10 Feb La regla de las 10.000 horas: ¿puede la práctica matar al talento?
Por Sebastián Campanario
Fueron, seguro, miles de horas de práctica en ambos frentes, pero a Alex Kostianovsky le cuesta precisar con exactitud si pasó más tiempo de su vida tocando el violín o trabajando como médico. Del instrumento de cuerdas se enamoró a los ocho años, al verlo tocar a su papá, también médico, y el tiempo de entrenamiento fue variando en distintas etapas. Una vez, recuerda, fue a una clase de Daniel Barenboim, y escuchó que le decía a un joven músico, ante la pregunta de cuándo estudiar: “Menos de lo que te dice tu maestro y más de lo que vos querés”.
“Creo que en la música, y en el violín en particular, hay una necesidad de cierto talento , aunque habría que definirlo bien. ¿Hablamos de facilidad técnica, oído [cercano al] absoluto, sentido musical? Hay más de una posibilidad. Me parece que la parte poco transferible [así definiría yo el talento ] es la sensibilidad musical, la capacidad de poder transmitir una idea musical en forma de expresión. El resto se trabaja”, cuenta Kostianovsky, que a los 38 años es clínico en el Cemic. “En la medicina la cosa está un poco más armada de fábrica -agrega-. Entre la universidad y el sistema de residencias, la instancia obligada de capacitación de posgrado, con sus interminables horas de trabajo, se cumplen más de 10.000 horas de entrenamiento, seguramente. Pero si el estudio se suspende después de las 10.000 horas, probablemente seas un buen médico no actualizado.”
Por una de esas casualidades, el violín y la medicina, dos de las pasiones de Kostianovsky, están entre las áreas más documentadas con investigaciones de una teoría estrella de la psicología popular, que por estos días cumple 40 años (y enfrenta su propia crisis): la de la “regla de las 10.000 horas”, que establece que en tareas muy demandantes a nivel cognitivo, lo que hace la diferencia entre las historias de éxito y las “del montón” es la práctica intensa, y no tanto la presencia de dones naturales.
El puntapié inicial de la teoría lo dio en 1973 uno de los economistas más influyentes del siglo XX, el premio Nobel Herbert Simon, quien junto con William Chase publicó ese año en Scientific American un estudio en el cual estimaban que los grandes maestros del ajedrez pasaban entre 10.000 y 50.000 horas de su vida practicando, incluidos genios precoces como Bobby Fischer o las hermanas Polgar. En los años siguientes, el análisis de Simon, uno de los padres de la Teoría de la Decisión, se extendió a decenas de disciplinas, deportes y profesiones.
Por ejemplo, el psicólogo Anders Ericsson estudió a los violinistas de elite de la Academia de Música de Berlín y descubrió que los mejores, en promedio, dedicaban muchas más horas a la práctica que los simplemente buenos. Otro psicólogo, John Hayes, puso la lupa sobre 76 compositores clásicos y halló que ninguno realizó una obra maestra antes de diez años de intensa búsqueda, con las excepciones de Shostakovich y Paganini (que tardaron nueve años) y Erik Satie (ocho años de práctica antes de explotar).
La “regla de las 10.000 horas” tiene defensores famosos, como el escritor Malcolm Gladwell, que le dedicó varias páginas en su libro Fuera de serie ( Outliers ), y detractores igualmente célebres, como el economista Peter Orzag o el ciclista profesional Richard Moore. En su reciente libro El gen deportivo , el periodista de Sports Ilustrated David Epstein ataca sin piedad la hipótesis y asegura que en varias disciplinas deportivas, como el salto en alto, el lanzamiento de dardos o las carreras en velocidad, son los dones naturales los que cuentan, por encima de la práctica. “Nunca vi a un niño lento volverse rápido”, dice Epstein que le aseguró un entrenador africano de corredores de elite.
Los fanáticos de la teoría responden que sigue siendo válida para tareas más complejas y cognitivamente demandantes que correr en línea recta o lanzar objetos puntiagudos de metal contra un blanco. El punto importante es que, cuanto más de cerca se analizan las carreras de los grandes genios en distintas actividades complejas, menor es el papel que se advierte del talento innato y mayor el protagonismo del entrenamiento metódico.
En la vida laboral, tomarse demasiado al pie de la letra lo de la regla de las 10.000 horas puede ser peligroso, opina Sergio Meller, especialista en desarrollo organizacional. “Creo que el 80% del éxito depende de la transpiración y la experiencia que uno logre en un campo determinado, pero la experiencia por sí misma no garantiza el éxito. Necesitamos adicionar a la experiencia una reflexión consciente sobre la misma para no tropezar dos veces con la misma piedra, para aprender, para evolucionar e ir descubriendo nuevas formas de hacer las cosas”, explica.
Peor aún: para Meller, “paradójicamente, en ciertos momentos, la experiencia se puede volver un arma de doble filo porque podemos quedar apegados a modelos pasados, a estilos, herramientas o metodologías que fueron exitosas, pero en la actualidad ya no lo son. La capacidad de desaprender y de desapegarse son tan importantes como la habilidad de aprender”.
¿Qué sucede con la creatividad? ¿La práctica mata al talento, o viceversa? Aquí aporta un hallazgo clave Facundo Manes, presidente de la Fundación Ineco y director del Instituto de Neurociencias de la Fundación Favaloro: “En temas de creatividad, la inspiración pura es para amateurs; las ideas llegan luego de que uno se hace una pregunta en forma obsesiva, durante muchas horas”.
Manes tiene a su cargo el tratamiento de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Diez días atrás, se hizo tiempo para dar una clase de dos horas en la Universidad Di Tella (mientras hablaba de los últimos avances de las neurociencias, a las nueve y media de la noche sonó el celular, y Manes dijo: “Disculpen, esta llamada la tengo que atender sí o sí”. Salió del aula dos minutos y los alumnos apostaban si del otro lado de la línea estaba Máximo Kirchner o Carlos Zannini).
“Todavía no sabemos mucho de creatividad a nivel de neurociencias. Sabemos que las ideas llegan cuando estamos relajados, haciendo deporte, en la ducha; pero eso es luego de pasarnos horas planteándonos algún dilema de manera obsesiva. Hay mucha más correlación entre esta búsqueda obsesiva y surgimiento de ideas que entre creatividad e inteligencia”, dice Manes. La práctica, por encima de la inspiración del superdotado.
Ahora que pasaron los peores años de las guardias y las residencias, Kostianovsky pudo volver a disfrutar de tocar el violín durante más tiempo. Pero su entrenamiento fue mutando, y ya no es el mismo que hace décadas. “Hay veces en que me encuentro practicando el violín y después de un rato me doy cuenta de que estoy repitiendo unos compases mecánicamente, con la cabeza en otro lado. Si bien la gimnasia técnica sirve, te puede jugar en contra, al punto de cansarte física y mentalmente”, dice.
Nathan Milstein, un famoso violinista del siglo XX, contaba que su maestro, el legendario Leopold Auer, le juraba que practicar todo un día mecánicamente equivalía a hacerlo una hora y media usando la mente con atención plena, dice el médico del Cemic. “Si bien actualmente me cuesta por el trabajo en el hospital y en el consultorio, intento tocar todos los días, ser constante. ¿Cuánto tiempo? Lo máximo que me dé, pero haciéndolo concentrado. Jascha Heifetz, violinista leyenda en su tiempo, aseguraba que él no estudiaba más de dos horas por día de lunes a sábado, y decía que practicar mucho era tan malo como practicar poco. Me parece que exageraba -concluye-. El estudio metódico, pero constante [todos los días] permite solucionar las dificultades técnicas propias del instrumento; una vez allanado ese camino, viene la parte más linda: trabajar en la forma de decir una idea musical. Y creo que eso es lo que uno valora como músico, ni hablar el oyente.”.
LA NACION