15 Nov La mejor arma es el diálogo
Por Santiago Mariani
Una de las más certeras definiciones sobre la disposición al diálogo salió de boca de Winston Churchill: “Valor es lo que se necesita para levantarse y hablar; pero también es lo que se requiere para sentarse y escuchar”.
En febrero de 1990, Nelson Mandela daba sus primeros pasos como hombre libre luego de permanecer casi tres décadas encarcelado por el apartheid . Ese septuagenario que se presentaba sonriente a la prensa mundial, con mensajes conciliadores, había sido la mayor amenaza a la dominación blanca tras fundar y comandar en 1961 la rama armada de su partido, el Congreso Nacional Africano. En ese entonces, Mandela era partidario, como la gran mayoría de sus compatriotas, de tomar las armas y combatir al apartheid por medio de la violencia.
Durante su cautiverio comienza a recorrer un camino inverso: lee los libros que sus enemigos leían para aprender sobre su historia y toma cursos de afrikáans para poder dialogar con los carceleros en su propio idioma. Así llega a comprender que aquellos que lo sojuzgaban eran parte de la solución que Sudáfrica necesitaba, una democracia que cobijara a todos los sudafricanos en un mismo suelo para convivir de manera pacífica.
Mientras concebía su estrategia, parecía que la guerra civil estallaría en Sudáfrica. Era 1985 y el presidente Pieter Willem Botha ordena el despliegue de 35.000 hombres de las fuerzas armadas en los barrios negros para detener la rebelión que buscaba convertir al país en un caos. La represión desatada deja unas 850 víctimas fatales. Mandela lanza en ese contexto su proclama pacifista, optando por el camino del diálogo, sin dejarse nublar por los acontecimientos violentos.
Botha elige al ministro de Justicia, Kobie Coetsee, para comenzar, en calidad de emisario secreto, las conversaciones con Mandela. Coetsee es seducido rápidamente, al igual que el segundo emisario, Niel Barnard, jefe del servicio de inteligencia de Sudáfrica y hombre de máxima confianza de Botha. Mandela los convence de la necesidad de un encuentro con el presidente, uno de los políticos más duros que había conocido el régimen, para llegar a una solución negociada.
Habiendo conquistado a sus carceleros primero y luego a los máximos representantes del apartheid , debía enfrentar otro difícil desafío: convencer a sus compatriotas negros acerca de la importancia de reconocer a los blancos como parte de la solución. Su propuesta radicaba en que la mayoría negra no tenía el derecho a imponerse sobre la minoría blanca, aun si lograban conquistar el poder mediante la legitimidad del voto. La única forma de rehacer Sudáfrica, proponía Mandela, era mediante una tarea conjunta y sin imposiciones de ningún tipo, asociándose con los blancos en la empresa común de construir una gran nación.
Mandela hace realidad, mediante su propuesta de paz, las aspiraciones de los negros; evita la guerra civil y une el país bajo su liderazgo dejando como legado para Sudáfrica y también para la humanidad la posibilidad de convivir en armonía y sin imposiciones por parte de minorías o mayorías. De haber visto realizada la gran obra de Mandela, Churchill hubiera destacado su valentía para escuchar a todos y dar lugar a la mayor empresa política que haya tenido lugar en el siglo XX.
LA NACION