Gyula Kosice: “el arte sirve para subvertir valores”

Gyula Kosice: “el arte sirve para subvertir valores”

Por Loreley Gaffoglio
Era hasta previsible encontrar en su taller del barrio de Almagro -un museo compacto y esclarecedor con sus invenciones rupturistas- el rostro destacado de su gran inspirador: Leonardo Da Vinci.
A él, Gyula Kosice, inventor, artista plástico, poeta y teórico del arte, le debe el acicate que lo empuja hasta hoy, a sus vitales 88 años, a seguir pergeñando “utopías” para transformarlas en obras de arte deslumbrantes.
A punto de cumplir 70 años de una faena artística avant- la-lettre, Kosice no se conforma con haber revolucionado al establishment del arte en el pasado, con hitos como Röyi , la primera escultura articulada y móvil de la historia, su conspicua militancia en la abstracción del arte madí, la utilización del gas neón y de las gotas pentahédricas en sus esculturas y la creación de su Ciudad Hidroespacial , último bastión del hombre, según su concepción, que en 2009 adquirió el Museo de Fine Arts de Houston.
Ahora sumó al LED y al elemento aire a sus obras hidrocinéticas, creó un mural sonoro y, con envidiable lucidez y vitalidad, continúa desafiando el orden preestablecido en su irrenunciable desvelo por contagiar un nuevo humanismo a través de la creación.

– ¿Qué le sumó y qué le restó haber dedicado una vida al arte?
-No, todo fue ganancia. Sufrí, sí, innumerables polémicas y ataques por promover el arte abstracto, incluso en París, en el 48, con la primera muestra Madí. Pero esos ataques sirvieron: me envalentonaron. Siempre digo que en mi vida y en mis obras he tratado de corregir el azar. Porque al final, ¿qué es una obra de arte? Una creación nunca antes vista, que es la moneda de lo absoluto. Y al serlo se erige como algo cumbre en la humanidad.

-¿Y por qué corregir el azar?
-Porque tuve una niñez muy dura y traté de enderezarla para poder ser lo que soy hoy. A los 9 años, quedé huérfano, primero murió mi madre y luego mi padre se enfermó de tuberculosis. Me crió mi tío, dentista, y él suplió bien las carencias afectivas, que nunca dejan de ser marcas profundas. Nací en Kosice, Hungría, y a los cuatro años vinimos en barco en una travesía de 36 días de ver sólo agua, el elemento incorporado en el grueso de mis obras.

-¿Qué lo empuja hoy a seguir creando?
-Creo que hay tres cosas fundamentales en la vida: el amor, en sus distintas formas y como prevalencia total; el humor, que ha sido mi antídoto para no ser un cascarrabias, y mi credo en la traída del arte, la ciencia y la tecnología aunadas. Con esa fórmula, sigo trabajando y cada día siento que alcanzo una mayor lucidez. La memoria me falla, a veces. Traté de corregir eso también, pero ahí fallé.

-¿Cuántos grandes amores tuvo en su vida?
-Uno sólo, Diyi, mi compañera por más de 60 años, que ya no está. Aunque tuve algún affaire cuando estuve ocho meses solo en París. Pero cuando logré traer a mi familia, con mi primer gran contrato de arte madí en la galería Denis René, se lo conté. No me habló por un mes y a mí me salían unos lagrimones así gordos. El gran secreto de esa unión fue simple: el diálogo, los cuidados permanentes entre uno y otro, y mucho amor.

-¿De qué le sirvió dedicar una vida a las utopías?
-Son utopías hasta que dejan de serlo. Tomás Moro fue el inventor de la utopía, y yo estoy en contra de ese concepto. La gente cree que Ciudad Hidroespacial es una utopía y no es verdad, porque el gran infinito que es el espacio no ha sido ocupado. Cuando la población rebase del planeta, ¿a dónde va a ir? El espacio se va a poblar y la forma será la Cuidad Hidroespacial .

-Pero imaginar situaciones que no verá concretadas, ¿qué le genera?
-No estoy seguro de que no las voy a ver. Depende cuánto avance la humanidad para superar las leyes de gravedad y crear viviendas en el espacio, mi propuesta fundamental. Mantendré mi júbilo de vivir lo que pueda. Aunque voy a llegar -como acordamos con Clorindo Testa- a vivir 100 años. El va a llegar antes, porque me lleva un año. Pero yo, además, quiero llegar a hacer 50 obras más antes de mi centenario.

-¿Para qué sirve el arte?
-Para subvertir todos los valores culturales de una civilización. Y la utilidad de eso es vivir más, querer más y proyectarse hacia un mundo mejor. Son conceptos que surgen a partir de lo que yo he vivido en mi intimidad. Porque la humanidad avanza y se mejora con un nuevo humanismo en la medida en que cuestiona lo establecido. Y el arte mejora, simplemente, porque hace bien.

-¿Cómo lo nota?
-El arte es senti-mental, sentimiento y raciocinio. Cuando estas dos cosas se aúnan en armonía frente a una obra de arte, irrumpe la iluminación, el júbilo de querer seguir viviendo hasta el final. Esa es mi experiencia. No quiero ser ejemplo de nadie, pero… ¡ojalá lo fuera!

-¿Por qué?
-No soy un ególatra y no creo en el ego, porque es un arma de doble filo. Pero tengo una alta estima de mí mismo, que no es lo mismo. Y me tengo estima porque sé que soy una buena persona, un artista importante que cuando mira hacia atrás, dice: «¡Cuántas cosas que hice!» Y estoy orgulloso de mí, por la niñez que he padecido, por lo males que me han tocado y porque los he superado corriendo el azar. Y el arte me ha transformado completamente.

-¿Cómo fue ese proceso?
-En sexto grado, un librero me dijo: «Como no tenés plata para comprar libros, yo te voy a prestar dos por semana. Pero me los tenés que devolver». Un día me prestó un tomo enorme que ni podía levantar. Eran los inventos de Leonardo. Yo le dije: «No, esto es muy valioso, no sé si llevarlo». «Vos leelo y me lo traés», me ordenó. Cuando vi la sonrisa de la Gioconda , me fasciné. Pero me maravillé mucho más con sus inventos. ¡Inventó un planeador para ver si se podía volar en el Renacimiento! Ese libro fue la semilla de toda mi vida.

-¿Y por qué no quiso ser científico?
-Porque tengo una proyección muy sensible hacia la realidad. No serviría, no tengo la precisión total, no soy un buen cartesiano. Mi racionalidad está demasiado invadida por lo emocional y por la búsqueda humanista.

– ¿Concibe el arte como un camino de exploración y superación o de búsqueda estética?
-Ambas. Los caminos van a un solo lugar. Se trata de crear una obra que hable por sí misma. No vale nada, si no lo hace.

-¿Qué obras suyas se llevaría al más allá?
– Röyi , la escultura articulada, del 44; mis primeras obras cinéticas en bronce, y las que estoy haciendo ahora: hay un mural sonoro, una obra que trabaja con el aire y otra en homenaje a László Moholy-Nagy, el húngaro impulsor de la Bauhaus.

-¿Cuál es la fuente de su vitalidad?
-Creo que la vitalidad se crea en el interior de uno mismo, en la medida en que uno trata de superar cosas, entre ellas el dolor físico. Yo lo hago como una misión. Soy taurino, voluntarioso, pero poético. Hay que poetizar al mundo. Por eso sigo haciendo obra. Y cada vez más y mejor. Y quiero seguir aprovechando el hecho de estar bien lúcido.

-¿Qué destino quisiera para su obra cuando ya no esté?
-Desearía que siguiera 50 años más reunida en este lugar. Luego que se disperse en los museos, como testimonios de un artista que marcó el arte contemporáneo de nuestro tiempo.
LA NACION