09 Apr De Rusia con amor
Por Ezequiel Fernández Moores
Lideró primero un circuito paralelo porque el tenis femenino rechazaba el profesionalismo y luego, ya campeona, avisó que no jugaría el US Open de 1973 si las mujeres no ganaban el mismo dinero que los hombres. Ese año ganó en tres sets “La Batalla de los sexos”, un desafío televisado a 37 países ante un misógino excampeón de Wimbledon y exnúmero uno del mundo, Bobby Riggs, que tenía 55 años, contra 29 de ella. Ya público que había tenido un aborto, Billie Jean King, acosada judicialmente por una amante, dejó a su marido en 1971 y avisó a su familia obrera y metodista que era lesbiana. Ganó 39 títulos de Grand Slam, Salones de la Fama y numerosas distinciones. La revista Life la incluyó entre las cien personalidades más importantes de Estados Unidos del Siglo Veinte, única mujer deportista de la lista. Y LGTB (Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales) la premió por su lucha. Este viernes, en Sochi, una rica ciudad rusa sobre el Mar Negro, Billie Jean King encabezará la delegación de Estados Unidos en la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos de Invierno. “Un golpe genial” de Barack Obama contra Vladimir Putin y su polémica legislación antigay, afirmó USA Today, en plena crisis de Siria y el caso Snowden. El primer gran acontecimiento deportivo de 2014 iniciará como en los viejos, cuando los Juegos eran escenario de la Guerra Fría.
“A veces -había afirmado Billie Jean King en setiembre pasado- creo que necesitamos un ‘John Carlos moment'”. Lo dijo pensando en algún atleta que, violando la prohibición del Comité Olímpico Internacional (COI), se anime a protestar en un podio de Sochi contra la nueva ley antigay rusa. John Carlos fue el atleta negro que, junto con Tommie Smith, hizo el saludo del “Black Power” en un podio de México 68. Protestaron, en rigor, por la situación de los negros en Estados Unidos. Fueron echados de por vida de los Juegos por Avery Brundage. Presidente primero del Comité Olímpico de Estados Unidos y luego del COI y fuerte defensor de los Juegos Olímpicos que Hitler celebró en Berlín 1936, Brundage apoyó también los Juegos de Invierno que el COI cedió ese mismo año a la ciudad alemana de Garmisch-Partenkinchen, en Baviera. Esos Juegos invernales, ignorados por muchos, fueron otra fiesta nazi. Brundage ignoró la carta que le enviaron dieciséis atletas católicos de Dusseldorf, arrestados porque se negaron a fusionar su club a las Juventudes Hitlerianas. Fue la edición más vergonzosa en la historia de los Juegos invernales, por mucho que Occidente quiera darle hoy esa categoría a los Juegos de Sochi, que, eso sí, serán los más caros y protegidos de todos los tiempos. Unos 50.000 millones de dólares de presupuesto total. Con más soldados y policías (40.000) que atletas (6.000), ante el temor de kamikazes chechenos. Y con los atletas que, según ironizó Marina Hyde en The Guardian, estarán obligados por el COI a cumplir un nuevo lema olímpico: “Más rápido, más alto, más fuerte.y en silencio”.
Apenas medio centenar de deportistas firmó la semana pasada un documento público contra la ley antigay rusa. Sólo una docena de los firmantes participará en Sochi. The Washington Post publicó hace unos días citas textuales de legislación antigay. El texto, de inicio engañoso, termina aclarando que sólo una de esas citas correspondía en realidad a la nueva ley rusa que prohíbe propaganda gay en lugares públicos invocando la “proteccion” de menores. El resto de las citas, aclararon Ian Ayres y William Eskridge, profesores de Yale, pertenece a legislaciones de Utah, Arizona, Alabama y Texas. Forman parte del total de 29 estados de Estados Unidos cuyas leyes hasta autorizan despidos según la orientación sexual del empleado. Harvey Fierstein, famoso actor gay y escritor teatral de Estados Unidos, pidió un boicot a los Juegos de Sochi. Pero dijo también que Estados Unidos debió boicotear los Juegos de Invierno de 2002 celebrados en Utah, cuya constitución, recordó, prohíbe cualquier manifestación de apoyo a la homosexualidad. “Obama -ironizó- debería mandar a King a Utah”. En Rusia, donde la nueva legislación no hizo más que alentar un poderoso y generalizado sentimiento homofóbico, van más allá. Dicen que es Estados Unidos, con bombardeos a otros países y espionajes masivos, el que viola la carta olímpica. Y piden que la prensa occidental recuerde un viejo chiste que hacían en Rusia sobre los dos grandes diarios de otros tiempos: Pravda (Verdad) e Izvestia (Noticias). “No hay Pravda en Izvestia y tampoco hay Izvestia en Pravda”.
El alemán Thomas Bach, elegido en Buenos Aires nuevo presidente del COI, se alineó ayer con Putin y dijo que el costo de los Juegos es de 6.400 millones de dólares, similar a ediciones anteriores, y que los casi 50.000 millones restantes que atribuye la prensa se deben a que se reformó un viejo puesto balneario en una ciudad modernísima y con deportes para todo el año. Además de estadios y pistas, se construyeron 438 subestaciones trasformadoras, 17 centros de distribución de energía, dos estaciones termoeléctricas, tres plantas purificadoras de agua, más de 200 millas de caminos, 22 túneles, 55 puentes, 13 nuevas y renovadas estaciones de tren, cinco escuelas, seis centros médicos, 49 hoteles con 24.000 habitaciones, un nuevo aeropuerto y, entre otras tantas obras, una vía férrea que une a Krasnaya Polyana, en las montañas, y costó al menos 8 millones de dólares, una cifra que supera todo el presupuesto de los Juegos de Vancouver, cuatro años atrás. Sochi, en rigor, forma parte de otros numerosos megaproyectos de la era Putin, como los estadios para el Mundial de la FIFA de 2018 que costarán 20.000 millones. Y como otras obras gigantescas que no tienen que ver con el deporte. A las críticas por explotación de trabajadores inmigrantes y daños ambientales, Sochi, según políticos opositores citados por la prensa de Occidente, sumó denuncias de corrupción. Todas las obras a los amigos de Putin, incluído Roman Abramovich, presidente del Chelsea, a cargo de la construcción del centro de prensa. “La estafa más grande en la historia de Rusia”, afirmó a The New York Times Boris Nemtsov, funcionario en los tiempos acaso no menos corruptos de Boris Yeltsin. Jean Paul Marthoz, del Comité de Protección de Periodistas (CPJ) me envía un informe devastador de casi veinte páginas y decenas de entrevistas, que incluye el silencio de la prensa controlada por el gobierno y las represalias contra los denunciantes.
Anatoly Pakhonov, elegido alcalde de Sochi con el 77 por ciento de los votos, ganó espacio en la prensa cuando dijo que no conocía que hubiese homosexuales en su ciudad. “Estimado alcalde”, le escribió el joven Andrei Oziorny, “en Sochi, una de las ciudades más tolerantes de nuestro país terriblemente homofóbico, hay muchos gays. Yo soy uno de ellos”. Oziorny aconsejó a Pakhonov que visite clubes nocturnos donde vería “muchos rostros conocidos”, inclusive empleados de la alcadía, “gente que probablemente se sienta con usted en una oficina o en una mesa”. Algunos críticos afirman que el COI eligió mirar hacia otro lado por el dinero y proponen volver a los Juegos de antes. En rigor, en los primeros Juegos de la era moderna reflotados por el barón de Coubertin las mujeres ni siquiera tenían chance de competir. Y en los de la Antigua Grecia, los Juegos, se supo tras muchas décadas de censura, eran una buena ocasión para que los hombres, como era natural en aquellos tiempos, tuvieran relaciones con los más jovenes. “Feliz es el amante que entrena desnudo -escribió el poeta Teognis de Megara- para volver a casa y dormir todo el día con su bello chico”. Pero los tiempos, es cierto, cambiaron. Lo reflejó días atrás el dirigente olímpico Mario Pescante cuando criticó la decisión de Obama de enviar a Sochi a Billie Jean King: “Es absurdo -dijo Pescante- que Estados Unidos envíe a cuatro lesbianas sólo para demostrar que en ese país los derechos de los gays son mancillados”. Y Pescante, que luego debió pedir disculpas, no es ruso, sino italiano.
LA NACION