Cambio de roles

Cambio de roles

Por Esteban Rey
El mundo está patas para arriba. Ya lo debe saber. Gracias a los avances estéticos, las madres lucen cada vez más jóvenes. Hoy en día, se hace difícil saber si se trata de una madre de 40, o de una madre de 30 años. Es duro decir a ciencia cierta y sin temor a equivocarse, si la madre transita los 50 o anda por los 40. La ciencia ha pulido las edades. Ha barrido, como ya todos saben, con las canas y las arrugas. Ha mantenido la sonrisa de las mujeres, siempre juvenil y radiante, hasta el último de sus días. Todo esto, sin embargo, no sería más que una cuestión de debilidad en la autoestima, y temor al paso del tiempo, excepto por un detalle: las hijas de todas esas madres, hoy lucen cada vez más adultas. De la mano del acceso a redes sociales, información adulta y disponible en la web, contenido en los medios cada vez más audaz, una niña de 14 en este nuevo siglo, ha absorbido más información que una mujer de 24 de cien años atrás. A los 14, una hija ya sabe sobre cuestiones delicadas como el divorcio, el aborto y hasta si le dan espacio, puede tener una opinión formada sobre cómo debería actuar los Estados Unidos ante Siria. No han dejado el hogar aún, pero uf, actúan como si fueran líderes políticas, CEOs empresariales y académicas de carrera, todo al mismo tiempo.
Y es así como sucede un fenómeno que los astrónomos conocen muy bien: cuando se alinean los planetas de determinada manera, uno de los dos desaparece. se eclipsa.
Y mientras las madres se vuelven cada vez más juveniles, adoptan caprichos adolescentes y se interesan por frivolidades, las hijas asumen un protagonismo en la casa que, en muchos casos, termina por transformarlo todo en un cambio de paradigmas: las hijas son madres de sus propias madres. “A las mujeres adultas les cuesta más aceptar el paso del tiempo y las hijas se muestran mujeres ya a los 13 y dicen cosas que a las madres las descolocan”, describe Alejandra Libenson, psicóloga y psicopedagoga, especialista en crianza, quien acaba de publicar “Los nuevos padres”. “Antes estaba más claro quién era la autoridad. Ahora existe un desfasaje. Hay madres que entran en crisis al ver crecer a sus hijas y se ponen en una situación de paridad. Ya no hay adulto y joven. Y la hija se cree en derecho de cuestionar a la madre. Y la mamá, por si fuera poco, termina haciéndose amiga de las amigas de su hijo. Cuando se pierde la asimetría empiezan los problemas”. Este es el hogar de los Biondini. Ella Marta, psicóloga, madre de dos hijos, y divorciada, tiene 50 y su madre acaba de morir. Esto le provoca una crisis tan grande que la deja paralizada en la cama. su hija, Cecilia, de 18 no sólo se ocupa de cuidarla. Primero, empieza dándole ánimos, luego consejos. Y por uĺtimo, la critica severamente. “Ya es hora de que vuelvas a trabajar, mamá. No podés pasarte la vida en la cama. La abuela ya no está. Tenés que ser fuerte”. El cambio de roles en casa de los Biondini, desde la muerte de la abuela, quedó así establecido. “El cambio de roles de los hijos con las madres comienza en la infancia”, cuenta Eva Rotenberg, autora de ““Familia y Escuela, limites, borde y desbordes”, y directora desde el 2000, de la Escuela Para Padres, que atiende centenares de familias al año, incluso en hospitales, y recibe pasantes para estudiar su método hasta de Europa. “Cuando los hijos sienten que su mamá está deprimida, tratan de distraerlos. se ponen a bailar si son nenas. vemos que incluso los bebés, cuando la mamá llora, empieza a hacer algo para que se ocupe de él. Es su forma de tranquilizar a la mamá y que deje de llorar”.
Para Leticia Pereyra, la separación tras 20 años de matrimonio fue un shock. Su esposo la dejó por una mujer 15 años más joven. El golpe le dobló el ánimo. su hija de 16 años se tomó el asunto a pecho y mientras su padre recogía sus pertenencias de la casa, se le plantó en la puerta y lo acusó: “No te da vergüenza, nos dejaste por una pendeja. No puedo creer que nos hagas esto”.
“Mi hija se portaba como la esposa despechada”, dice hoy Pereyra, docente primaria. “La paré y le dije: ‘Te agradezco que me apoyes, pero ese es mi rol como esposa. vos buscá conservar tu vínculo como hija con tu padre. Yo me ocupo de lo que tiene que ver con la separación’”. No fue la primera ni la última vez en que la maestra tuvo que reunir fuerzas para evitar que su hija ocupe el rol de madre y esposa. “Ella tiene mucho carácter y a mí me cuesta más poner los límites”, explica la madre.
“Las hijas perciben a sus madres débiles y sin firmeza, y las suplantan y las cuidan en situaciones que deberían enfrentar pero no lo hacen, como ser en el cuidado de sus hermanos, o en las tareas de la casa, o en peleas con su padre en situaciones de maltrato o violencia”, define Patricia Alkolombre, autora de “Deseo de hijo. Pasión de hijo”. “Las jóvenes así hacen un salto hacia el futuro, y asumen responsabilidades antes de tiempo. Esta madurez precoz las lleva a congelar procesos propios de la adolescencia y esto retorna por lo general en otro momento de sus vidas, bajo distintas formas”.
Ahora bien, no siempre una crisis dispara los cambios. A veces, basta con un signo de debilidad para que una hija se sienta en posición de tomar el control de la casa. “Yo vivo sola y mi hija tiene 25 años y vive con su pareja, pero la tengo siempre encima hostigándome”, dice silvia Maestri, empleada bancaria y divorciada desde hace cinco años. “si hago yoga, porque no dedico más tiempo al trabajo. si salgo con amigas, porque no estoy en pareja. si estoy cansada, porque soy perezosa. No hay nada de lo que haga que mi hija apruebe. Ni siquiera mi propia madre me tenía tan cortita”. Basta con conversar con un adolescente para comprobar la realidad, del otro lado del mostrador. Quien debería ser fuerte y un sostén de la familia, es débil y no puede sostenerse ni a sí mismo. Y quien debería ser contenida y vivir la edad de la inocencia, debe ocupar una función que, en la mayoría de los casos, prefería evitar. “Cada vez que llegaba mi cumpleaños, mamá me llamaba llorando”, dice Lucía Riquelme, de 15 años, estudiante, quien vive con sus abuelos, porque la madre no estaba, decía, en condiciones emocionales para criarla. “Le dije: si tenés problemas, no me arruines mi día. Arreglalos con el psicólogo. El otro día me mandó un mensaje por Whatsup pidiendo perdón. Yo le contesté: ‘Perdón es sólo una palabra. Hay que demostrarlo en actos. Y además, mamá, estos no son temas para hablar por esta vía. Hay que hablarlos en persona’”. Las estadísticas señalan que las hijas ya no son lo que eran. La edad en que los adolescentes se inician en el alcohol bajó a los 15 años –diez años atrás, lo hacían a los 17–. En 2001, las mujeres argentinas tenían su iniciación sexual entre los 16 y los 19, hoy el promedio es entre 14 y 15 años. En cuanto a las madres, las cifras concluyen que ellas tampoco responden a viejos valores. Parecen más aniñadas que sus propias hijas. En una escala del uno al 100, las mujeres que acaban de hacerse implantes mamarios dicen que las lolas mejoraron hasta 78 puntos su estado de ánimo.
Las madres que acaban de divorciarse representan más de la cuarta parte de las cirugías estéticas –al menos en Gran Bretaña–. “se operan por venganza”, dicen los médicos. Brandi Glanville, ex modelo y protagonista de Real Housewives of Beverly Hills, confesó que, cuando su marido la dejó por una mujer más joven desembolsó 12.000 dólares en hacerse un rejuvencimiento vaginal. Parece una rabieta de una chica de 17. Pero Glanville tiene 41. Fabián Pérez Rivera es un reconocido cirujano plástico argentino. Él vive el cambio de roles madre e hija desde su propio consultorio. A veces, las recibe juntas. “Curiosamente, suelen ser las madres las que dan ánimo a sus hijas para enfrentar la intervención y aconsejan a sus hijas para que elijan volúmenes mamarios más grandes, y por el contrario, las hijas aconsejan a las madres volúmenes más discretos”, describe el médico. “Hasta el tema de quién paga también cambió. Ahora me toca recibir hijas que traen a sus madres para que las mejore estéticamente. Y pagan ellas”. Ya a Pérez Rivera pocas cosas lo asombran. “A veces, me desconcierto y no sé si quienes ingresan al consultorio son madre e hija, o hermanas. Así que he tomado la iniciativa de preguntar: ‘¿son parientes?’ para no equivocarme” .
Madres aniñadas. Hijas adultas. Un cóctel que vuelve las jerarquías dentro del hogar, del revés. “vos sos una tapada, mamá. Sos un diamante en bruto. ¿Por qué te creés menos de lo que sos? Papá no te permite crecer”, le dijo su hija de 17 a Karina Schiavi, terapeuta. Schiavi paró en seco a su hija: “Te agradezco tu comentario y lo valoro. Pero ese es un tema mío. Veré cómo lo manejo como adulta”.
Rotenberg, fundadora de la Escuela para Padres, dice que esta imagen de la hija que todo lo puede tiene patas cortas. “Parece que la hija sabe todo y es fuerte, pero nosotros lo llamamos un falso self”, añade. “Es un personaje que puede hacer cosas de personas más grandes pero no de su edad. Los riesgos de un niño que crece en un hogar donde la madre no ocupa su rol van desde patologías orgánicas, a no poder nunca armar una pareja. Las hijas que ocupan de sus madres pueden parecer fuertes y vanidosas, pero tienen agujeros en su yo verdadero. Quizás puedan enfrentar situaciones laborales, pero en las afectivas les va a costar muchísimo”. “A una niña que en lugar de ser contenida, termina siendo madre de su mamá, se le genera una sensación tremenda de desamparo”, retoma Alejandra Libenson. “Una mamá sigue siendo madre por más edad que tenga. Una madre puede estar en crisis y escuchar a su hija. Hay grados de temas en los que puede intervenir la hija pero no profundamente. Una madre debe escucharlas y valorar sus consejos, pero no olvidar su rol. si una hija se pone a cuidar a su madre, qué le queda para su futuro”. No todos los especialistas ven con malos ojos que la hija tome protagonismo en la familia. Con sus límites, claro. “No creo que las hijas se transformen en madres de sus madres, más bien creo que, en algunos casos, ayudan a modernizarlas dado que la vida y costumbres cambian a tal velocidad que es difícil seguir su ritmo a menos que seas por lo menos un poco joven”, compara la doctora Raquel Rascovsky de salvarezza.
“Las madres que ven a sus hijas como amigas, esperan que piensen como si fueran de la mis¬ma generación”, advierte Gail saltz, psiquiatra del Hospital Weill-Cornell school of Medicine, en Nueva York. Los expertos dicen que es saludable que una hija cuente sus problemas con el novio a la madre. Pero si su madre divulga los propios, pone en peligro el vínculo de la hija con su propio padre.
A veces, no importa la edad. Los roles siguen difusos.
“Como mi madre despilfarraba el dinero, tuve que salir a trabajar desde muy jovencita y hacerme cargo de las cuentas de la familia”, recuerda, aún dolida, Inés sacco, empleada administrativa, hoy madre de dos hijos. “El dolor por ver a mamá comportarse como una chica y tener que asumir un rol adulto tan pronto, me llevó 30 años de terapia”. Celeste tiene 41 años, está casada y tiene dos hijos. su madre, de 72 años, es viuda, vive sola con ayuda doméstica. La madre le exige más presencia. “Me llegó este caso donde Celeste me contaba que siempre funcionó como madre de su madre y sentía que sin su presencia la madre se desmoronaría”, explica Leticia Glocer Fiorini, presidente de la Asociación Psicoanalítica Argentina. “La describe como una persona narcisista, centrada en sí misma, egoísta, con poca preocupación por lo que le puede pasar a los demás en sus propias vidas, especialmente a su hija. En las personalidades infantiles, narcisistas, se acentúan estos rasgos con la vejez, y la envidia que sienten hacia las hijas por la propia juventud perdida puede originar conflictos de difícil resolución”. Los expertos subrayan que una madre que pudo desarrollar su vida con plenitud también traerá, como consecuencia, una relación saludable y con roles bien asentados con su hija. “Cuando la madre vive una vida plena, con realizaciones personales, la capacidad de enfrentar esos momentos estará en relación con la capacidad de respetar, cuidar y reconocer a la hija como otra persona y no como parte de sí misma”, retoma Fiorini. Las madres y las hijas ya no son las de antes. Con sólo escuchar sus diálogos, difícilmente pueda distinguir una de otra. El mundo está patas para arriba. Ya lo hemos dicho. Y ya lo sabe. El mundo necesita más madres. Y menos adultas jugando a ser niñas eternas. El futuro de toda una generación depende de ello.
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