21 Apr Gabriel García Márquez: el escribidor que fundió la magia con el idioma de un continente
Por Graciela Melgarejo
Pocos comienzos de una obra literaria en español serán recordados como estos dos: “En un lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme” y -hoy, más que nunca- “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde en que su padre lo llevó a conocer el hielo”. El comienzo de Cien años de soledad es, también, fundacional: en él está resumida la esencia de lo que se llama en literatura contemporánea “el boom latinoamericano”, ese realismo mágico que caracteriza de tan diversas formas a una región caótica en busca de su identidad.
Nacido el 6 de marzo de 1927 en Aracataca, un pueblo de la costa atlántica colombiana, le cupo a Gabriel García Márquez ser el hijo mayor de la familia de doce hermanos que habían conformado Gabriel Eligio García, el padre, y Luisa Santiaga, la madre, hija de un coronel que siempre se opuso a la unión entre la integrante de una prestigiosa familia aracateña y un inmigrante arrastrado hasta la localidad por la fiebre del banano, telegrafista de oficio. Y sin saberlo ninguno de ellos, quedaba así sellado el destino literario de ese primer hijo, a quien su familia y el mundo conocerían un día simplemente como “Gabo”.
Como escritor, encontró en los primeros años familiares, en especial junto a sus abuelos, todo el universo mítico y narrativo que desarrollaría después. Pero también está el otro García Márquez, el periodista, que alumbró algunos escritos excepcionales.
Cuando se instala a vivir, en 1947, en Bogotá, está decidido a estudiar derecho; eso no habría de durar, aunque haya hecho hasta cinco cursos (“me aburría a morir esa carrera”, confesó alguna vez), porque muy pronto empieza a escribir para el periódico El Espectador. Entonces conoce al poeta Álvaro Mutis, a Camilo Torres -el cura guerrillero que morirá cruelmente asesinado- y a su gran amigo, Plinio Apuleyo Mendoza. También asiste a las manifestaciones a raíz del Bogotazo, el asesinato del político aspirante a la presidencia de Colombia Jorge Eliecer Gaitán, en 1948, cuyo recuerdo dejará huellas en toda la literatura colombiana de esas décadas, conocida como “literatura de la violencia”.
Primero en Cartagena, en el diario El Universal, y luego en Barranquilla, en El Heraldo, comienza a dedicarse al periodismo, pero, contemporáneamente, escribe su primera novela La hojarasca (1955). En ese ínterin, gracias a los nuevos amigos del Grupo de Barranquilla -Germán Vargas, Álvaro Cepeda y Alfonso Fuenmayor- que se reúne en el Café Happy y el Café Colombia, empieza un período de intensa formación intelectual con la lectura, entre otros, de Kafka, Joyce, Virginia Woolf, Ernest Hemingway y, por sobre todo, William Faulkner, a quien reconoció siempre como su maestro.
Vuelto a Bogotá en 1954, el periodismo es definitivamente una pasión, a la que agrega la de crítico de cine. Su prosa, que tanto aman sus lectores, asimila las virtudes del oficio: la síntesis y la transparencia, y los personajes inusitados que pueblan sus crónicas, dscriptos con precisión maestra. En 1955 publica en El Espectador, en veinte días consecutivos, Relato de un náufrago , la historia de Luis Alejandro Velasco, tripulante de un buque militar que logró sobrevivir sin comida durante diez días en alta mar tras caer de la nave y por culpa de un cargamento de contrabando que se soltó de la cubierta y no por una tormenta, como quiso hacer creer la armada colombiana (ese mismo relato, con ese nombre, se publicará como libro en 1970).
Justamente, para aplacar las iras gubernamentales desatadas por Relato de un náufrago , viaja a Europa como corresponsal. Son cuatro años de intensa formación: Ginebra, Roma y finalmente París. Allí recibe la noticia de que El Espectador había sido clausurado junto con un cheque para el pasaje de regreso, pero Gabo no estaba dispuesto a ninguna vuelta apresurada. Pasa grandes penurias económicas, pero empieza a escribir: de ese período saldrán, más tarde, la gran nouvelle El coronel no tiene quien le escriba (1961), un episodio desprendido de lo que sería luego una novela en sí, La mala hora (1962).
Vuelto a América latina, en 1958, se instala un tiempo en Venezuela, como redactor en la revista Momentos, y es testigo del bombardeo aéreo y del asalto al palacio presidencial, hechos que concluirán finalmente con el derrocamiento del dictador Pérez Jiménez. Aquellos sucesos, vividos intensamente, derivarían 17 años después en la gran novela sobre la dictadura: El otoño del patriarca (1975).
VIAJES, HIJOS, ESCRITURA
En un viaje relámpago, se casa en la iglesia de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro de Barranquilla con su novia Mercedes Barcha, a quien había conocido en sus épocas de estudiante de derecho en Sucre. Mercedes, que lo sobrevive, ha sido su mujer y su musa durante 56 años.
Nacido su primer hijo, Rodrigo, en 1959, en Bogotá, toda la familia se traslada a Nueva York, en donde García Márquez es corresponsal de Prensa Latina, hasta que, tras recibir críticas y amenazas de la CIA y de los exiliados cubanos por el contenido de sus reportajes, decide instalarse en México. Allí, en 1962, nace su segundo hijo, Gonzalo. También ese año se publica una recopilación de relatos, Los funerales de la Mamá Grande , en los que vuelve a aparecer el mundo mágico del pueblo de Macondo.
Sin embargo, ya había empezado a rondar por la cabeza del escritor la idea de contar una historia muy personal, la de una familia y sus historia fantásticas. Se encierra a escribir la novela de Macondo y los Buendía, después de conseguir unos ahorros (con la ayuda de la familia y de los amigos) y 18 meses después concluye Cien años de soledad , la gran novela latinoamericana, el ejemplo máximo del boom y de un período de enorme riqueza expresiva de toda la lengua española, de algún modo resumida en esta obra.
Publicada en junio de 1967 (los avatares de su publicación han sido contados miles de veces por los protagonistas), vendida en pocos días la primera edición -en tres años se venderán más de medio millón de ejemplares-, el nombre de Gabriel García Márquez ingresa definitivamente en la historia de la literatura universal. Contemporánea de la obra de Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar, Augusto Roa Bastos, Guillermo Cabrera Infante y Carlos Fuentes, la de García Márquez, a partir de Cien años de soledad , logró resumir en un solo título toda la esencia de un movimiento literario y cultural único, solo comparable con la originalidad y la fuerza del modernismo. Fue quizás el Rubén Darío del siglo XX.
EL PREMIO NOBEL
De 1967 en adelante, García Márquez habría de publicar casi 40 obras más, entre novelas, libros de cuentos, textos periodísticos, una obra de teatro y una autobiografía, Vivir para contarla (2002). Muchos de ellos fueron y siguen siendo grandes éxitos literarios y de ventas: el ya mencionado El otoño del patriarca (1975); una novela perfecta, Crónica de una muerte anunciada (1981); la historia de amor de sus padres, El amor en los tiempos del cólera (1985); su particular visión de la muerte de Simón Bolívar en El general en su laberinto (1989), y su última obra de ficción, Memoria de mis putas tristes (2004).
En el medio están, por supuesto, su pelea, en 1976, con su hasta entonces gran amigo Mario Vargas Llosa (que le dedicó Historia de un deicidio , en 1971), el asilo político en México, sus años de residencia en Barcelona (de 1968 a 1974), su amistad con poderosos líderes políticos y, en particular, con Fidel Castro. Y, por supuesto, en 1982, el premio Nobel de Literatura, que no fue solamente la coronación de una trayectoria literaria excepcional, sino el homenaje a todo el movimeinto cultural de su región, América latina.
Hay también, dos creaciones fundamentales que lo tienen como motor principal: en 1986, la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano y, en 1994, la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI).
Parafraseando al gran creador que acaba de morir -que decía que el periodismo es “el mejor oficio del mundo” y que escribió el cuento El ahogado más hermoso del mundo -, podemos decir que Gabriel García Márquez regaló a los lectores una de las obras literarias más hermosas del mundo.
LA NACION