Peripecias de una obra maestra inmediata

Peripecias de una obra maestra inmediata

Por Hugo Beccacece
El 14 de noviembre pasado se cumplió el centenario de una obra maestra. El viernes 14 de noviembre de 1913, apareció la primera edición de Du côté de chez Swann (Del lado de Swann), de Marcel Proust, editada por Grasset y pagada por el autor. Era nada menos que la primera parte de En busca del tiempo perdido , pero nadie, ni siquiera los que celebraron el libro desde su aparición, sospechaba que ése era tan sólo el pórtico de una catedral literaria.
¿Cómo llegó Proust a escribir el famoso comienzo, ” Longtemps je me suis couché de bonne heure ” (“Durante mucho tiempo me acosté temprano”)? Los placeres y los días , la ópera prima del escritor, que se había editado en 1896, era una colección de relatos, retratos y poemas, impresa en una edición de lujo. El libro contribuyó a crear la imagen equivocada de un diletante rico, mundano y exquisito hasta el amaneramiento. Proust era, en verdad, un esclavo del trabajo, y ya había empezado a escribir una novela, Jean Santeuil , que es el primer esbozo de En busca del tiempo perdido . Curiosamente, Jean Santeuil está escrita en tercera persona y, sin embargo, el lector tiene la impresión de que está contada en una primera persona impúdica por lo torpe, hasta tal punto el tono de esa voz es un mero disfraz. Por cierto, hay pasajes muy hermosos, en el que ya se está ante el Proust maduro de À la recherche… Uno de ellos es el último, aquél donde Jean Santeuil compara la respiración de su padre anciano y dormido con el ruido rítmico de las olas marinas que van a morir en la orilla, una tras otra. En cuatro años, Proust redactó casi mil páginas. En 1900 reconoció que había equivocado el camino. No terminó la novela, pero la guardó y utilizó párrafos enteros en À la recherche… La formación de Proust como autor continuó con la traducción de La Biblia de Amiens y de Sésamo y lirios , de John Ruskin. En la tarea, recibió la ayuda de su madre y de Marie Nordlinger, una prima inglesa del compositor Reynaldo Hahn, con el que Marcel mantuvo una relación amorosa. Ruskin le enseñó a mirar, a ver la importancia de los detalles, y le permitió apreciar la distancia que existe entre el yo que vive en la realidad y el yo literario, el de la escritura. El paso siguiente fue pasar precisamente a escribir en primera persona: una primera persona tan peculiar, casi inimitable, que parece una tercera por su universalidad. Ese “yo” le permite narrar, reflexionar, hacer crítica y elaborar una estética (la de El tiempo recuperado ). El “yo” universal aparece por primera vez en lo que sería un ensayo inconcluso: Contra Sainte-Beuve , en el que se alternan las discusiones literarias, la narración y el libro de memorias. Al mismo tiempo, Proust escribió pastiches de distintos escritores que amaba: Balzac, Flaubert, Goncourt, Michelet, Renan, Saint-Simon. Esos pastiches le sirvieron para ejercitarse en la creación de las voces de futuros personajes. Proust, dotado de un oído privilegiado, imitaba a la perfección el modo de hablar y la entonación de quienes lo rodeaban.
Sobre esos estratos arqueológicos, Proust comenzó a escribir En busca del tiempo perdido en julio de 1909. En el verano de 1912, terminó Del lado de Swann . A partir de ese momento, debió librar otra batalla: la de encontrar un editor. Proust había pensado en Fasquelle, porque los libros de ese editor se vendían hasta en las estaciones de trenes. Le envió una copia a Fasquelle y éste tardó mucho en responderle. En ese lapso, el príncipe Antoine Bibesco le recomendó a Marcel que leyera la Nouvelle Revue Française (NRF), editada por Gaston Gallimard y dirigida por André Gide y Jacques Copeau; que también formaban parte de la editorial NRF. Proust comprendió de inmediato que el grupo de NRF (revista y editorial) era lo que más le convenía a su obra. El espíritu de la NRF era moderno, vivaz y profundo, a la vez. Proust habló con Copeau, le aclaró que ya había enviado una copia de su libro a Fasquelle, pero que le interesaba más la NRF. Copeau le aconsejo que se dirigiera directamente a Gaston Gallimard. Marcel tuvo una entrevista con éste, le dijo que estaba dispuesto a pagar todos los gastos y, con gran honestidad, le informó que su novela era muy indecente: en la segunda parte, había un personaje, el barón de Charlus, modelo del “pederasta” viril, que se levantaba a un conserje y mantenía a un pianista. Gallimard no se amilanó, le indicó a Proust que mandara una copia a André Gide.
Marcel, asistido por Céleste Albaret, su ama de llaves, y por Nicolas Cottin, una especie de cadete que trabajaba en la casa, preparó un envío impecable. Cottin había estado en la Marina y aseguró el paquete por medio de unos nudos imposibles de volver a anudar del mismo modo a menos que se fuera marinero. Pasaron varias semanas. Por último, llegó la respuesta de la NRF. Tanto la editorial como la revista, a la que Proust le había propuesto publicar adelantos, rechazaban la novela. En realidad, el grupo de NRF consideraba a Proust un rico mundano, que buscaba imponerse por medio de sus amigos. Según una versión, Gide hojeó la copia y, con mala suerte, aterrizó en una frase en la que el narrador besaba la frente de la tía Léonie donde se veían y sentían sus “vértebras”. ¿Vértebras en una frente? Gide no siguió leyendo. En realidad, se trataba de una errata. El copista había escrito vertèbres en vez de véritables (verdaderos). El paquete fue devuelto a Proust tal como había sido enviado, con los mismos nudos. Céleste concluyó que no había sido abierto. A menos… A menos que Gide tuviera a un marinero escondido en su casa. ¿Gide y Jean Genet, más allá del tiempo, habrán tenido preferencias por la misma arma?
Proust recurrió a otro editor, Humblot, pero éste también rechazó la obra. Marcel terminó por ofrecer su Swann al editor Bernard Grasset. Éste aceptó el libro sin leerlo, ya que el autor se ocuparía de todos los gastos. Una vez que el volumen estuvo listo y que se lo envió a la prensa, Proust movió a todas sus relaciones para conseguir comentarios favorables; en el caso de Le Figaro llegó a intervenir la ex emperatriz Eugenia. Más allá de las presiones, los críticos comprendieron que estaban ante una obra de gran calidad como no se había leído ni se leería en mucho tiempo. El único que se permitió ironías fue el crítico de la NRF, Henri Ghéon. Pero a esa altura, hablar mal de Proust era literariamente incorrecto. Los sumos sacerdotes de la NRF se dieron cuenta del error que habían cometido. Gide le escribió a Marcel una carta en la que le decía: “El rechazo de ese libro será el más grave error de la NRF y (como tengo la vergüenza de ser en gran medida responsable de él) es uno de los pesares, de los remordimientos más agudos de mi vida”. Pronto empezaron las negociaciones para que toda la obra de Proust pasara a Gallimard. Grasset no se opuso. Los lectores debieron esperar el final de la Gran Guerra para leer A la sombra de las muchachas en flor , que obtendría el premio Goncourt. Proust se había convertido en un clásico antes de morir en 1922.
LA NACION