La niña mimada que se convirtió en diosa

La niña mimada que se convirtió en diosa

Por Juan Strassburger
De lolita post destape franquista a chica Almodóvar y de princesa latina de Hollywood a actriz mimada de Woody Allen, Penélope Cruz llega a los 40 (que cumple hoy) habiendo logrado las metas de una verdadera estrella y manteniendo siempre su magnetismo intacto. Una belleza cimentada en esos ojazos de madrileña con carácter. Y una sensualidad que siempre fue arma inteligente de su cine: nunca para mostrarse débil, victimizada o a la sombra de un sueño ajeno, y sí para conquistar mundos a pura potencia femenina; dulce, pero nunca mansa; tierna a la vez que picante y peligrosa.
“Me gustan los roles donde no me veo del todo reconocida. Siempre me dicen que doy sexy en el cine. Pero no es algo que me detenga demasiado en pensar. ¡Desde los tres años que soy coqueta!”, explica sencilla cada vez que se le pregunta por esa seducción natural que traspasa pantallas y que la colmó de premios: el Oscar a mejor actriz de reparto por Vicky Cristina Barcelona en 2008; El Goya por La Niña de tus ojos en 1998, Volver en 2006 y también Vicky Cristina Barcelona en 2008; e infinidad de nominaciones en todo el planeta que la convirtieron claramente, en la actriz más importante del cine español (y uno de las principales del mundo latino) de los últimos 20 años.
“La más importante lección que aprendí en este negocio fue a decir no. Dije que no un montón de veces y estoy muy orgullosa de ello”, suele explicar sobre su éxito y sobre cómo hizo para esquivar los tramposos encasillamientos que –desde el principio– le tendió su belleza instantánea. Por ejemplo, cuando con apenas 16 años impactó como la lolita irresistible de Jamón Jamón de Bigas Luna en 1992. Y lo mismo unos meses después con un papel opuesto: la inocente adolescente de Belle Epoque de Fernando Trueba.
“En esos momentos es fácil que se te suba la fama a la cabeza. Pero por suerte tuve siempre a gente maravillosa cerca mío que me alertó y me salvó de esas situaciones”, cuenta Penélope Cruz, que obviamente sus padres llamaron así por aquel tema de Serrat y que creció en el seno de una familia trabajadora de los suburbios de Madrid. “Mi padre era un vendedor de autos y mi madre una peluquera”, contó en varias entrevistas. Ambos alentaron su vocación artística que al principio no fue la actuación sino la danza clásica, el ballet, que desarrolló durante diez estrictos años y que le inculcó un esfuerzo por la autosuperación que aún valora: “Sin aquella disciplina todo lo que vino después hubiera sido mucho más difícil”, asegura.
El “clic” vocacional, sin embargo, llegó temprano, a los 14, cuando vio por primera vez Átame de Almodóvar: “Nunca me sentí tan inspirada. Sentí que era eso exactamente a lo que me quería dedicar.” Esa misma semana buscó un agente que pronto le consiguió una audición. “Me dijeron que era demasiado joven para el papel, que volviera la semana que viene. Pero volví a la semana. Y a la semana siguiente.” Y el protagónico de Jamón Jamón fue suyo.
La misma convicción y tozudez que demostró luego para mantenerse en el candelero pese a varios papeles olvidables a mediados de los ’90. Recién en 1998, con La Niña de tus ojos, otra vez bajo el mando de Trueba, y con Todo sobre mi madre, su debut con Almodóvar, Penélope confirmó que se estaba frente a una actriz de carácter y que había un futuro detrás.
“Almodóvar es mi mentor. Me conoce de muy chica y sabe por todas las que hemos pasado. Me pone muy feliz que diga soy una de sus musas”, celebra. Y tiene motivos: en 2006, cuando Cruz ya se había mudado a Los Ángeles, Estados Unidos, y una segunda tanda de papeles olvidables (sólo que esta vez en Hollywood) amenazaron con amesetar su carrera y convertirla en una figura light, el director español llegó a su rescate y la terminó de consagrar con Volver. Así apareció su primera nominación al Oscar y una actuación.
“Creo que la película mostró lo que yo era capaz de dar”, reconoció. “Fue un trabajo muy emocional y en muchos casos más demandante que todos los otros que había hecho hasta entonces”, contó más de una vez acerca de aquella comedia dramática sobre tres generaciones de mujeres españolas en la que Penélope encarna a la mujer de un obrero desempleado que toma las riendas de la situación.
Fue tal la potencia de su actuación que llamó la atención de nada menos que Woody Allen, que en su plan de aquel entonces de filmar en las grandes ciudades de Europa, la convocó para grabar su drama barcelonés Vicky Cristina Barcelona, otro papel consagratorio. “Me gustó mucho trabajar con él porque es muy amable y sencillo en lo que requiere en un set. No pierde tiempo en tonterías y simplemente te guía para lo que tenés que hacer”, contó Cruz en entrevistas de la época. Una característica, la de Allen, que le permitió a Penélope descansar de su perfeccionismo: la necesidad de repetir las escenas una y otra vez hasta que quedaran perfectas. “Con Woody eso fue imposible.”
En el film, donde compuso a la ex pareja de un pintor pasada de nervios pero al mismo tiempo irresistible, Penélope volvió a toparse con Javier Bardem, su partenaire en Jamón Jamón, y reavivó el fuego entre ambos. “Con Javier nos interesa cuidar lo que tenemos por eso no nos gusta hablar de nosotros en las entrevistas”, contestaba esquiva cuando se la consultaba sobre aquel explosivo romance (se trataba al fin de cuentas de las dos figuras más ascendentes del cine español en el star system de Hollywood) y la prensa tabloide no paraba de perseguirlos. El tiempo pasó, sin embargo, la pareja pudo consolidarse, y vinieron los hijos: Leonardo (nacido en 2011) y Luna (en 2013).
Antes, la actriz había tenido una mucho más misteriosa relación con Tom Cruise (a quien conoció en la remake estadounidense de Abre tus ojos, Vanilla Sky) que se prolongó tres años. Y que no casualmente coincidió con una etapa poco fértil a nivel películas. “No me siento cómoda hablando de aquella relación. Sí puedo decir que es una gran persona y que me parece injusto cómo lo trata la prensa a veces”, le dijo a la CBS en su momento.
Hoy, consustanciada con campañas a favor de una maternidad “más natural” (en las que se subrayan los beneficios de dar pecho, por ejemplo), suele aclarar que sus ritmos de trabajo son más lentos. Y que la familia ocupa un lugar preponderante. Sin embargo, y por suerte, eso no significó hasta ahora retacear su presencia en la pantalla grande sino, en todo caso, elegir aun mejor sus papeles y escaparle todavía más al ambiente: “Mi vida social nunca fue la noche. No soy de ir a fiestas, sólo a las de mis estrenos o a los de mis amigos. Nunca me interesó esa otra cara de Hollywood”, vuelve a posicionarse clara y decidida respecto a su futuro, como cuando lo hizo casi 25 años atrás y se juró no ser una lolita pasajera tras el impacto de Jamón Jamón. Por ahora, lo viene logrando.
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