La moda paleo, al rescate de hábitos primitivos saludables en el siglo XXI

La moda paleo, al rescate de hábitos primitivos saludables en el siglo XXI

Por Franco Varise
Lucas corre descalzo por Buenos Aires, come solamente carnes, verduras (nada de harinas o granos), muchas frutas y… no se lava el pelo con champú. Lucas es Lucas Llach, economista, profesor universitario, y uno de los factótum en la Argentina de lo “paleo”, una corriente que combina dieta, actividad física intensa, y patrones culturales y científicos que enaltecen la vida en las cavernas.
Desde hace algún tiempo empezó a oírse con mayor frecuencia sobre las bondades de la “paleodieta” y los hábitos que indagan en el hombre del Paleolítico, el período que abarca el 99 por ciento de toda nuestra existencia en el planeta. La lógica del movimiento “paleo” es que, como el hombre vivió y se desarrolló por más tiempo en la Edad de Piedra que en cualquier otro período, nuestros cuerpos son forzados a nutrirse contra natura con productos resultantes de un proceso bastante difundido y que desde hace siglos se denomina “agricultura”. No, no es broma. Los “paleo” tienen sus argumentos contra el cultivo de granos y la cría de animales: “Nosotros nos metimos en nuestro propio feedlot [cría estabulada] hace unos 8000 años, cuando adoptamos la agricultura -explica Llach- y con ella una alimentación muy diferente de aquella que fue moldeando nuestros cuerpos, por el mecanismo de la selección natural, durante millones de años”. Difícil sería regresar a la caza y a la recolección, pero los “paleo” quieren acercarse lo más posible a una forma de vida que recupere hábitos primitivos saludables y humanistas en pleno siglo XXI.
Como Sapiens es el primer restaurante a puertas cerradas del país que se dedica exclusivamente a la comida “paleo”. Cecilia Pinedo, de 28 años, abrió su casa a la experiencia de comer platos elaborados sobre la base de ingredientes obtenidos lo más naturalmente posible, sin incluir harina ni azúcar (que son productos resultantes de procesos industriales) o tomar leche (algo que, según los “paleo”, no hace ningún otro animal adulto). “Somos «paleo» por los ingredientes que utilizamos y la regla número uno es no incluir nada de harinas o granos en el menú. No podemos servir una pata de jabalí como hacían los hombres en el Paleolítico, pero intentamos ofrecer escabeches de distintos animales, moquecas de pescado o platos con aves también de todo tipo”, explica Pinedo. No hay pan, obviamente, y sólo se sirve para beber agua (con gajos de naranja) o vino tinto (que en la visión “paleo” sería algo así como uvas pisadas, supuestamente). La paleodieta ganó fama, en verdad, porque apareció como otra de esas cientos de fórmulas mágicas para perder peso. Pero va mucho más lejos que una dieta más.
“Hay bastante evidencia de que las harinas, aceites de cereal y azúcares traen problemas de salud y están claramente asociadas con obesidad y, en conexión a ella, la diabetes. Ni hablar de los celíacos, a quienes directamente les hace mal buena parte de la agricultura cerealera. No están enfermos, no: son unos héroes que se resistieron a la adopción de la agricultura”, esgrime Llach.
El desembarco de lo “paleo” en el país es como casi siempre ocurre con este tipo de tendencias un reflejo de lo que está pasando en otras ciudades del mundo. En Nueva York, existen restaurantes especializados en la paleodieta con carnes naturales (sin son de caza mejor) y le rehuyen al veganismo al proponer “comer natural, pero de verdad”.
Esta semana, por ejemplo, sale en los Estados Unidos The Paleo M anifesto, un libro escrito por John Durand que marca la cancha. “Todos los animales, humanos o no, prosperan cuando imitan a los elementos clave de la vida en su hábitat natural”, expone Durand, después de entrecruzar datos médicos y tecnológicos que derriban mitos como que el sol hace mal o que comer carnes rojas trae problemas como el colesterol. Además, indaga en el dato de que las dentaduras de los hombres paleolíticos halladas poseen menos daños por caries porque no consumían granos ni azúcares. También sostiene que el ser humano perdió estatura a partir de la adopción de la agricultura.
Otro de los capítulos que impulsa el movimiento “paleo” involucra la manera en la que realizamos actividad física. Correr descalzos ( barefoot ) puede parecer extraño, pero los “paleo” sostienen que es la manera correcta de no dañarse físicamente. Según un estudio publicado en la revista Nature por un equipo de expertos en biomecánica, cuando las personas corren descalzas, tienden a evitar que el primer apoyo del pie sea con el talón. “Al aterrizar con la parte media o frontal del pie, los corredores descalzos apenas sufren el impacto y es mucho menor del que se generan apoyando primero el talón”, explicó Daniel Lieberman, profesor de biología humana evolutiva de la Universidad de Harvard y autor del estudio. Lieberman es además un defensor de lo “paleo”. “Se puede correr cómodamente sin calzado, un artículo que se inventó recientemente en términos históricos y mucho tiempo después de que los humanos empezaran a recorrer largas distancias”, afirmó el especialista, que argumenta en favor de correr descalzo porque reduciría el estrés. “Los «paleo» dirían que, para climas templados o cálidos, usamos zapatillas por un motivo cultural, y que, de hecho, correr descalzo mejora mucho, por ejemplo, la salud de tus tendones y doy fe”, dijo Llach, a quien en alguna ocasión le preguntaron si le habían robado las zapatillas mientras corría por la ciudad.
También existen calzados para, curiosamente, “correr descalzos”. Se llaman “zapatillas minimalistas” y casi no tienen suela. Son de fieltro y cada dedo del pie tiene su espacio cubierto como si se tratara de un guante para pies. Estéticamente no podrían definirse como “saludables”-cabe añadir-, pero para los runners funcionan como una etapa intermedia antes de descalzarse completamente.
También se comercializan otras (menos estéticas todavía y más extremas) que son una especie de malla metálica que envuelve todo el pie. Hasta el famoso escritor japonés Haruki Murakami se reconoció cultor de correr descalzo. Su pasión, de hecho, es bastante conocida, a tal punto que escribió un libro titulado De qué hablo cuando hablo de correr. Los cruces, a veces, resultan inesperados: ¿será “paleo” Murakami?
LA NACION