Un cambio ganador

Un cambio ganador

Por Javier Porta Fouz
Hasta el año pasado, Matthew McConaughey ostentaba los siguientes números. Cantidad de premios Oscar y Globo de Oro: cero. Cantidad de nominaciones para esos premios: cero. Cantidad de premios en festivales: cero. Apenas distinciones de ésas de MTV o similares, premios del público, alguna de la crítica en sus pagos texanos, primeros puestos en revistas como actor más sexy y esas cosas.
Pero el gran prestigio le era esquivo. De hecho, este año, en el que es evidente que merece que se convierta en Oscar la nominación de Dallas Buyers Club: El club de los desahuciados – ya tiene el Globo de Oro-, hubo gente que empezó a decir en Twitter: “Ah, no sabía que este muchacho podía actuar”, demostrando que hay mucho público que necesita indicadores brillantes como el Oscar o con forma de Globo para detectar a los grandes actores.
En realidad estaba claro mucho antes de Dallas Buyers Club, que se estrenó el jueves: Matthew McConaughey era (es) no sólo un actor de primera línea, sino además uno de estirpe clásica.
Es de esos actores que jamás dejan que gane la persona por sobre el personaje, pero que tampoco ocultan su personalidad actoral y la anulan para exhibir un personaje que es puro artificio. McConaughey, como supieron hacer los clásicos (Grant, Bogart, Cagney, entre muchos otros) siempre se imbrica con los personajes que le toca interpretar.
Belleza, estado físico, altura y demás características de su aspecto ayudaron a que McConaughey quedara encasillado en el clásico -y mayormente ridículo- prejuicio: “Es lindo, rubio y con músculos, por ende, mal actor”. Para peor, en algún momento de su carrera empezó a funcionar bien en la taquilla como actor de comedias románticas. Y no tuvo toda la suerte ahí, porque nunca actuó en ningún exponente excepcional del género (Los fantasmas de mi ex, Soltero en casa, Cómo perder a un hombre en 10 días y Experta en bodas no son títulos memorables). Pero desde el inicio, McConaughey fue construyendo una carrera variada y amplia mucho más allá de comedias románticas adocenadas. Con algunos buenos y excelentes directores, fue de todos modos una carrera menos explosiva y más callada que las de Brad Pitt o Leonardo DiCaprio (la edad de McConaughey, nacido en 1969, está en el medio de la de esos otros rubios).
Entre otros se puede mencionar su papel secundario en Dazed and Confused, de Richard Linklater (1993), con el que volvería, ya como protagonista, en The Newton Boys (1998). Su sheriff de Lone Star (1996), de John Sayles (Estrella solitaria en su estreno directo a VHS en la Argentina); sus abogados de Amistad (1997) de Spielberg y Tiempo de matar (1996, el papel que lo hizo famoso) y algunos roles de sus “años de crecimiento” de este texano que, como dijo alguna vez, siempre pensó su carrera como estable y extensa.
Ya con Edtv (1999), de Ron Howard -la verdadera película de fin de siglo sobre los medios y la fama inmediata; The Truman Show era más bien sobre filosofía-, eran innegables el carisma, la fotogenia y la capacidad para la comedia de McConaughey, además de la química que logra inmediatamente con su amigo Woody Harrelson, con el que ha regresado -luego de Surfer, Dude, de 2008- con gloria televisiva en True Detective. Ahora, con esa serie de HBO, junto al protagónico de Dallas Buyers Club, más ese papel secundario, pero inmenso e intenso en El lobo de Wall Street (un personaje que se comienza a extrañar apenas se va de la pantalla), se ha generado esa instancia de retroalimentación que les toca a veces a los actores, ese momento de comentarios sinérgicos: ¿lo viste acá?; ¿pero viste que está también acá y allá? Y listo, al fin se consagró el rubio, el lindo, el alto, el pintón.
Claro, la clave es Dallas Buyers Club, película para la que adelgazó un montón y hace de enfermo de sida a mediados de los ochenta. Esas características -modificación física sorprendente más enfermedad terminal- que para mucha gente equivalen a “qué buen actor” a otros nos ponen en guardia: los boxeadores también bajan y suben de peso rápidamente y eso no los convierte necesariamente en actores. Y las enfermedades, por su parte, suelen ser ocasiones demasiado propicias para desatar esas reservas de sobreactuación que tienen tantos actores al acecho. Pero no, una vez más, Matthew ha demostrado que se puede confiar en él: su Ron Woodroof de Dallas Buyers Club se suma a su carrera de manera fluida, sin ripios, sin rupturas: otra actuación sobria, al servicio de la película y no de ese espejo imaginario del que algunos actores abusan. Un vicio en el que pueden caer muchos, pero no este viajero de alma, que gusta de viajar como mochilero (en Perú, luego de Tiempo de matar, y también en África, o en casa rodante por Estados Unidos) y que ahora está casado con la brasileña Camila Alves y tiene tres hijos.
Los papeles nombrados de la carrera de McConaughey están lejos de ser los únicos, ni siquiera los únicos relevantes: una lista veloz e incompleta debería incluir la película de submarinos U-571, de Jonathan Mostow; el thriller dirigido por Bill Paxton Frailty, y su papel secundario en Una guerra de película, de Ben Stiller. Y sus extraordinarios años 2011 y 2012: otra vez dirigido por Linklater en Bernie (Texas otra vez, y de fiscal); otra vez de abogado -leyes fue su primera opción, luego descartada, a la hora de estudiar- en Culpable o inocente (junto a Marisa Tomei); fugitivo en Mud, de Jeff Nichols (competencia en Cannes); stripper y jefe de strippers en Magic Mike, de Steven Soderbergh; periodista en The Paperboy, junto a Zac Efron, John Cusack y Nicole Kidman. Y una más de esos años, la sobresaliente Killer Joe, dirigida por William Friedkin (El exorcista, Contacto en Francia), una película salvaje y de una potencia bestial. Otra película texana, otro policía (y asesino a sueldo) interpretado por McConaughey. Killer Joe Cooper es un personaje perverso, torvo, retorcido, para el que McConaughey usa su capacidad de pasar del canchereo a la maldad explosiva en pocos segundos.
Paul Newman -el actor favorito de McConaughey y con el que tiene varios puntos de contacto- ganó su primer Oscar con más de 60 años en 1987 por El color del dinero, justo un año después de que la Academia le diera un premio honorario. El Oscar debería llegar el domingo para McConaughey por Dallas Buyers Club (de paso, una película muy recomendable), tanto para él como protagónico como para otro chico lindo que brilla en esa película, Jared Leto, nominado (también es su primera vez) como actor de reparto y que ya ganó el Globo de Oro en esa categoría. Los dos aportan sobradas evidencias de que no se necesita ser feo para ser gran actor, ni tampoco cumplir muchos años como galán para apuntar con sustento a los premios mayores.
LA NACION