26 Apr Las fiestas de la New York Fashion Week compiten con la pasarela
Por Juana Libendinsky
Lo más importante es que no parezca que es importante. Uno puede postear en su blog largos párrafos sobre la excitación que sintió al abrir el sobre y ver la invitación (gris o plateada, como corresponde a una primavera-verano 2014 que se viene relativamente sobria; o flúo, que es el look alternativo aceptable). O también puede poner miles de fotos de lo que, en principio, pensaba ponerse y luego descartó, así como las opciones varias que reemplazaron al vestidito de Philip Lim o vintage Oliver Theyskens original. También hay que subrayar online cómo al final la decisión fue los pantalones de la última colección de Victoria Beckham: después, de todo, quien todavía piense que es una Spice Girl que no sabe diseñar (ni cantar) se quedó totalmente en los 90.
Y los accesorios, claro, son un tema aparte y digno de “instagramear” a todos los conocidos con lo más nuevo que se está considerando: ¿qué tal la cartera de Yliana Yepez, la próxima Louis Vuitton?, ¿les gusta este cubre iPhone en animal-instincts (nunca jamás llamarlo animal print) de Milly?
Finalmente está el tema de cómo llegar: la realidad es que con el tráfico de la Gran Manzana, la única forma confiable de moverse es el subte. Pero “antes muerta que sencilla”, como bien decía la canción. Las tradicionales limusinas de Nueva York quedaron prácticamente para turistas cursis, con lo cual hay que conseguir una cuatro por cuatro negra con chofer que también parezca guardaespaldas, aunque lo más cool es que tenga acento inglés y abdominales marcados sin estar inflado de esteroides. En última instancia, siempre se le puede pedir al conductor del humilde taxi amarillo (mucho senegalés que ama a Maradona esta temporada) que estacione discretamente… a la vuelta de la esquina.
Eso sí: lo que nunca, nunca, hay que hacer es mostrar ninguna emoción o alegría por estar entrando a una de las exclusivas fiestas de la New York Fashion Week. Es más, a veces con la simple cara de aburrido no basta: según una nota que incluso The New York Times sacó al respecto, ya es casi de rigor quejarse, el signo último de que uno es claramente un insider del mundo de la moda.
La realidad es que para muchos los eventos que acompañan a la Fashion Week se han vuelto incluso más importantes que los desfiles en sí. Son, además, la posibilidad de ver mucha de la ropa de los diseñadores en vivo y en directo, es decir, en movimiento real, antes que sobre la pasarela. ¿La causa? Muchas de las invitadas top suelen llevar la ropa del anfitrión como una cortesía, con el claro objeto de hacerle propaganda al ser retratadas en las revistas del momento.
Por otra parte, aunque sólo se pueda reconocer por lo bajo, estas celebraciones suelen ser divertidísimas. La semana de esta redactora, por ejemplo, empezó con el tradicional almuerzo que el Couture Council del Fashion Institute of Technology realiza anualmente en honor a algún diseñador magnífico. Este año, el elegido fue Michael Kors.
En el comité de honor estaban Iman (cada día más espectacular, por cierto), Hilary Swank, Anna Wintour (of course) y Karolina Kurkova.
Entre la gente de sociedad había representantes de las familias Kennedy y Rockefeller. También aristocracia europea (Elizabeth von Thurn und Taxis, columnista de Vogue y visitante frecuente de la Argentina) y del rock and roll (Alexandra y Theodora Richards, hijas del Rolling Stone).
El menú, mientras tanto, era una copiosa ensalada de la cual, en general, las invitadas comieron sólo la parte de hojas verdes. Cuando llegó el postre de torta con helado y confites de chocolate, se levantaron como si la mesa se hubiera puesto en llamas, pero aparentemente ése es un comportamiento habitual en Nueva York. Aquí los carbohidratos son el Anticristo y siempre hay que salir corriendo hacia otro evento marcado en la agenda.
Por supuesto, siempre hay alguna excepción: como no había podido probar bocado al tener que posar para tantas fotos, la presidenta del Couture Council y gran socialite latina, Yaz Hernández, tranquilamente esperó a que se fueran todos y se llevó a su glamoroso circulo íntimo a comer hamburguesas al bar de enfrente.
La agitadísima semana terminó tras el último desfile, en la megadisco que armó Calvin Klein para celebrar los diez años de su diseñador, Francisco Costa. Fiel al espíritu de la marca, se realizó en un espacio industrial en Chelsea, todo minimalista y urbano, pero a la vez muy sexy.
Rooney Mara, cara de su nuevo perfume, estaba im-pe-ca-ble. Los grandes editores de revistas, casi todos convertidos en celebridades en sí, tenían en cambio ya algo de círculos oscuros bajo los ojos después de unos días bien intensos, pero lo cierto es que en ese contexto tan downtown, el look gastado quedaba muy bien.
Entre las fiestas que hubo en el medio, el fotógrafo argentino y gran habitué de la noche neoyorquina, Sebastián Faena, señala que lo mejor fue el ágape en el Fours Seasons para celebrar el éxito del documental sobre la ex directora de la Vogue francesa, Carine Roitfeld. Dicho sea de paso, vale la pena mencionar que allí Roitfeld hace frecuentes menciones a su joven fotógrafo de cabecera, “sensible y talentoso”. En plena simbiosis, editora y fotógrafo luego fueron juntos a un show superexclusivo de Lady Gaga en la fiesta de V Magazine. “Retrataste a Lady Gaga desnuda para una revista, ¿te parece que luce mejor con ropa o sin ella?”, le pregunté. Y su respuesta fue contundente: “La verdad es que no había mucha diferencia, casi no tenía nada puesto en el escenario, pero tocó de sus temas nuevos, que son menos pop y más rockanroleros. Se acerca a David Bowie y es muy espectacular”.
La gran ausente entre los argentinos fue la “it girl” Sofía Sánchez Barrenechea. “Me estoy tomando unas vacaciones de la Fashion Week -confesó por e-mail-. Pero a mí me gusta cuando se hacen reuniones íntimas después de los desfiles, así uno puede charlar tranquilo con amigos y ponerse al día. O hacer la propia fiesta y escaparse de la locura. ¡Los días de show son tan intensos que a la noche uno termina muerto!”
Por supuesto, para la temporada próxima, promete volver.
LA NACION