Dime qué locura tienes y te diré qué tenista eres

Dime qué locura tienes y te diré qué tenista eres

Estrellas, pero en definitiva seres humanos. Son escrutados por millones de personas desde la pantalla de TV. En la soledad del court dialogan con ansiedades y neurosis sin nadie con quien empatizar. No es fácil: dudas que asaltan, tensión física y mental, furia y hasta impotencia. Demasiada presión para arreglárselas sin recurrir a alguna superstición, tic o rutina que garantice más seguridad y autocontrol. Desde los mejores del ranking hasta los luchadores de Challengers y Futures, muy pocos escapan de los rituales, algunos ensayados puertas adentro y otros expuestos a las tribunas.
Hay patologías para todos los gustos. Si disfruta de una racha ganadora, Serena Williams usará las mismas medias sin lavarlas. Además, la campeona de 17 Grand Slams lleva sus ojotas al court y tiene una forma particular de atarse los cordones. Nunca varía: hace rebotar la pelota cinco veces antes del primer saque y dos antes del segundo. En Rafael Nadal, el Nº 1, se detectan a simple vista mil y una cábalas: además de acomodarse el calzoncillo y llevarse su pelo detrás de las orejas, siempre se asegura de que el rival cruce primero la red en los cambios de lado. Antes de cada partido alinea sus botellas de agua con las etiquetas mirando a la cancha y las ingiere respetando cierto orden, nunca una misma dos veces seguidas. El ex jugador británico John Lloyd sugiere que algún contrincante debería patearle las botellas y ver qué pasaría entonces.
Tomas Berdych se queda rígido con las piernas juntas detrás de la línea de base y, antes de sacar, da un paso firme hacia adelante con la pierna izquierda. En este Grand Slam, el checo luce una camiseta similar a la de Racing, aunque acá todos le recuerdan que se parece a un futbolista del seleccionado argentino. “Pero todavía sigo siendo un tenista”, responde sonriente. Su cuerpo técnico optó por las mismas remeras albicelestes de la firma H&M y los tres colaboradores parecen integrar un banco de suplentes de fútbol.
Showman como ninguno, Novak Djokovic lleva en cada Wimbledon a su caniche blanco, Pierre, que incluso lo acompaña por las galerías del All England hasta los camarines. A diferencia de muchos jugadores, al serbio no le gusta usar la misma ducha del vestuario dos veces seguidas. Y su obsesión por picar la pelota antes de su servicio ya es legendaria. “Mi récord fue en 2007, durante una serie de Copa Davis ante Australia. Piqué la pelota 38 o 39 veces”, apunta.
Roger Federer es un obsesionado del número 8, su favorito. Busca ocho aces en el calentamiento antes del arranque del match y se frota las manos con su toalla ocho veces en el final de cada set. Se asegura ocho botellas de agua y carga con ocho raquetas. También suele acomodarse el pelo hacia el costado cuando camina de un lado al otro de la cancha. Su amigo Juan Martín del Potro se levanta varias veces la parte izquierda del pantalón a la espera del servicio. Y cada vez que viaja al US Open, la Torre de Tandil se aloja en la misma habitación del mismo hotel en Nueva York.
Caprichos que se vuelven un hábito. El uzbeco Denis Istomin quiere que el ballboys que le sostiene su toalla también le entregue las pelotitas. “Si gano el punto, sigo con él o ella. Si pierdo, cambio por otro chico.” Si el francés Richard Gasquet obtiene el punto, en el siguiente querrá utilizar la misma pelota ganadora. Frecuentemente, este exquisito estilista del revés cambia los grips de sus raquetas durante los descansos. Andy Murray es uno de los más transparentes en el análisis de su lenguaje corporal. Al recibir el servicio balancea su cuerpo de un lado al otro, a menudo con la lengua afuera. Si pierde el primer saque tirará de su muñequera izquierda. Y si se estira su remera es porque está en problemas.
Como si fuera un trastorno obsesivo compulsivo, la rusa María Sharapova nunca pisa los flejes entre punto y punto. Respeta a rajatablas su rutina de saque: acomoda su encordado dándole la espalda a la cancha, luego se da vuelta, llega a la línea de base, salta en el lugar, se quita el cabello de la cara, pica suavemente la pelota dos veces y sirve. Lo de John Isner es más sencillo: hace rebotar la pelota entre sus piernas y después dispara su bazooka. Una de las compatriotas de Sharapova, Svetlana Kuznetsova, efectúa un giro de 360 grados sobre su eje en su camino para devolver el saque. Suena ridículo, pero a ella no le importa. Dominika Cibulkova parece que besara las pelotitas antes de sacar, aunque la rubia aclara que sólo las huele: “Me encanta el olor, y luego pienso que ese aroma me traerá suerte”. Jelena Dokic prefiere sentarse siempre a la izquierda de la silla del umpire. Mientras que espera el servicio, la croata se sopla la mano derecha y quiere que los ballboys le pasen las pelotitas desde abajo, no por arriba.
Victoria Azarenka adopta un look de boxeadora cada vez que llega a la cancha; asoma desde el túnel encapuchada y escuchando música con sus auriculares. La eslovaca Jarmila Gajdosova siempre bebe la misma cantidad de agua durante los descansos y el polaco Jerzy Janowicz no toca la afeitadora entre partido y partido si en un torneo continúa ganando; una copia de Bjorn Borg en cada uno de sus títulos de Wimbledon.
Algunos tenistas se vieron obligados a dar explicaciones. “No lo hago para irritar a mi rival, sino para estar lista para el siguiente punto”, rogaba la francesa Marion Bartoli, un caso extremo. Antes de que se retirara del tenis como reina en el césped inglés era pura electricidad: salía corriendo hacia su banco cuando terminaba el game y movía agitadamente los brazos como si quisiera liberarse de un par de esposas.
Allá estos artistas de la raqueta con sus locuras, como el también retirado Goran Ivanisevic, que se adjudicó Wimbledon en 2001 viendo a los Teletubbies todas las mañanas en su hotel y cenando siempre en el mismo restaurante londinense. Otra manía entre tantas, en un deporte cada vez más competitivo y apasionante.
LA NACION