15 Dec El barrio chino desafía a los sentidos
Por Pablo Tomino
Desde un plato de fideos salteados con cerdo, un palito de filet de pescado frito o bolitas dulces de zapallos en brochete hasta excéntricos adornos, el “perro fu” que protege el hogar, la cueva de inciensos para ahuyentar las malas ondas o seducir al amor y la popular raqueta, a pilas, “matamosquitos”. Todo ello -y cuánto más- encierra el mítico barrio chino, inundado por porteños y el turismo cada fin de semana, siempre con orientales dispuestos a rendirles un culto a sus tradiciones.
Este polo cultural y gastronómico forjado hace 20 años por taiwaneses y chinos continentales ocupa seis manzanas de Belgrano, en un mapa delimitado por Arribeños, Blanco Encalada, Montañeses y Juramento. Aunque los hechos confirman su franca expansión: comercios, supermercados y casas de gastronomía se han instalado en arterias linderas, incluso en el vecino barrio de Núñez.
Habrá que decir que unos 100.000 chinos continentales, el 80% originarios de la provincia de Fujián, se afincaron en el país con esa cultura que guarda tantos mitos como prejuicios. Pero que les dio buenos réditos con el trabajo duro, el ahorro y la escasa ostentación. Así, los chinos se hicieron fuertes en un rubro al que patentaron con una marca tradicional: los “supermercados chinos”, emprendimientos que se abren a razón de 20 por mes.
Descubrir ese rincón oriental en pleno Buenos Aires implica entregarse a un sinfín de sabores, aromas y excentricidades. Un universo algo extravagante -al menos para un occidental- que fue creciendo comercialmente desde la década del 80, gracias al interés de los porteños por la gastronomía asiática y los productos relacionados con la vida sana característicos de Oriente.
Hoy, los jóvenes orientales les dan un aire de alegría a las calles de Belgrano. Muchachos y muchachas, de raros peinados y con anteojos de llamativos marcos, comparten bancos en los puntos de venta de comida al paso. En el barrio chino, la segunda generación de esta inmigración converge en las peluquerías, el negocio de moda donde los sábados los orientales hacen fila para lookearse.
“¡Nos gusta estar producidos, con onda! ¿Qué nos divierte? Nosotros nos reunimos en nuestras casas, preferentemente, donde compartimos nuestras experiencias en Buenos aires y recordamos muchas cosas de nuestro país. Nos gusta el karaoke y también bailar, pero no ir a los boliches que van los argentinos”, dice Yan Fan, un chino de 22 años que trabaja con sus padres en un supermercado, y que hace tres llegó al país tentado por la posibilidad de hacer dinero y ahorrar.
Para los orientales, el barrio chino tiene fuertes reminiscencias de su tierra natal. El idioma autóctono es el predominante, aunque cada vez son más los jóvenes que hablan casi perfecto el castellano. Igual, son amigos del silencio. De vez en cuando miran a los ojos, sobre todo las mujeres. Aquí, un chino obtiene todo lo que necesita: videoclubes, librerías, agencias de viajes y la resplandeciente ropa oriental. Además, es en el único lugar porteño donde se consigue el popular té blanco, con propiedades antioxidantes.
Caminar por Arribeños es convivir con el extraño aroma de la comida cocida en base a algas de mar. “Todo es rico, todo me gusta. Estar acá es estar en casa”, dice Liu Xo (Luisa), una joven oriental de 19 años que desde hace cinco está en el país.
Cada rincón del barrio chino replica su país natal. Los helados coreanos Melona -“los helados frutales más ricos del mundo”, como se promocionan- son furor por estos lares. Los compran a $ 6 tanto orientales como argentinos. Tanto es así que la marca ya se vende en varios quioscos ajenos al “Chinatown”, como el de New York, tal como lo bautizaron los orientales.
Muchos chinos han elegido radicarse en el barrio de Belgrano y son varios los que viven con el dinero justo: algunos habitan el mismo lugar donde trabajan, como el sótano de un supermercado. Para ellos, la concepción de la vida es colectiva, y las vacaciones y la diversión casi no están en su vocabulario.
LA NACION