Aventura en Chile: tras las huellas del fantasma de la montaña

Aventura en Chile: tras las huellas del fantasma de la montaña

Por Alex Macipe
En el sur de Chile, el Parque Nacional Torres del Paine se extiende sobre 240.000 hectáreas en las que conviven muchísimas especies animales y ofrece increíbles vistas de lagos enmarcados por montañas y las nieves eternas de sus glaciares. Pero el paisaje no se reduce a lo escénico del lugar, ya que adentrándose en el parque, se descubre al sigiloso y escurridizo puma concolor de la subespecie patagónica. Este enigmático animal llega a pesar unos 80 kilos y tiene entre dos y cuatro crías que permanecen con su madre hasta que cumplen dos años.
Aquí, la aventura comienza bien temprano por la mañana, antes que asome el sol, porque para el puma son los últimos momentos de la actividad nocturna de caza, y para los visitantes, los instantes justos para encontrarlo y seguirlo hasta su lugar de reposo. Claro que nadie realiza esta actividad por su cuenta. El guía, llamado Roberto, tiene 48 años, y durante el viaje por los caminos del parque que recorre desde hace siete años, afirma que cada encuentro con el “león de la montaña” es completamente distinto.
Cuando se llega a un punto de observación, Roberto apaga la camioneta y desciende con un prismático y un telescopio, pide silencio extremo, recorre visualmente todos los puntos de las montañas y escucha las señales de los animales. Luego de varios minutos, quizás diga “nada, tenemos que seguir” y el recorrido continúe hacia otro nuevo punto de avistaje, donde el guía realiza el mismo ritual. Mientras tanto, varios cóndores pasan por encima de las cabezas curiosas y Roberto sonríe, ya que estos animales son una señal inequívoca de que, cerca, hay alimento.
Luego de unos instantes, se escucha el chillido estresado de un guanaco vigía y a la distancia se puede observar una manada corriendo en forma desordenada hacia la cima de una montaña para prevenir posibles ataques. Roberto no los pierde de vista y luego de unos instantes, afirma: “hay pumas”. Finalmente, varios metros por debajo de los guanacos, se puede divisar a uno de estos mamíferos en posición de ataque, aunque para su desgracia los guanacos ya están alertados e imposibilitarán su cacería.
Cuando el puma comienza la retirada es el momento indicado para tomar el equipo fotográfico y seguirlo hasta su escondite. “Para tener éxito, hay que pensar y moverse como un puma”, sentencia Roberto. El animal se mueve muy rápido y hay que seguirlo por varios kilómetros, lidiando con fuertes vientos y mucho frío. De repente, como por arte de magia, aparece en la ladera de una montaña, a unos 150 metros de distancia. Se esconde detrás de las rocas, siente la presencia humana pero no huye. El mayor objetivo es acercarse al animal lo máximo posible y captar con la cámara ese primer plano tan difícil, pero siempre priorizando la seguridad, ya que si el puma se sintiese intimidado podría huir, o lo que seria peor: atacar.

Una rutina con adrenalina
Inmediatamente luego de asomar su cabeza a través de una de las rocas y mirar al guía a los ojos, se vuelve a esconder y rápidamente se asoma por otra roca, a unos metros de ahí. Si bien al principio no se entiende cómo se ha movido tan rápido, más tarde el grupo podría ver que se trataba de tres animales distintos, una madre y sus dos crías. Al cabo de unas horas, cuando se sienten cómodos con la presencia humana deciden salir de su escondite y el guía comanda el descenso hasta algún punto cercano a su guarida.
Los acercamientos deben ser lentos, en forma de zigzag, intentando no mirar a los pumas a los ojos. Cuando se sienten amenazados, hay que detenerse, y esa parada puede durar unos 40 minutos en donde ellos no pierden el contacto visual con los humanos. Ni bien se relajan y vuelven a sus rutinas.
El descenso por la ladera se hace lento y cansador. Luego de dos horas, finalmente el grupo se encuentra a unos 30 metros de los pumas. Una vez más, se esconden y se teme lo peor, que se hayan ido. Luego de unos minutos, unas orejas se dejan ver entre las piedras: el acercamiento fue un éxito. Una de las crías sale de su escondite y se tira plácidamente sobre una de las rocas a descansar, reconoce el esfuerzo y permite ser fotografiado. Sale el segundo, ambos miran las cámaras y dedican una tarde llena de adrenalina y sensaciones que quedan registradas en la memoria y, por supuesto, las fotografías.
Luego de cuatro horas junto a ellos, apoyados en una piedra venciendo la fuerza de gravedad de la pendiente de unos 45 grados, el grupo intenta acercarse más, pero los pumas se esconden y se corre el riesgo de perderlos.
Cuando el sol comienza a caer, todavía queda subir a lo más alto del cerro para volver. En pleno retroceso, uno de los pumas se levanta y camina en dirección al grupo, la adrenalina sube. Roberto exclama “¡Atrás!”. Sólo queda una cosa por hacer: descargar la ráfaga de disparos de la cámara en busca del tan ansiado primer plano. La satisfacción de esos segundos otorga la fuerza suficiente para emprender el ascenso venciendo los fuertes vientos que bajan por las laderas de forma endemoniada.
EL CRONISTA