13 Mar El escándalo que inauguró el Swinging London
Por Carles Gámez
Sexo, política y escándalos acostumbran a ser una combinación magnética, viscosa, y en algunos casos, bastante letal para sus protagonistas. De John Fitzgerald Kennedy a Silvio Berlusconi la hoja de servicios de la clase política está llena de manchas sospechosas que se extienden por despachos y salpican las mansiones de recreo y sus azules y transparentes piscinas. Hace cincuenta años un escándalo sexual sacudía el número diez de Downing Street del gobierno conservador de Harold MacMillan.
Lo que se conoció como el Caso Profumo –por el nombre del político protagonista– sazonaría una historia donde se mezclaban políticos conservadores, adulterios, call girls, estrellas de cine, espías rusos, orgías, proxenetas y guerra fría y que acabaría explotando en la cara de la Inglaterra de moral inmaculada de los primeros años sesenta. Como protagonistas principales: dos chicas jóvenes, atractivas y ambiciosas, Christine Keeler y Mandy Rice-Davies; un maduro Secretario del Ministerio de Guerra, John Profumo casado con una distinguida actriz del cine británico, Valerie Hobson, y como elemento vertebrador, un conocido y elegante médico osteópata de la buena sociedad, Stephen Ward, en funciones de intermediario de encuentros sexuales.
Aquella historia de secretos y mentiras, sexo y espionaje se ha trasladado ahora a los escenarios del West End londinense con la firma del rey midas de la comedia musical, Andrew Lloyd Weber y titulo de uno de los protagonistas, Stephen Ward. El caso que había merecido una adaptación cinematográfica, Scandal (Michael Caton-Jones, 1989) con John Hurt y Bridget Fonda y la música de los Pet Shop Boys, regresa de nuevo a la Inglaterra de los inicios del Swinging London de la mano del creador de El fantasma de la ópera.
El caso Profumo desveló la cara oculta de una sociedad conservadora que cubría sus mentiras y pecados bajo la máscara de la hipocresía victoriana. La misma moral hipócrita y censura que intentaba todavía prohibir una novela como El amante de Lady Chatterley al inicio de la década. La prensa más sensacionalista encontrará en el affaire material de sobra para alimentar el morbo durante meses con historias de orgías y veladas sexuales protagonizadas por políticos y prostitutas, proxenetas y espías rusos. La misma clase política entrara en un estado de paranoia y la posible revelación de otros escándalos, chantajes y redes de prostitución en las esferas del poder.
En medio del ojo del huracán, Christine Keeler, una joven de origen obrero que alterna sus trabajos ocasionales como modelo –posee un excelente físico de chica de portada– con los de corista en un conocido cabaret del Soho londinense, Murray’s Club frecuentado por artistas, políticos, hombres de negocios, etc.
Keeler, que a pesar de su juventud ya cuenta con un pasado sentimental bastante accidentado, conoce a Stephen Ward, este personaje que se mueve como pez en el agua entre la alta sociedad y que la acoge como su protegida. Gracias a él, su agenda de contactos sexuales se abre a otros horizontes más ambiciosos. Entre sus conquistas se encuentra el Secretario de la Guerra, John Profumo y el agregado naval de la embajada rusa y espía, Eugene Ivanov. Una combinación que acabará resultando explosiva para los servicios de inteligencia con el paisaje de la guerra fría y la llamada crisis de los misiles entre los Estados Unidos y la URSS.
Para su musical Andrew Lloyd Weber ha elegido como eje central la figura de Stephen Ward, medico osteópata por cuya consulta pasaban personajes como Winston Churchill, Ava Gardner y otras celebridades. Perfil del caballero esnob con sus elegantes gafas Wayfarer y corte traje Savile Row, Ward acabará siendo la víctima o chivo expiatorio del escándalo. Acusado de proxenetismo, se verá sometido a un proceso judicial que se celebra con más sombras que luces –testigos falsos, testimonios apañados por la policía– que le conducen a una muerte por sobredosis antes de escuchar la sentencia condenatoria. Ward había visto como sus conocidos y antiguos clientes le daban la espalda a raíz de la explosión del caso y el proceso judicial. Lejanos quedaban los tiempos cuando era uno de los invitados imprescindibles de las fiestas de la aristocracia y la clase política.
Como relata en su obra An English Affair el historiador y biógrafo Richard Davenport-Hines, el caso Profumo supuso un punto de inflexión en la sociedad británica y en el desmantelamiento de una política moral basada en la censura y en la hipocresía sexual. A finales de la década de los sesenta se podían ver los primeros cambios, desaparición de la censura teatral y despenalización parcial de la homosexualidad. La revolución social que se había iniciado a principios de los años sesenta comenzaba a derribar muchas de las barreras morales que habían comprimido hasta entonces la impermeable sociedad británica. La nueva generación surgida de la posguerra que se reflejaba en el teatro, la música pop, el cine (Free Cinema), la moda oi el arte y arrinconaba viejos modelos para franquear los muros sociales. Hasta la virginidad había comenzado a dejar de ser un requisito imprescindible.
Durante el periodo del estallido del escándalo y el proceso judicial, el rostro de Christine Keeler y su compañera de aventuras, Mandy Rice-Davies, ilustrarán las portadas de los diarios y semanarios. Salidas impecablemente de los salones de Vida Sassoon, las dos jóvenes ofrecen su aspecto de modernas cortesanas a las puertas de los tribunales de justicia. Keeler rentabilizará la historia con exclusivas y otras fuentes de ingresos económicos. Su fotografía, con una poderosa carga sexual, sentada en una silla de diseño de Arne Jacobsen para promocionar la película The Christine Keeler Story (Robert Spafford, 1963) se transforma en un icono de la década. Condenada a nueves meses de cárcel por conspiración tendrá tiempo de escribir varios libros contando sus memorias mientras su compañera intentará la aventura como cantante aunque sin mucho éxito. Por su parte, John Profumo despues del escándalo, verá su carrera truncada y como penitencia dedicará parte del resto de su vida a trabajos en centros sociales.
El teatro musical hace tiempo que busca (y encuentra) nutriente dramático en la historia contemporánea como paisaje argumental. El propio Lloyd Weber había mirado con éxito hacia la Argentina peronista en la figura de Eva Duarte, mientras un creador tan afinado como Stephen Sondheim elegía a la plana mayor de los asesinos de los presidentes americanos como protagonistas para su musical Assassins. Para su nueva incursión, Weber ha contado con viejos colaboradores en el libreto y los textos como el dramaturgo Christopher Hampton (Las amistades peligrosas) y Don Black, que ya habían colaborado en la obra Sunset Boulevard, la adaptación al musical de la película de Billy Wilder, El crepúsculo de los dioses, con la pareja incandescente Gloria Swanson y William Holden.
Cincuenta años despues, el musical Stephen Ward de Andrew Lloyd Weber pone voz y lirismo a una serie de personajes que sin saberlo (ni proponérselo) protagonizaron el escándalo que acabó transformando un país.
LA NACION