Un puchito en París

Un puchito en París

Por Juan Martín Grazide
Hoy es un día después de la entrevista con la actriz Norma Pons. Recibo un recado de la producción de Faroni (responsable junto al director José María Muscari de la versión de “La casa de Bernarda Alba” –el clásico de Federico Lorca– en la que Pons entrega su alma): “Llamala a Norma que quiere agregar algo para la nota que se olvidó de contarte”. ¿Qué será? Se debe de haber acordado de algún chivo, pensé maliciosamente. La llamo: “Hola, querido”, me saluda, como si nos conociéramos desde siempre. “Si no te molesta me gustaría dejar un pensamiento. Si me preguntaras: ‘Norma, ¿qué es el arte?’ me gustaría responderte: ‘El arte es el exceso’. Eso, nada más”. Así es Norma Pons. Y si de exceso hablamos, no me tiembla el pulso para afirmar que la Bernarda que interpreta la actriz es una clase magistral de teatro dictada involuntariamente por una artista con todas las letras que afirma que le llegó el momento de demostrar que puede interpretar textos clásicos a los setenta años. “La casa de Bernarda Alba” es una obra del circuito teatral comercial donde el estado artístico de la protagonista se manifiesta de manera generosa, honesta, brutal. Ver a Norma Pons en el escenario es sorprenderse con cada paso que da y con cada enunciación que sus privilegiadas cuerdas vocales pronuncian con claridad y sensibilidad –genialidades tan pocas veces vistas en el teatro comercial.
Una postal que emociona: segundos antes de terminar la obra, la Pons (sí, es “la Pons”) pone toda su tremenda fuerza actoral al servicio de la tragedia (es cuando le informan que su hija menor acaba de quitarse la vida). Se apaga la luz. Y cuando se enciende, con toda la gente aplaudiendo de pie, a Norma le cuesta salirse del personaje. Y eso se percibe en un primer plano. La actriz saliendo del drama, de las lágrimas, del ahogo. Luego, de a poco, empieza a sonreír. Y después sí: rendida a los aplausos. Una verdadera actriz, sin artificios, sin necesidad de trabajar en bochornosas publicidades que venden yogures dietéticos o cremas hemorroidales. “Me cuesta mucho salir de este personaje. No sé qué me pasa con Lorca. Es el único autor de los clásicos que realmente me conmovió. Cuando entro al escenario, me da la impresión de que ingreso en otra dimensión, que yo estoy con Lorca. En los actores pasa que siempre tenemos que estar buscando cosas internas ante el sufrimiento, según una escuela que alguien creó. Cuando llega el momento del final hay un poema de Lorca que continuamente, internamente, me va desandando el cuerpo. Ahí es cuando me concentro en ese final trágico. Es un poema suyo que se llama ‘Casida del llanto’, que cuando llega el final me envuelve de tal manera que yo salgo desesperada. El poema tiene que ver con cuando a él lo encierran en la cárcel por tener ideas contrarias a Franco”.
Lo que es cierto es que esta reconocida actriz (legendaria debido a su paso por la revista porteña de antes de la década del setenta junto a su hermana Mimí y por su participación televisiva junto a Antonio Gasalla, con el que formó un dueto de iguales dimensiones artísticas que el que lograron Olmedo y Portales) consigue de su público un aplauso genuino, de varios minutos. “La gente recibe mi trabajo de tal manera que es impresionante. Yo no tengo idea de lo que proyecto. Tengo una edad en la que todo está bien y no me tengo que creer más cosas. Llegué hasta acá y lo lindo es que a los 70 años puedo demostrar que cuando yo decía: ‘Ábranme las puertas, teatros de la ciudad, dejenme hacer repertorio, soy una actriz que puede, soy criolla’ tenía razón. Nunca me escucharon. Y en este momento les demuestro que era verdad”. Y arremete: “El Teatro San Martín nunca me abrió las puertas; nunca me creyeron porque decían que venía de la revista. No me perdonaron nunca venir del bataclanaje, de la revista. ¿Cómo gente de esa calaña íbamos a entrar en el Cervantes o en el San Martín? No me dieron nunca bola, no les importé. Y si tengo esta oportunidad es porque estoy en el teatro comercial, que es privado. Quería encabezar un clásico. Pero todo llega. Yo ahora manejo mis tiempos. El que maneja los tiempos maneja la vida. Lo que más me gusta en la vida es tomar un café sentada en un bar, ver y estudiar a la gente; yo amo a la gente, me da vida. Me gusta sentarme sola y de hacerlo con alguien tiene que ser un sabio”.
“Yo no tengo computadora. Quiero ser testigo, mi vida pasa por otro lado. Tampoco tengo celular. Me niego a esas cosas, no me importan”
De un café de París proviene justamente el objeto que Norma elige como el preferido que trajo de un viaje: un cenicero del célebre Café de Flore. “Hace casi 20 años me llamó Alfredo Arias porque estaba encargado de organizar el evento de una colección de perfumes que Christian Lacroix sacaba a la venta, en el marco de la presentación de la moda otoño/verano en el Opéra-Comique. E invitaron a personalidades de algunos países, entre las que estaba yo. Canté dos tangos, cerré el evento y se puso todo el teatro de pie. Aproveché para recorrer gran parte de París. Y por supuesto estuve en el Café de la Paix. Cuando entré me di cuenta que había grandes figuras de la cultura y me dije que me tenía que llevar algún recuerdo de allí. Yo estaba muy eufórica. Un mozo del lugar preguntó a Arias qué me pasaba, y él le respondió que yo quería algún recuerdo de allí. Y el mozo me dio el cenicero, porque era lo más simbólico del lugar. Me lo regalaron, no lo robé”, cuenta con una sonrisa pícara. Este hecho hizo que luego la Pons viajara 14 veces a París: “A veces con Mimí viajábamos a esa ciudad a tomar el té por dos días. No viajé a ninguna otra parte del mundo, porque no quise. Yo soy loca de amor por mi país. El viento en la Argentina es distinto al de cualquier parte del mundo. Tengo la suerte de conocer la Argentina de punta a punta”, explica.
Norma se entusiasma también porque percibe que tiene gran éxito entre el público joven: “Me di cuenta por qué es. Yo no tengo computadora –quiero ser testigo, mi vida pasa por otro lado. Tampoco tengo celular. Me niego a esas cosas, no me importan–. Pero a través de todos estos medios que hay ahora yo estoy muy presente en las nuevas generaciones, por los programas de televisión que he hecho. Y los chicos es ahí donde me ven. Parece que han subido a la ‘computadora’ todos los personajes que hice junto con Gasalla. Mi vida está en las ‘computadoras’. Y sin pedirme permiso, ¿y mi privacidad? Se fue todo al carajo, ¿qué pasa con el mundo? Es otra época. Antes había otros códigos”, sostiene.
No queda más que recomendar con el corazón este clásico de todos los tiempos que ella se pone en el hombro. Y una reflexión final ante la pregunta de cómo lleva adelante este trabajo con una felicidad que se nota florecer en todos sus poros: “Yo tengo mucha amistad conmigo misma, mucho cariño, mucha conciencia tranquila, de nunca tener que tomar una pastilla para dormir. Yo tengo mucha cosa buena conmigo. No me arrepiento de nada ni echo culpas. Esto lo fui practicando año a año, no es fácil, fue todo un trabajo. Y el otro trabajo fue rodearme de la gente que me hace bien”.
REVISTA CIELOS ARGENTINOS
FOTO: ESTEBAN WIDNICKY