15 Feb Julio Cortázar de la A a la Z modelo para armar
Por Natalia Páez
Un tal Cortázar, El secreto de Cortázar, Cortázar en Chivilcoy, Cortázar sin barba… siguen los títulos. En la B de Bestiario, y de “biografía”, la entrada se ilustra con las tapas que muchos ensayistas e investigadores le han dedicado a este escritor y una frase sobre cuánto él desconfiaba del género: “¿Pues quién dirá jamás cómo vivió? Toda biografía es un sistema de conjeturas; toda estimación crítica, una apuesta contra el tiempo. Los sistemas son sustituibles y las apuestas suelen perderse.” Una frase extraída de su prólogo a Edgar Allan Poe obras en prosa. Con estas afirmaciones y otras en contra del género, el filólogo español Carles Álvarez Garriga (1968) y la albacea literaria y primera esposa del autor de Rayuela, Aurora Bernárdez, emprendieron la desafiante tarea de pensar un libro para el multianunciado Año Cortázar, 2014, en el que se cumplen dos importantes aniversarios. Hoy, 30 años de su muerte. Y el 26 de agosto el centenario de su nacimiento.
Álvarez Garriga, doctor en filología hispánica y especialista en este autor, fue el elegido por Bernárdez entre otras cosas para colaborar en el laborioso trabajo de reunir la correspondencia no publicada en los tres volúmenes que Alfaguara editó en el año 2000. La editorial acaba de lanzar Cortázar de la A a la Z, un diccionario biográfico ilustrado que recorre el abecedario proponiendo un juego fragmentario para reconstruir distintos tópicos de la vida del escritor.
–¿Cómo se gestó la idea de este libro?
–La idea fue hacer un diccionario o enciclopedia de Cortázar en la que hubiera un diálogo constante entre texto e imagen. Ese fue el embrión. Sólo contábamos con las diez o veinte primeras palabras que sabíamos, sí o sí tenían que estar, como abuela, rayuela, cronopio… Una vez que teníamos ese principio entramos en el fenómeno bola de nieve que nos fue llevando a tener más y más palabras. Es un libro en el que hay que destacar el humor y el conocimiento enciclopédico obvio de los editores no sólo en la iconografía sino también en la elección de los textos. El periodista Juan Pablo Cinelli dijo una vez que pareciera que Cortázar está en un sótano, en un lugar indeterminado entre París y Buenos Aires escribiendo sin parar, y esa fue la sensación que tuvimos. Aprovecho la oportunidad para darle la autoría de esta cita que figura en el prólogo a Clases de literatura y que yo olvidé mencionar.
–¿Tuvo problemas a la hora de articular algunos textos con imágenes?
–Fue algo muy difícil. Doy un ejemplo con la entrada de la palabra conducir. Teníamos el carnet de conducir de Julio y queríamos ponerlo. Pero teníamos que encontrar un texto para esto. Finalmente encontramos un fragmento de La vuelta al día en 80 mundos. A veces nos pasaba que teníamos el texto y no la imagen. Por ejemplo, “pasear”. Es una declaración que hizo en una entrevista en francés donde él cuenta cómo pasea por la ciudad y se siente en un estado creativo. Pero no teníamos una buena foto para ilustrar esos paseos, una ciudad atractiva. Hasta que la encontramos.
–Sin embargo, el libro no quedó enciclopedista, al estilo de los manuales clásicos.
–Hay un elemento muy importante que es el diseño, cada página es distinta. El diseñador, Sergio Kern, dice que el reto fue que no podía haber ninguna página igual. No podíamos hacer la enciclopedia británica, aquí teníamos que darle forma a una fantasía cortazariana. Que cada palabra dictara su propia puesta en página.
–El libro admite por lo menos dos lecturas.
–Una es la lectura salteada, haciendo homenaje también a Rayuela. Tengo un amigo colombiano que ya se ha comprado un atril para tener el libro en el hall de la casa y cada día, dice, cambiará la página. Hay otra que es leerlo de corrido. Cuando uno lo lee así puede hacer una lectura distinta, la psicología lectora es distinta. Es pensar: “¿Cómo estos tipos (Aurora y yo) serán capaces de ilustrar esta palabra o encontrarle un texto?” Es un reto de ingenio apreciable.
–Las ex mujeres de Cortázar también tienen protagonismo.
–Era de justicia reconocer el papel que Carol Dunlop tuvo en la vida de Cortázar. No sólo el papel de Aurora, que en este caso además de ser su primera esposa es su albacea y editora, sino el papel de Carol, que también fue indudable. Fue la única mujer –la única persona– que escribió un libro en colaboración con él y además está enterrada con él. Teníamos un poema inédito en inglés que tradujo la misma Aurora y un dibujito de puño y letra de Carol. Todo eso no podíamos ni imaginar no ofrecerlo, no regalarlo al lector del libro. Aurora sentía una enorme simpatía y cariño por Carol. También hay una entrada para Ugné Karvelis.
–¿Cómo fue el proceso de elección de las palabras?, ¿con qué criterio las eligieron?
–Al principio empezamos por las elementales, las 20 que iban de cajón. Y teníamos los objetos que físicamente conservamos, como la máquina de escribir, los anteojos, la lapicera. Las ciudades que fueron clave en su vida, como París, Buenos Aires, Barcelona, Venecia, Ginebra, Nicaragua. Había algunas palabras necesarias, pero si no teníamos una buena imagen para ilustrar, entonces no valía.
–Hay una ausencia notable en el libro, y es la palabra Borges.
–Fue uno de los autores clave, tanto para Cortázar como para otros escritores argentinos. No teníamos una buena foto de los dos juntos y no teníamos tampoco ningún autógrafo, por ejemplo, de Cortázar sobre Borges. Con Neruda no tenemos fotos de los dos, pero teníamos un mecanuscrito de la traducción de un poema de Neruda hecho por Julio.
–¿Qué letra costó más?
–La que costó más fue la X, y al final la solucionamos con un truco inteligente que fue poner Xiros, que es el escenario del cuento “La isla a mediodía”. Y como los protagonistas del cuento llegan a una isla griega donde la población son pescadores de pulpos y teníamos una foto de pulpos de Grecia hecha por Cortázar, hicimos lo que se diría la pirueta del saltimbanqui. Ahí estaba nuestro trabajo de editores. También nos faltaba la W que lo solucionamos con una anotación inédita. Podríamos haber puesto “whisky”, que era una bebida que le gustaba mucho y para la cual el texto hubiera sido muy fácil, pero no teníamos una buena foto que la ameritara. El libro tiene eso que los franceses llaman constreñimiento, la obligación de seguir un molde a como diera lugar. Tiene el espíritu cortazariano porque es un gran juego. Gracias a él y a favor de él o de su obra.
–Para el conocedor en profundidad, ¿qué pistas hay en el libro?
–Tanto el que no lo conoce como el que lo conoce poco, encontrará en estas páginas un muy buen material, por la variedad. Porque es un libro ligero de ver y de leer, donde apenas hay dos o tres textos que ocupan más de una página. Y hay que señalar que Cortázar era, sobre todas las otras cosas, un maestro del fragmento. Pero el coleccionista, el fanático –que los hay, y temibles, y cito sólo a dos en Buenos Aires que son Lucio Aquilanti y Federico Barea– son los que más van a disfrutar. Por ejemplo, van a ver la medalla de bautismo de Julio Florencio Cortázar, del año 1915. Y esa no es sólo única sino irrepetible. O van a ver la primera edición del libro Presencia de Cortázar, que publicó con el seudónimo de Julio Denis, del que se conservan en el mundo parece, no más de diez ejemplares, y en este caso concreto es el ejemplar dedicado a la abuela firmado por el nieto, con el seudónimo que le daban en la casa que era Coco.
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