14 Jan El déficit de atención deja de ser sólo una patología de niños e ingresa en el territorio adulto
Por Tesy De Biase
Nuevas presentaciones científicas ubican al déficit de atención e hiperactividad en territorio adulto.
“Históricamente considerado como patología de la infancia, que desaparecía en la adolescencia, actualmente se considera un trastorno crónico, con variabilidad a lo largo de la vida”, comenta la neuropsicóloga Marina Drake, autora de uno de los trabajos presentados en el Congreso de la Asociación de Psiquiatras Argentinos (APSA) realizado a mediados de 2013 en Mar del Plata. Y cuantifica: “Se estima que afecta a entre el 3 y el 7% de la población adulta”.
La radiografía típica del TDAH, también conocido como ADD o ADHD, según sus siglas en inglés, se apoya en un trípode de síntomas: inatención, impulsividad e hiperactividad, en dosis variables de uno u otro grupo.
Una paciente, Marcela -profesora de inglés de 49 años que prefiere no publicar más datos de su identidad por el estigma que pesa sobre la enfermedad-, lo describe así: “Una turbulencia de millones de ideas constantes me llenaban de estrés sin permitirme jamás alcanzar un orden y una organización con los que pudiera avanzar”.
En general, los adultos con TDAH son distraídos, olvidadizos, no pueden detener su acción o su pensamiento, viven saltando de una situación a otra sin enraizar en ninguna. En la infancia, el síndrome se manifiesta como una incapacidad de permanecer en calma, son chicos que revolucionan todo a su alrededor.
“El TDAH se inicia en la infancia y, en más del 50% de los casos persiste en la edad adulta”, concluye en un artículo publicado en la Revista de Neurología un equipo del Programa Integral del Déficit de Atención en Adultos del Hospital Universitario del Valle de Hebrón, en Barcelona. Y especifica: “La sintomatología experimenta cambios en los adultos con respecto a la infancia. La hiperactividad es el síntoma que más se reduce, seguido de la impulsividad, mientras la inatención se mantiene prácticamente igual. En adultos se asocia a graves problemas académicos, laborales, legales y familiares”. Y suma un dato preocupante: “La habilidad en la conducción de vehículos se altera con el trastorno: los adultos con TDAH sufren más accidentes de tráfico y éstos son más graves, lo que ocasiona graves consecuencias desde un punto de vista social y personal”. Preocupación potenciada en un país como la Argentina, donde mueren más de veinte personas por día en accidentes de tránsito.
Para complicar aún más el panorama, al síndrome no le gusta la soledad y suele asociarse con numerosas enfermedades, según distintos estudios. El último fue publicado por investigadores de la Universidad de Columbia a partir del seguimiento de 34.000 adultos mayores de 18 años. De acuerdo con sus conclusiones, el TDAH se asocia con un riesgo incrementado de trastorno bipolar, trastorno generalizado de ansiedad, fobias y trastorno de personalidad borderline . Además, en personas que mantienen la enfermedad a lo largo de sus vidas, hallaron un incremento en las conductas que reflejan falta de planificación, en el sufrimiento de diversos eventos traumáticos y en el déficit en el control de impulsos.
Frente a semejante rompecabezas sintomático, ¿se puede decir que es un trastorno psicológico, neurológico, cognitivo o uno que se bifurca en alteraciones que pertenecen a todos esos campos?
Cada cristal ilumina una de las múltiples caras del TDAH. Desde la psiquiatría, la doctora Norma Echavarría lo define como “un trastorno neurobiológico de alta heredabilidad, es decir, que en general afecta a varios miembros de una familia, aun cuando las manifestaciones pueden ser heterogéneas”. Y sostiene su posición en estudios científicos que muestran compromiso cerebral, como el presentado por un equipo del Hospital General de Massachusetts en la Reunión Anual de la Asociación Americana de Psiquiatría, realizado esta semana en San Francisco.
Admite, sin embargo, que a pesar de los estudios de neuroimagen funcionales que han avanzado en los últimos años, todavía no existe “una fórmula simplista que determine o descarte la presencia de un trastorno cuyo diagnóstico es hoy patrimonio exclusivo de la clínica”.
A la hora de definir el tratamiento, el complejo entramado de síntomas alimenta una ardua controversia y tironeos entre quienes apuestan por la medicación y quienes militan en la cura por la palabra. La mayor controversia surgió con lo que se definió como la medicalización del chico inquieto, que empujaba a administrar fármacos más para calmar al entorno que para solucionar un cuadro clínico. Pero la resistencia al diagnóstico deja fuera a un porcentaje de pacientes que hacen su propio vía crucis terapéutico sin encontrar calma en ninguna estación.
Marcela continúa el relato de su propio recorrido: “Fui a un psicólogo tras otro y hasta llegué a una iglesia anglicana después de la Católica para encontrar algo de paz y detener el desmoronamiento de toda mi vida, hasta que me recomendaron un tratamiento psiquiátrico especializado y en la misma evaluación ¡por fin, mis síntomas aparecían en el cuestionario que tuve que completar! Empecé con medicación y un tratamiento grupal y recién ahora entiendo tantas cosas que me pasaron en la vida. Simplemente me sentía distinta, me esforzaba, ponía el ciento por ciento de mí, me hacía listas de lo que debía hacer, pero siempre me olvidaba de algo, me dispersaba, no podía aclarar mis objetivos y todos se hartaban de mis olvidos y distracciones que no me permitían llegar a donde quería. Fue como si me hubiesen dado anteojos. Ahora puedo ver. Volví a nacer”.
UN TRATAMIENTO INTEGRAL
“Los pacientes, en mi experiencia, se alivian con el diagnóstico, porque recorrieron otros que no cerraban completamente. Si se realiza una buena evaluación neurocognitiva en algunos ítems los pacientes dicen que por primera vez se sienten reflejados en lo que les pasa”, comenta la doctora Verónica Kurlat, psicóloga con una formación de posgrado en neuropsicología.
“De ahí la importancia nodal de una completa evaluación neurocognitiva, capaz de delimitar el terreno y definir cuáles son las áreas afectadas: la atención y las llamadas funciones cerebrales ejecutivas, como la organización y la planificación”, como aclara la doctora Marina Drake, autora del libro Evaluación n europsicológica en adultos y titular de la cátedra Tratamiento Rehabilitador en Neuropsicología en la Universidad de Buenos Aires.
Aunque las estrategias terapéuticas son múltiples, la doctora Kurlat se posiciona en un vértice contemporizador que propone un tratamiento integral multimodal combinado, es decir, que apunta tanto a las alteraciones cognitivas propias del déficit como a las complicaciones emocionales. “Muchos de los trastornos cognitivos generan alteraciones afectivas y emocionales reactivas: si un paciente tiene una experiencia de fracaso a lo largo de su vida en distintas áreas, porque no puede planificar o llevar adelante un proyecto y tiene siempre distracciones, esto también va generando creencias y sentimientos de desvalorización que afectan su autoestima. Es un círculo complicado”, alerta.
El seguimiento psiquiátrico, en paralelo, permite evaluar la necesidad de administrar medicación, dentro de las variadas opciones farmacológicas.
“En general, los pacientes que consultan ya en la vida adulta han pasado por muchas experiencias frustradas de tratamiento y una historia larga de fracasos en distintos aspectos de su vida. Si se diagnostica adecuadamente y confían en el tratamiento no farmacológico, hacen un cambio importantísimo, que no queda solamente en la oferta de un fármaco”, aclara Kurlat, y describe los “programas que en general son cortos, de 12 a 16 sesiones, durante las cuales el paciente aprende ciertas estrategias de planificación y organización [como aprender a hacer todo sucesiva y no simultáneamente] y herramientas de modificación ambiental, como modificar el ambiente para que se adapte a la tarea sin ser distraído por estímulos irrelevantes; ordenar y eliminar aquello que puede distraer”.
Semana tras semana y en el ámbito protegido del consultorio, los pacientes organizan una “hoja de ruta que implica también cierto control de su impulsividad, ya que hay un mapa dentro del cual moverse. Es un tratamiento de organización”.
El ámbito grupal es privilegiado para encontrar apoyo y aceptación en otros que experimentan los mismos problemas y juntos encontrar alternativas para afrontarlos.
Antes, durante o después del abordaje neurocognitivo surge la necesidad de tratar los problemas emocionales que acompañan el trastorno y apostar a una mejor calidad de vida.
LA NACION