“La democracia permite construir lazos sociales”

“La democracia permite construir lazos sociales”

Por Laura Litvin
Discípula de Enrique Pichon Rivière (el padre de la psicología en el país), psicóloga, doctora en Psicología Social y directora de la Escuela de Psicología Social del Sur, Gladys Adamson reflexiona sobre cómo evolucionaron las distintas subjetividades y tramas sociales en estos últimos 30 años de la vida argentina. Para empezar, propone repasar algunos hechos antecedentes o transcurridos durante la dictadura, que marcaron a fuego nuestra sociedad. “Corría el año 1966 y ya había cursado poco menos de la mitad de Psicología cuando me tocó vivir ‘La noche de los bastones largos’. Siempre recuerdo la toma de las universidades, cómo nos sacaban a palos: militaba en la Fede. Tengo la imagen de un policía que se llevaba a una militante, ella gritaba: ‘¡Compañeros, no dejen que nos detengan!’ Al final, logró escapar y el policía, en la desesperación, sacó un arma y apuntó para arriba. Pero se lo veía desconcertado, no disparó. O sea, nos podían moler a palos, nos daban con el sable plano, pero no eran asesinos. Esa imagen me parece como representativa de Onganía en comparación con Videla. Ahí cerraron la facultad, todos mis profesores renunciaron; Filosofía y Letras quedó vacía. Después la reabrieron, pero ir a cursar era horrible, nos revisaban todo cuando entrábamos y salíamos.” No imaginaba Gladys la violencia que vendría después.
En 1967 descubrió que José Bleger, uno de los referentes más importantes de la Psicología en esos años, estaba dando clases en una escuela de Psicología Social. “Ahí me encontré no sólo con Bleger sino con su maestro: Enrique Pichon Rivière. Y él daba todas las clases de primer año. Así que lo tuve todas las semanas, una gran influencia para mí, un gran maestro. Además, la escuela era todo lo contrario a la facultad, había libertad de palabra, libertad de debate. Era un espacio para la creación colectiva.”
Gladys continuó estudiando, se recibió, se casó, tuvo su primera hija. “Eran años difíciles, pero encontré en la escuela un lugar de militancia porque teníamos algunas prácticas comunitarias, aunque no estaban para nada bien vistas. Sí seguía yendo a las marchas, recuerdo la de los psicólogos en los reclamos contra los psiquiatras. Después vino la “Primavera Camporista”, ahí estuve en Devoto, y también tuvimos que salir corriendo porque hubo tiros. No sé si había conciencia de la escalada de violencia, se vivía mucha euforia por el regreso de Perón.”
En el ’74, Pichon Rivière fue amenazado por la Triple A: “Llamaron por teléfono a la escuela y dijeron: ‘Cierren esa fábrica de zurdos y váyanse del país.’ Y a pesar del horror hubo algo muy gracioso y de película italiana, porque la persona que atendió el teléfono entendió: ‘Cierren esa fábrica de churros.’ Y dijo: ‘¡Está equivocado! Y colgó.’ Volvieron a llamar y tuvimos mucho miedo. Pero nadie sabía qué hacer frente a eso.”
–¿Y qué hizo Pichon Rivière?
–Pudimos averiguar a través de la mujer de Jacobo Timerman, que estudiaba en la escuela, que era un grupo aislado, con lo cual nos quedamos un poco más tranquilos, pero Pichon en ningún momento pensó en cerrar ni en irse. Muy correntino, muy a lo guaraní dijo: ‘¡Qué vengan, los voy a esperar!’ Tomamos algunos recaudos porque había rumores de que teníamos infiltrados. Entonces en vez de utilizar la terminología marxista típica, ‘materialismo histórico, materialismo dialéctico, contradicciones dialécticas’ hablábamos de dinámica, de oposiciones polares, de síntesis. Frente a esta amenaza se decidió que Pichon viniera a dormir a mi casa, porque los secuestros solían ocurrir de noche. Fueron unos días de convivencia que me permitió conocer el carácter incansable de Pichon, quien prácticamente no dormía. Esa fue la única amenaza, él se murió en el ’77, no sé qué hubiera pasado si hubiera seguido viviendo.
–¿Qué recordás de la dictadura?
–La impunidad. Tengo una anécdota: Me había separado, había formado otra relación y una noche discutimos muy fuerte. En casa trabajaba una chica que cuidaba a mi hija de seis años. Al día siguiente de la discusión vino el novio de ella y me dijo que trabajaba en el Congreso. “¡Si está vacío!, pensé yo”, era plena dictadura. Y me dijo: “Mi novia me contó que usted tuvo una pelea anoche y que le gritaron. ¿Quiere que le demos una paliza?” Ahí tuve la sensación de cómo reinaba la impunidad. Si yo quería me hacían el favor de pegarle una paliza a alguien. Yo, que no tenía ningún contacto con nadie, que vivía con mi hija, tenía ese poder. El tipo me lo ofrecía como una muestra de cariño, de solidaridad. Me dio la idea de una impunidad generalizada.
–Con mucho dolor llegó 1983.
–Sí, Malvinas entremedio, muy doloroso. Lo más impactante de 1983 era el pueblo, la presencia popular, la calle. Y empezar a ver imágenes que nunca se habían visto: por ejemplo una pareja de gays, eminentemente gays y espontáneamente gays. Todo te daba alegría. En 1985 yo trabajaba en la escuela de Pichon dando clases, coordinando y me dijeron: “por qué no fundás una escuela en Quilmes, porque ahí no hay nada”. Así nació la Escuela de Psicología Social del Sur, de la euforia, de la necesidad de involucrarse. Y fue una experiencia muy linda, trabajamos mucho con la comunidad, había mucha necesidad de participar.
–Había que unir un tejido social que estaba totalmente roto.
–Sobre todo había que trabajar lo relacionado con los derechos ciudadanos. Tuve que llamar a abogados para que nos hablaran de derechos ciudadanos. Nadie sabía qué eran, había muchas carencias. Era la época donde fue importante la acción del padre Farinello y monseñor Novak en Quilmes.
–¿Cómo podías aplicar las enseñanzas de Pichon Rivière en esta sociedad tan apaleada?
–Lo que el grupo operativo postula es una producción social de saber, una producción colectiva, heterogénea. Se construye un saber, una verdad desde distintas vertientes, distintas miradas, distintos conocimientos. Así fuimos participando en congresos, trabajamos temas de salud, creamos programas de la mujer, luego surgió la Universidad de Quilmes. Entonces, me acuerdo de For Mujer, un programa para capacitar a mujeres para que armaran cooperativas, emprendimientos. También trabajamos en el barrio La Esperanza, con jóvenes y mujeres en temas de prevención, capacitación. Además, con la democracia se legalizó el trabajo comunitario que estaba censurado. La escuela fue protagonista de la recuperación del espacio público, de la participación, de la posibilidad del trabajo comunitario. Ahora ya tenemos títulos oficiales, surgen intercambios con otras universidades, se requieren prácticas profesionales. Todo un logro.
–La Escuela fue creciendo con esa comunidad en Quilmes. ¿Cómo vivieron los ’90?
–Una debacle. Lo que más me llamaba la atención en el Sur eran los rumores de que venían hordas de pobres, se empezó a hablar de “ellos” y “nosotros”. Se venía el “aluvión”. Venía gente y nos decía que teníamos que cerrar la escuela, salir de las villas. Y lo que vino fue hiperinflación, estallidos sociales. Muy doloroso. Los paros, vecinos que robaban a comercios de la zona. Me deprimí. Iba a conferencias de Horacio Verbitsky donde denunciaba el desguace del Estado. No entendía qué quería decir, hasta que lo fui descubriendo.
–¿Cómo fue el deterioro del barrio, de lo cotidiano?
–Muy visible. Al principio, el hecho de tener teléfonos, que no se cortara la luz, parecía que el país se arreglaba. Pero Menem daba muchísima desconfianza por esta cosa de prometer una cosa y hacer otra. La corrupción fue progresiva y se agravó. Caminando por la calle veía negocios que cerraban, gente vestida más pobremente, con ropa vieja que no podía renovar. En Quilmes era muy visible, las papeleras cerraron; la fábrica de vidrio Rigolleau, que era un emporio, también. La Quilmes se robotizó, tenía 9000 obreros y pasó a tener 900. Trabajadores y sus familias sin sustento. Después vino la crisis de 2001, casi fundo, justo mudé la escuela a Capital, en plena crisis le dije a mi marido: “¿No nos tendríamos que ir de este país, por nuestras hijas?” Y él, que ya había vivido en España me dijo que ni loco volvería a ser ciudadano de segunda. Cuando llegaron las elecciones de 2003 voté a Kirchner, a cualquiera antes que a Menem.
–¿Qué pensabas de Kirchner?
–Había un rasgo de que me había gustado: fue el único gobernador que no firmó una convocatoria de plan de ajustes de Menem. Entonces, lo voté. Decían que era chirolita de Duhalde, yo dije: “éste no es chirolita de nadie”. ¡Le hace eso a Menem que tenía todo el poder! Lo voté pero no le creía demasiado. Veía su discurso como promesas. Todo muy lindo. El descreimiento me duró poco, porque lo primero que hizo fue levantar la huelga docente en Entre Ríos y lo segundo, levantó la plata falsa, los Lecop, los Patacones, todo eso.
–¿Cómo fue la evolución de los lazos sociales en estos 30 años?
–En el primer período de la democracia significó una recuperación de las relaciones. Se hicieron miles de jornadas, encuentros. En la época de Menem hubo un deterioro muy grande. Empezaron los robos, los arrebatos, sobre todo en la última parte del menemismo. Empezamos a ver a chicos juntando las galletitas de los monos en el zoológico, muchas mujeres solas con hijos por la calle. Ahí se empiezan a gestar los cartoneros. Y al mismo tiempo, muchas mujeres fundaron comedores infantiles, huertas, talleres textiles. El tejido social empezó a unirse microsocialmente ante la caída de las instituciones del Estado, y dio lugar a los movimientos sociales. Recuerdo que viajé para una capacitación a Cutralcó, en plena crisis, tras la privatización de YPF. Había mucho desconcierto. Por un lado había bronca por la privatización, pero les habían pagado indemnización… Una cosa confusa. Y empezaron a surgir los piquetes, era un pueblo fantasma, y me llamaba la atención que los perros callejeros eran todos de raza. Hoy las cosas cambiaron, hay algunas marcas, como la fragmentación posmoderna, los ’90 y el neoliberalismo todavía siguen fuertes en muchos lugares, quieren retornar y debemos estar alertas. El mundo del trabajo, debido a los cambios vertiginosos que vivimos, es más incierto y eso es algo nuevo. Con respecto a la fragmentación, al menos en las grandes metrópolis, a las familias les cuesta juntarse, hay amigos para estudiar, otros para salir, se encuentran más en el mundo virtual que en la calle. ¿Cómo eso afecta los lazos sociales? ¿Qué subjetividad da lugar a eso? Creo que a una subjetividad más individualista, más del momento, del presente. El proyecto del futuro sigue pero es más a corto plazo. Es por ahora. El futuro es incierto, nadie sabe cómo será el mundo en diez años. No sé si es bueno o malo, es una realidad
–¿Y estos últimos diez años?
–Es otra Argentina. Tengo una hija que milita, me da tanta alegría. La democracia permite construir lazos sociales. Da satisfacción, bienestar. Un regalo de la vida. Descreía que podía vivir esto. Aspiraba a mucho menos cuando lo voté a Kirchner, era una utopía. Cuando la veo y a sus compañeros y veo su alegría, pienso en mi militancia que fue tan violenta.Los veo cantar, saltar, agitar banderas con alegría. Es maravilloso. «
TIEMPO ARGENTINO