05 Mar Adictos a los tatuajes, la obsesión de dibujarse la piel
Por Laura Reina
Hernán Coretta tiene más del 80% de su cuerpo tatuado. Sólo las costillas y debajo de la cola, justo los dos lugares donde la aguja pareciera lastimar más, están declaradas, por ahora, “zonas libres de tatuajes”. Pero en el resto de su cuerpo hay dibujos de todo tipo. Como si por sus venas corriera tinta en lugar de sangre. “Llevo encima una colección de tatuajes de varios amigos tatuadores, algunos de afuera, que tienen, incluso, estilos muy distintos al mío. Pero conviven perfectamente con los que yo mismo me hice”, dice el hombre que en los últimos días rompió forzosamente su característico bajo perfil al ser el responsable de la flamante “obra de arte” que el conductor Marcelo Tinelli exhibe en la espalda y que enseguida disparó un sinfín de comentarios en los medios y las redes sociales.
Fue el propio Tinelli el que lo admitió al mostrar, orgulloso, el resultado de seis dolorosas sesiones de cinco horas: “Tatuarse es adictivo”. Y es Coretta mismo quien lo ratifica: “Todo lo estético lo es en algún punto. Con los tatuajes pasa lo mismo que con las operaciones estéticas: viene alguien a tatuarse el brazo y después saca turno para tatuarse el otro. Y al tiempo me llama para la espalda, y las piernas, y ya no para hasta tener todo el cuerpo tatuado -cuenta-. Hoy tengo en proceso cinco cuerpos enteros que me van a llevar años de trabajo”.
Los especialistas afirman que los tatuajes, por sí mismos, no generan adicción. Lo que hay son personalidades adictivas que encuentran en los tatuajes un vehículo para canalizar esa necesidad irrefrenable de “ese” algo. Y también, sostienen, es una manera de pertenecer, de identificarse con algún grupo y de aferrarse a algo que perdure: “Puede ser que tanta sociedad y amores líquidos lleven a los tatuados a buscar algo que permanezca, que no sea descartable, que acompañe para siempre”, analiza la psicoanalista Adriana Guraieb, miembro titular de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA) que ha realizado varios trabajos sobre el tema.
Otro psicoanalista que se interesó en analizar el universo del tatuaje es Juan Eduardo Tessone, que define a estos grabados en el cuerpo como “la expresión gráfica de una producción psíquica del sujeto”, y en tanto discurso que se expresa con signos en el cuerpo, “es una forma de lenguaje, un deseo de ser identificado, de ser individualizado en una sociedad paradojalmente anonimizada”.
Coretta calcula que la de Tinelli es la espalda número 30 del año que lleva su firma. Y seguramente esa espalda famosa traerá muchas más. Sucede que hoy la tendencia pasa por lucir en el cuerpo piezas grandes. Por eso, muchos de quienes ahora deciden tatuarse por primera vez eligen empezar con un brazo o la espalda entera, trazando así la gran diferencia con respecto a lo que ocurría en los años 90, época en la que los tatuajes empezaban a ser algo masivo y ya no estaban reservados sólo al gueto rockero. En aquella época, cuentan los que saben, se debutaba con pequeños dibujos o símbolos que no ocuparan una gran porción del cuerpo.
Pero claro, eso ya es pasado. Hoy la moda del dibujo corporal marca todo lo contrario: “Hace ya un tiempo notamos que la gente arranca con cosas grandes, piezas enteras que ocupan una manga o toda la espalda -dice Fernando Colombo, dueño de Facetattoo-. Cuando yo empecé, la gente se hacía algo chiquito y tal vez después seguía con piezas más grandes. Pero a mí me gusta que vengan y se la jueguen de entrada. Por supuesto, les pregunto si están seguros, sobre todo a los que no se han tatuado nunca, nada. Pero si no tienen dudas y lo que quieren hacerse tiene un criterio artístico, lo hago”.
Sin dudas, en este juego de diferencias que se ha planteado respecto de los tatuajes de los 90, una de las claves pasa por la palabra “arte”. Hace veinte años, muy pocos se animaban a definir a esos dibujos hechos en las galerías más sórdidas de Buenos Aires como obras de arte. Hoy, en cambio, es una de las expresiones que más se usan para llamar a esos cada vez más elaborados diseños grabados en la piel. El agradecimiento de Tinelli por Twitter (“gracias Hernán por tu arte”) es elocuente. Y hasta se ha vuelto, en algún sentido, aspiracional. No son pocos los que replicaron, vía redes sociales: “Ojalá lleve algún día un Coretta en mi cuerpo”.
Para Guraieb, que un tatuaje sea visto como arte abre un cierto permiso al que se tatúa. “Uno va al dentista y parece que se horroriza. Pero esa misma persona va a hacerse un tatuaje, aunque le duela mucho más, y lo ve como pura ganancia porque cree que se está llevando arte en el cuerpo, literalmente”, dice la especialista.
Los colores constituyen otro punto fundamental, y vuelven a trazar diferencias respecto de los tatuajes noventosos. “Ahora la gente se anima mucho más al color que antes. Los tatuajes monocromáticos son mucho más expeditivos, llevan mucho menos trabajo”, dice Colombo, de Facetattoo, que por estos días afronta la temporada alta de pedidos. “El tatuaje es como el gimnasio, llega septiembre y la gente empieza a llamar porque quiere mostrar un nuevo tatuaje en la playa. Y diciembre directamente es una locura”, revela Colombo y aclara que los que se acordaron a último momento tendrán que esperar… al próximo verano.
“Es temporada alta para el tatuaje comercial-aclara Coretta-. Yo arranco el año en marzo porque para empezar una pieza grande está bueno hacerlo a principio de año. Una espalda lleva ocho sesiones, un brazo seis… Es un año de trabajo a una sesión por mes. Ahora estoy terminando lo que empecé en marzo. Por eso tengo un año de espera. Mi público no se tatúa pensando en exhibirlo en la playa. Lo hacen para ellos”.
Sin embargo, y a pesar de las razones concretas que llevan a una persona a grabarse algo en la piel, los especialistas coinciden en que nunca un tatuaje es sólo para uno. “El acto voluntario de tatuarse es un gesto individual y en ese sentido es un acto privado: pero la traza en la piel, su grafismo, es leído colectivamente- plantea Tessone-. Lo que alguien busca comunicar es muy subjetivo, depende de cada uno. Pero en todo caso es un individuo que privilegia la imagen a la comunicación verbal, una manera algo exhibicionista de hablar en público”.
Guraieb, por su parte, asegura que tatuarse es propio de una personalidad narcisista. “Es una conducta de alguien que está diciendo ‘mírenme, acá estoy’ -opina-. Hay una intencionalidad exhibicionista porque es imposible pasar desapercibido, sobre todo con estos tatuajes cada vez más grandes que atraen la mirada del otro. Hay un disfrute al ser mirado”. Pero también hay una reafirmación de la valentía y del vínculo afectivo con aquello que se está grabando por siempre en la piel: “Todos saben el dolor que conlleva tatuarse. Es decir, hay que ser capaz de soportar una sesión. Por eso, el dolor es un valor dentro del tatuaje. Socialmente, le otorga a la persona tatuada un compromiso con eso que se tatúa”, concluye Guraieb.
LA NACION