Los versos de una transgresora que retrató la vida neoyorquina

Los versos de una transgresora que retrató la vida neoyorquina

Por Ivana Romero
A mediados de los ’50 Dorothy Parker fue entrevistada por Marion Capron para The Paris Review. Allí, la escritora habló de su paso por revistas femeninas en la primera década de 1900, cuando tenía 20 años, donde comenzó a despuntar esa mirada ingeniosa y cáustica que finalmente se convertiría en su marca de agua. “En Vogue escribía títulos como ‘Este vestidito rosa le ganará un enamorado’, esa clase de cosas. Es raro, pero había mujeres comunes trabajando en Vogue, nadie muy chic. Eran mujeres decentes, agradables… pero no eran adecuadas para esa revista. En las páginas virginizaban los modelos para chicas duras convirtiéndolos en amorcitos. Ahora las editoras son como deben ser: todas divorciadas y chic.”
Nada del universo de las mujeres de Nueva York se le escapaba. Nada de las costumbres de esa ciudad cosmopolita, en realidad, que fue plasmando en artículos y poemas publicados en Vogue, Vanity Fair y The New Yorker. Toda esa chispa permanece incandescente aun en versos que ella no quiso volver a publicar en vida y que ahora por primera vez se traducen al castellano.
Los poemas perdidos –editado por la española Nórdica, cuyos títulos se consiguen ahora aquí– reúne 122 textos que eran considerados, en su conjunto, una rareza. Y lo eran en gran medida porque Dorothy los archivó y porque en general es más conocida por su prosa. Ella misma le dijo a Capron: “Mis versos no sirven para nada. Enfrentémoslo, cariño, mis versos son terriblemente epocales… como cualquier cosa que alguna vez haya estado de moda, son espantosos ahora.” El tiempo demostró que esto no era así. En 1996, el crítico Stuart Silverstein publicó en Estados Unidos estos ciento y pico de textos bajo el título No much Fun (algo así como “no tanta diversión” aludiendo a un doble asunto: el sentido del humor de la escritora pero también, una vida que no estuvo exenta de problemas). Recién ahora ese material es traducido al español aunque, con buen criterio, el libro incluye también los poemas originales en inglés.
El volumen se abre con una extensa biografía de Dorothy, escrita por Silverstein. Nacida en 1893 en Nueva Jersey durante unas vacaciones familiares, Dorothy Roschild (ese era su verdadero nombre) vivió sus primeros años en un barrio exclusivo del Upper West Side de Manhattan y siempre se reivindicó como neoyorquina. De hecho, fue la primera mujer –con las tempranas crónicas de Djuna Barnes– en contar con refinamiento e ironía la vida de esa ciudad que se iba convirtiendo en la capital del mundo. Antes de cumplir cinco años, su madre murió, y su padre volvió a casarse. Finalmente él también muere y ella quedó, al igual que sus tres hermanos, sin un centavo de la discreta fortuna Roschild. Así que Dorothy se puso a buscar trabajo.
En septiembre de 1915, Vanity Fair publicó su primer poema, donde diseccionaba el diálogo casual de unas señoras acomodadas. A partir de entonces publicó unos 300 poemas, hasta los años veinte, en diarios y revistas. Al igual que gran parte de su obra –dos recopilaciones de poesía y siete libros de relatos– estos materiales no eran escritos por amor al arte sino que eran un modo concreto de ganar dinero para vivir.
De ella se han ventilado varios de sus amores, su pasión por los perros, su decisión de vivir en hoteles (murió en uno en 1967), sus intentos de suicidio. Pero a la par de una vida caótica (vistas de cerca, casi todas las vidas lo son) aparecen otros datos que ayudan a construir su perfil. Por ejemplo, escribió guiones para Hollywood como su amigo Scott Fitzgerald; se declaró públicamente comunista en 1934, y participó de la Guerra Civil Española. Y aunque el reconocimiento fue tardío, su biógrafa Marion Meade defiende la idea de que la escritura de Dorothy merece un lugar en el mismo puesto que Fiztgerald, John Dos Passos o William Faulkner, por citar otros varones del momento. Incluso la crítica feminista comienza a reconocerla como la autora más importante del período de entreguerras.
Los encargados de la traducción de Los poemas perdidos son Guillermo López Gallego y Cecilia Ross. En una nota reciente, ellos explican que intentaron restituir la perfección formal de los poemas pero también mantener la imperfección de algunos versos menos logrados que, en definitiva, forman parte de la construcción de un estilo. También señalan el desafío de mantener el sentido del humor de Dorothy en juegos de palabras y usos de argot. El resultado es desparejo.
Por suerte, en esta edición bilingüe el lector puede cotejar las decisiones tomadas por los traductores con el original, y sacar sus propias conclusiones. Lo más importante es que los poemas de miss Parker ahora estén aquí. Y hablan con una frescura que demuestra que el tiempo estuvo del lado correcto.
TIEMPO ARGENTINO