Para un veterano de guerra, el pasado estaba en YouTube

Para un veterano de guerra, el pasado estaba en YouTube

Por Fausto Brambilla
YouTube tiene ocho años de vida; mi padre, 93. Nunca se habían encontrado. El primero corre hacia el futuro, mientras que el otro se aferra a la memoria. Pero un día ocurrió y la memoria se hizo futuro.
Mi padre se reconoció con 70 años menos en una filmación anónima registrada en las barracas de Novara, la vigilia de la partida de su regimiento al frente de batalla ruso. Pocos segundos bastaron para rebobinar la película de una vida. Una filmación de casi dos minutos, encontrada de casualidad.
“Mirá, papá, ésta es una computadora, pero más chica.” “¿En serio?,” dice él al ver la tableta. “¿Esa cosa chiquita y plana es una computadora?” “Sí, basta con escribir acá lo que querés buscar, y te lo encuentra.”
“Probemos a ver si funciona”, me dice. “Escribí «campaña de Rusia».” Google arroja centenares de sitios. Elijo uno que habla de sobrevivientes y caídos. Encontramos nombres, las caras de algunos jovencitos con la vitalidad de la veintena. “De mi pueblo, soy el único que volvió vivo. Cuando me cruzaba por la calle con las madres de otros soldados, yo bajaba la mirada, por la incomodidad que me producía haberme salvado en vez de sus hijos. Me preguntaban: «¿Lo viste a mi Emilio? ¿Y a Piero? ¿Qué fue de Carlo?» Les repetía lo que sabía. Y después apretaba el paso y enfilaba para casa.”
Vuelve a mirar la tableta, fascinado por ese rectángulo luminiscente. E insiste: “Probá Sforzesca, de mi división”. Entro al sitio de sforzesca.altervista.org . Está lleno de información y en la pestaña de multimedia encuentro cinco videos subidos a YouTube con fecha 1942. “El año que me mandaron a Rusia. Y ya había estado en otros dos frentes.” Cliqueo el número 4. No sé por qué no sigo el orden normal. La filmación empieza con una imagen que dice “Caserna Passalacqua”.
“Es la mía”, dice reanimado mi padre. “De ahí salimos, de Novara. Reconozco el patio, todo rodeado de árboles.” Las imágenes corren a gran velocidad, en blanco y negro, como los dibujitos que mirábamos en la tele después del colegio. La música de fondo, en cambio, es lenta y desgarradora. Se ve marchar a un pelotón y a oficiales que conversan sonrientes en sus uniformes negros. “Ahí están, son ellos, los que nos mandaban a la muerte.”
Luego se ve un palco con un micrófono, algunas mujeres en el fondo que se acomodaban sus vestidos de fiesta, antes de exhibirse en el escenario para levantar la moral de la tropa. Y aparecen ellos, los soldados, los que reciben la carga que deben llevar al frente para su viaje al fondo de la noche: latas de comida, tabaco, otros pertrechos. Algunos saludan a sus padres como cuando se sale de vacaciones, otros miran a cámara o al vacío, ese vacío que pocos días después, en medio de la estepa rusa, los engulliría para siempre.
Un primer plano más de un grupo de oficiales, luego un paneo de los soldados sentados a la espera del espectáculo. De izquierda a derecha. Uno, dos? “¡Pero ése sos vos, papá”, digo, en voz baja, entre la estupefacción y el temor de ilusionarlo en vano. “¿Yo? ¿Dónde?”, dice inclinándose hacia la pantalla. “Sí, sos vos, estás igual que en esa foto que me mostraste tantas veces.” Pausa, cursor del video hacia atrás. Minuto 1, segundo 32. “Es verdad, soy yo”, susurra mientras se pone de pie súbitamente, como para tomar distancia de algo que lo impresiona. “Ponelo de nuevo.” Una, dos, diez veces.
Cinco segundos surgidos de la negra boca de la historia. “He visto algo que no se irá más de mi cabeza”, confiesa mi padre. No sé si está feliz o perturbado. Luego da vuelta la cabeza y aleja con la mano un plato de la mesa ya puesta. “No tengo hambre, voy a recostarme un rato.” Se pasa la mano por los ojos.
Mi madre se acerca, y le dice: “Sos el mismo de entonces”. Setenta años después. En el medio, la vida de un hombre normal, Francesco Brambilla, con una historia especial, que gracias a YouTube, vivirá en el futuro.
LA NACIÓN