Los 36, la edad deseada

Los 36, la edad deseada

Por Soledad Vallejos
La mayoría de las pacientes de la doctora Mónica Millito, especialista en cirugía plástica, llega al consultorio con un mismo deseo: parecer de 36. Así de concretas, ni uno más ni dos menos. “Las que pasaron los 40 no añoran la juventud de los veintipico, no les interesa, lo que buscan es recobrar la frescura que conservaban a esa edad, porque es a partir de los 36 años cuando comienzan a marcarse los surcos nasogenianos y la acentuación de las ojeras, lo que estéticamente se conoce como la famosa V invertida -señala la especialista, que advirtió el mismo fenómeno en su viaje reciente a los Estados Unidos-. Pero lo notable es que también vienen muchas chicas jóvenes con fotos de referentes de mujeres más grandes que ellas. Es que una mujer de esa edad, con hábitos saludables y que ha sabido cuidar su cuerpo, suele verse sensual, atractiva y con muchas más herramientas que una jovencita a la hora de conquistar a un hombre. Sabe cuáles son sus puntos fuertes y sus debilidades, y suele tener más certezas sobre el lugar que ocupa y las cosas con las que verdaderamente quiere conectarse.” Desde el punto de vista de la imagen y la belleza -una demanda social actual que suele inquietar a la mujer mucho más que al hombre-, el deterioro físico y la pérdida de juventud no acechan todavía en la cabeza de una mujer de 36.
Como dice Hebe Perrone, directora de la carrera de Psicología de la Fundación Barceló, se trata de una etapa de empoderamiento. “Es joven y, al mismo tiempo, la sociedad ya la reconoce como adulta. Y si postergó el deseo de ser madre en pos de un crecimiento profesional, las posibilidades de procreación no se ven amenazadas como a los 40. A esa edad, ya hay experiencia y un camino recorrido, pero queda mucho por recorrer.”
Una medida de experiencia, unas gotas de adultez, un desarrollo profesional consolidado, autodefinición adquirida, una buena porción de independencia económica, posibilidad de procreación, un elevado grado de vitalidad y la juventud que acompaña en su medida justa. La receta de un cóctel casi perfecto. Lo que en glosario criollo podría definirse como “a punto caramelo”. En la curva de la vida, la plenitud de la mujer aflora a los 36 años. Un número simbólico del empoderamiento femenino. Una etapa central -como señalan varios expertos- donde las curvas biológica y psicológica de la mujer se encuentran en la cúspide. La barrera de los 35 ya fue cruzada, pero para la famosa crisis de los 40 (aunque sólo disten cuatro años), el horizonte se ve aún lejano, promisorio.
Tamara Lisenberg es diseñadora industrial, egresada de la Universidad de Buenos Aires, y completó su formación con estudios y trabajos de alfarería, orfebrería y fotografía profesional. Hace más de diez años que se dedica a diseñar joyas. En 2011, ganó el concurso Young Entrepeneur Award, organizado por el British Council junto con el Centro Metropolitano de Diseño, y representó a la Argentina en la 100% Design Fair y London Fashion Week. A partir de allí, la curva del crecimiento nunca se detuvo, y sus diseños gozan de prestigio internacional. Pero en estos últimos años, el deseo de ser madre se hizo cada vez más fuerte. Hoy, Tamara tiene una hija de 13 meses, trabaja todos los días en su atelier y disfruta de la maternidad. Todo, a sus 36. “Chiara llegó en un momento de solidez personal y laboral, donde yo sentía que le podía hacer frente a todo. Me siento cómoda con mi cuerpo y pude volver a conectarme. Retomé yoga, me importa mucho la alimentación y trato de cuidarme. Salvo por el cansancio lógico de tener un bebe, de ocuparme de la casa y de seguir trabajando todos los días, me siento mejor que nunca.”
Plena y multitasking. A esta edad, las exigencias en una mujer implican, a veces, una doble y hasta triple jornada, como señalan los expertos, sobre todo en los sectores medios, en los que la mujer busca con gran esfuerzo el desarrollo paralelo de lo personal y el ámbito profesional. La psicóloga Analía Benvenuto, docente de psicología social de la Universidad Abierta Interamericana (UAI), reconoce el poder de las herramientas adquiridas en esta etapa para batallar ante las dificultades, tanto en lo público como en lo privado. “Pero hay que demostrar que se puede afrontar todo, por eso suele ser también un lugar de mucha exigencia. A los veintipico todavía se está en las promesas, estudiando, proyectando un futuro. A los treinta y pico, ya hay que demostrar qué se hizo.”
Según los manuales de psicología evolutiva, “se espera que el adulto joven se haya adaptado a la sociedad en la que vive, pueda cumplir con un trabajo y mantener relaciones estables con una pareja, llegando, en muchos casos, a formar una familia”. No cumplir con las pautas, claro está, genera frustraciones, culpas y ansiedades y, como advierte el psiquiatra Juan Manuel Bulacio, especialista en estrés y ansiedad y presidente de la Fundación de Investigación de Ciencias Cognitivas Aplicadas (Iccap), “las condiciones de exigencia y competitividad en las que actualmente vivimos incrementan las dificultades para alcanzar nuestros deseos, por eso en los treinta y pico hay un momento de fricción”. De todas formas, a pesar de los múltiples y diversos escenarios que puedan representarse a esta edad, Bulacio coincide con la hipótesis de plenitud a los 36 años. “Es un planteo interesante, porque la mujer atraviesa una meseta donde la curva psicológica y biológica se encuentran y coinciden. Es joven, adulta, puede competir en belleza con cualquiera y, potencialmente, genera mucho más atractivo. Es verdad que hay altas expectativas sobre lo que se pudo cumplir, pero, a la vez, hay perspectivas y tiempo para ir en búsqueda de lo que no se logró aún.”
Tiempo. Para Mariana Tellechea, bailarina, psicóloga e instructora de yoga, eso es lo que sobra. Después de dedicarle más de 20 años a la danza y vivir en distintas ciudades del mundo, quiso estudiar psicología, y con 30 cumplidos obtuvo su licenciatura. Por ese entonces, también descubrió el yoga y comenzó a practicarlo intensamente. “Fue una herramienta de transformación para mí, que me prepara cada día en distintos planos, tanto en el físico, como en el psicológico y el espiritual -asegura-. ¿Si estoy plena a los 36? Es una edad maravillosa, siento mucha libertad, adoro mi trabajo y conservo entera la capacidad para iniciar nuevos caminos, nuevas elecciones. De hecho, este año comencé a estudiar otra carrera universitaria, osteopatía”, cuenta Mariana, que todos los días da prácticas grupales de ashtanga yoga en el estudio palermitano de Calu Cuadrado (marianatellecheayoga.blogspot.com.ar). Mariana no tiene hijos, aunque el deseo está presente y las posibilidades también. “Igual no tengo una visión biologicista de la maternidad. Creo que es una elección, pero nunca tomé las decisiones de mi vida sobre la base de eso.”
LA NACION