12 Apr Mario Testino: El hombre que amaba (y fotografiaba) a las mujeres
Cuando Mario fotografía a una gran estrella (y también a algún chico o chica que acaba de ver en un club en Río o Shangai o El Cairo), tiene lugar un encuentro entre iguales. Es un hombre de su tiempo. Y sus reproducciones de la cultura pop lo han convertido a él mismo en un ícono. Pocas veces Anna Wintour, la todopoderosa editora de Vogue USA -indiscutida y ubicua biblia del periodismo de moda -elogia tan encendidamente a otra star de la constelación fashionista. Viniendo de quien inspiró el personaje protagónico de la película El diablo viste a la moda, la valoración tiene peso de ley.
Para quien no frecuenta las publicaciones del rubro, el nombre de Mario Testino quizás resuene como un eco apagado. Sin embargo, nadie que en los últimos 32 años haya consumido medios habrá permanecido indiferente a cientos (miles) de retratos oficiales de royalties europeas, campañas publicitarias de brands deluxe y producciones de estilismo editorial con las top models más cotizadas que llevan, en el orillo, la marca Testino. ¿Que cuál es ese sello inconfundible? El desparpajo con que entroniza a sus protagonistas, no como objetos sino sujetos de deseo.
Irreverencia y erotismo
Con un montaje de sensorialidad orgánica pocas veces visto en el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (Malba), el 14 de marzo cortó cintas In your face, la primera mega retrospectiva de Testino en la Argentina, que podrá visitarse hasta el 16 de junio. Estrenada a fines de 2013 en el Museum of Fine Arts de Boston, donde convocó a más de 150 mil espectadores, es una selección de 122 imágenes que, a modo de manifiesto profesional (y vital), celebran la belleza femenina como la combinación irreverente de elegancia y erotismo. En las 6 salas dedicadas a su obra, las gigantografías de Kate Moss, Madonna, Nicole Kidman, Courtney Love, Rihanna y Gwyneth Paltrow producen fascinación y vértigo, aunque no sean inéditas, aunque las hayamos visto mil y dos veces en Vogue, Vanity Fair, Allure, GQ… Un cosquilleo incierto pero inobjetable, digamos.
Me gustan la desnudez, la sensualidad y la controversia. Cuando lo entendí, comencé a triunfar en la fotografía de moda porque me permití expresar mi mirada de latino. Es fácil hacer fotos buenas, aprender a iluminar y dominar la técnica: lo verdaderamente desafiante es encontrar quién eres. Porque una imagen sólo es válida cuando dice lo que piensas del personaje antes de que los demás siquiera se lo pregunten. Ser fashion photographer es ejercer la seducción para que las celebridades te den lo que a nadie más le entregaron. Bueno, es como sucede en la vida misma, confesó, con encantadora picardía, en el exclusivísimo preopening para prensa especializada.
Y, con honestidad brutal, contó: Crecí vanguardista en una ciudad conservadora, como era Lima en 1954. Pronto me di cuenta de que no puedes controlar lo que eres. ¡Si vieran fotos de mi juventud, se preguntarían cómo podía salir así a la calle! Cuando tenía 16 años, viajaba como traductor de mi padre, que era ejecutivo de una compañía estadounidense. Como premio, me daba tres días para salir de compras para mi madre y hermanas. Creo que allí está la base de lo que hago. Porque, en definitiva, es como jugar con muñecas: elijo la ropa, armo el decorado y tomo una imagen que le cuenta una historia al mundo. De esos viajes, volvía con tres maletas para mis hermanas y siete para mí. Las revistas empezaron a pedirme que posara con mis looks. Así descubrí lo que es la imagen de moda. Y acabé yéndome a Londres, donde vivo desde 1976. A veces, mi sueldo de mesero no me alcanzaba ni para costearme el corte de cabello. Me invitaban a muchas fiestas, a las que no faltaba porque era una cena segura. Allí conocí a modelos, cantantes, performers y artistas que necesitaban fotos. Era lo que sabía y quería hacer. Y aproveché la oportunidad.
EL CRONISTA