solamente sentir. O sea, hay una actividad cognitiva en el resentido, guarda…
–¿Hubo quién quiso pegarle
–Me dijeron que Pablo Ramos se enojó por algo que escribí en el Diario de un escritor de ficción, que está incluido como anexo en mi novela Escupir. Se enojó mucho, y tuvo razón, pero yo soy un caballero y aprovecho Devaneo banana para pedirle perdón y para incluirlo con un cameo y para decirle que él tiene el mejor título que contiene la palabra tristeza: El origen de la tristeza. Hermoso título. Un día lo voy a leer.
–Por último, explique usted el título de su novela.
–Me dijeron que el título era un sintagma y no supe qué responder. En la novela, Devaneo banana es un grupo de cumbia y después es el título del libro que edita un jovencito que puede decir la palabra “devaneo”. Y si puede decir la palabra devaneo no todo está perdido. Aunque pensando mejor el título, y teniendo en cuenta el mundo que describe, hubiera sido más preciso que la novela se llamara Devaneo banal.
TIEMPO ARGENTINO