El Gran Pez

El Gran Pez

Por Ezequiel Fernández Moores
“Invencible”, decía en portada gigante el diario australiano Daily Telegraph en la apertura de los Juegos Olímpicos de Sydney 2000. Ian Thorpe, 1,96 metros y 97 kilos, metidos en su malla Adidas enteriza negra, aparecía más grande que nunca. Apenas desnudas las manos enormes y los pies gigantes, tamaño 53. Remos y patas de rana. Un Superman de 17 años. Su debut olímpico (el público deliró la madrugada que arrolló al estadounidense Gary Hall en los relevos) cerró con tres medallas de oro, dos de plata y la única deuda en los 200 metros, que saldó cuatro años después, en Atenas 2004, cuando se desquitó del holandés Pieter van den Hoogenband y dejó tercero a un todavía novato Michael Phelps, en una final inolvidable, su quinto y último oro olímpico. En plena gloria pública, Thorpe vivía sin embargo un infierno privado. Hace unos días, la policía, alertada por un vecino, lo encontró desorientado en las calles de Sydney, queriendo subirse a un auto equivocado. La combinación de antidepresivos y analgésicos lo traicionó. Eran las tres de la mañana. El héroe de Sydney 2000, máximo campeón olímpico de Australia con 9 medallas, dueño de 11 títulos y 13 records mundiales, uno de los nadadores más formidables de la historia, lleva más de una semana internado en una clínica de rehabilitación.
“Mi éxito en la piscina sólo agravó las dudas. Debía sentirme grandioso, feliz e invencible. En cambio, hubo noches en las que pensé que hubiese sido bueno terminar con todo”. Thorpe contó recién en 2012, en el libro “This is Me: The Autobiography” (Este soy yo: Mi autobiografía), que se sintió “diferente desde niño” y que pensó en el suicidio mientras el mundo lo adoraba. “Planes específicos sobre cómo matarme”. Adidas, Qantas, Telstra, Sony, Omega, Audi, Armani. El Audi 4 que le regaló a los 16 años el director de Channell 7, el show de Jay Leno, invitación a la Casa Blanca, a la premier de Nicole Kidman, actor en series de TV, ídolo en Japón, chicas que lo seguían hasta en la Gran Muralla China y entrevistas en las que lucía sofisticado y fashion hablando de diseño de joyas y de ropa, pero también profundo y sensible para contar su apoyo económico a los niños aborígenes de Australia. “Hay gente que me teme, porque no sabe cómo definirme”, dice en un momento del documental de 2012 The Swimmer (El Nadador). Las acusaciones de doping del capitán alemán Manfred Thiesmann antes de los Juegos de 2000 terminaron en nada. Y el mundo se rindió a su técnica, talento y versatilidad para brillar en las pruebas de velocidad y también de fondo. El campeón explosivo y resistente, siempre rápido y pleno de energía, se encerraba sin embargo por las noches para beber vino tinto “en cantidades inimaginables. Usé el alcohol -escribió en su autobiografía- para alejar de mi mente pensamientos terribles, a puertas cerradas, como lo hace mucha gente que sufre depresión y cree que no hay otra ayuda para combatir contra sus propios demonios”.
Thorpe, contó el periodista Robert Wainwright, que editó su autobiografía, decidió hablar de la depresión “para que la gente sepa que ser exitoso no implica necesariamente ser feliz”. El campeón le dijo al periodista que, para él, el problema de la depresión “es mucho más grande” que los rumores sobre su sexualidad. En 2007, cuando ya estaba fuera de la competencia, el mismo Telegraph del título “Invencible” de Sydney 2000, publicó fotos de Thorpe tomando sol en las playas de Fernando de Noronha con Daniel Mendes, un amigo y nadador brasileño con el que Ian vivió tres años, asistió a desfiles de modas y pasó fiestas de fin de año juntos con las respectivas familias. Desde 2002, cuando dijo que acaso no representaba “al australiano macho típico” por sus gustos sobre arte y modas, Thorpe, que estudió sicología, desmiente cada tanto que sea gay, como creen muchos. “No soy gay. Me acusaron de serlo -dijo una vez- antes de que yo mismo supiera quién era”. El clavadista Matt Mitcham, oro olímpico en Pekín 2008, contó de su homosexualidad y perdió patrocinadores. Peor fue cuando, tras fracasar en Londres 2012, confesó su adicción a la metanfetamina crystal. Sufría ansiedad, depresión y ataques de pánico. Las presiones y “cultura tóxica” de los nadadores australianos fueron denunciadas en un informe oficial tras el fracaso en la piscina de Londres 2012, primeros Juegos sin medallas desde 1976. Atletas que confesaron que bebían en exceso y se automedicaban con Stillnox para conciliar el sueño. También Thorpe tomaba Stillnox. Martin Hardie, investigador del deporte australiano, afirmó en estos días que Thorpe “es un producto del Instituto Australiano de Deportes (AIS). Centro de elogios en pleno éxito de Sydney 2000, el AIS, dice Hardie, “es una fábrica que produce tantos medallistas como vidas destrozadas”.
Thorpe se retiró por primera vez a fines de 2006, con 26 años, pero desde entonces vive anunciando diferentes retornos al refugio de la piscina. “Cuando dejé la natación, cuando perdí la rutina de los entrenamientos cotidianos -escribió en su autobiografía-, había mañanas en las que no tenía ni fuerzas para levantarme de la cama.Un gran peso me oprimía el pecho.miedo de enfrentarme al mundo, a las tareas más banales”. Volvió entonces a la piscina. “Súbitamente todo pareció mucho mejor. Puede aumentar la presión, sí, pero cuando compito es cuando mejor puedo manejar la ansiedad y la depresión. Los peores días son los días normales.Encuentro una gran belleza y calma en la repetición de los entrenamientos, en sus ritmos, en sus rituales”. Años enteros de levantarse a las 4 o 5 de la mañana. Sesenta horas por semana sin faltar jamás a un solo entrenamiento. Medio millón de vueltas a la piscina. Osvaldo Arsenio, Director Nacional Técnico-Deportivo de la Secretaría de Deportes y reelegido por tercer período presidente de la comisión técnica de la Federación Internacional de Natación, me recuerda lo “escalofriante” que era ver un entrenamiento de Thorpe en juveniles. Series de 10×400 o 15×200 con 30 a 45 segundos de recuperación y todas con marcas cercanas a record mundial. “Era tremendo, nunca ví trabajos tan al límite de lo considerado posible”, dice Arsenio. Adicto al sufrimiento, sin ese desgaste físico, sin las mismas endorfinas, Thorpe, más bien tímido y solitario, buscó con el retiro prematuro cuidar a toda costo su vida privada, pero, creen especialistas, debió recurrir acaso a otras adicciones para aliviar el síndrome de abstinencia. “Tendrá que manejar la depresión por el resto de su vida, pero se recuperará y ayudará a que otros puedan convivir mejor con la locura del deporte de élite”, dice Deidre Anderson, sicóloga deportiva y amiga de Thorpe.
Cerca de tres millones de personas sufren depresión en Australia. Y Thorpe, aseguran muchos, no es el único deportista de la lista. Sólo es el más conocido. “Yo también me perdí, me salvó tener un hijo y sé que no fui el único”, confesó Kieren Perkins, que se retiró en Sydney 2000 tras anotar once records mundiales. A muchas de las personas que sufren depresión, vaya ironía, se les aconseja nadar. Hace unos años, en una de sus enésimas vueltas a la piscina, Thorpe buscó cambiar su técnica y copiar el trabajo biomecánico de Phelps para tener más chances en pruebas cortas. No tuvo éxito. Terminó yendo a Londres 2012 como comentarista de la BBC. Thorpe había anunciado un nuevo retorno para los Juegos de la Mancomunidad de julio próximo. Ya no será posible. A los 31 años, Thorpe, que compite desde los 9 años y comenzó nadando con la cabeza fuera del agua porque era alérgico al cloro, busca ahora cómo salir por completo de la piscina, sin mallas enterizas. Como Ian-persona, no nadador, dice Anderson. “¿Qué hacemos con los campeones tras el retiro? ¿Qué hacen ellos mismos? ¿Hay lugar en este mundo para ellos?”, se preguntó el periodista Jonathan Horn. En su libro, Thorpe reveló su miedo a que sus confesiones pudieran herir a su padre, un hombre, dijo, de profundas convicciones religiosas. Si vio El Gran Prez, el fabuloso filme de Tim Burton sobre el vínculo de un hijo que se reconcilia con su padre moribundo, Thorpe acaso recuerde cuando Edward Bloom le pregunta a Karl, el gigante incomprendido: “¿Acaso alguna vez pensaste que tal vez tú no eres demasiado grande.sino que tal vez este pueblo es demasiado pequeño?”.
LA NACION