Furor por las series: no me cuentes el final

Furor por las series: no me cuentes el final

Por Fernando Massa
Lost fue la droga por la que llegó a cancelar a último momento una salida con amigas. Sin culpas: había que quedarse hasta las siete de la mañana y terminar esa temporada. Grey’s Anatomy , en cambio, es la excusa ideal para compartir horas de charla con sus amigas de toda la vida. Es la serie que la hace llorar. Tanto que el día que se murió uno de los personajes quedó tan desencajada que cuando llegó su novio y la vio le preguntó preocupado si le había pasado algo. La misma serie que cuando llega el final de temporada convoca a todas las amigas al living de su casa de Colegiales -minado de chocolates y gaseosas, o de picada y cerveza- para disfrutarlo en el proyector. No importa si alguna no pudo aguantarse y ya vio el capítulo, siempre y cuando, claro, no spoilee . A Flor Suchecki, de 27 años, las series se las suele recomendar su madre, de 55. Pero con quien comparte por lo menos un capítulo de Scrubs , Friends o The Big Bang Theory cada noche antes de irse a dormir, ya sea en la tele o en la tablet tirados en la cama, es con su novio, Alejandro. Él se reservó para ver solo Homeland mientras ella terminaba la tesis, pero las de la BBC que bajan por iTunes las ven juntos. Para ésas, no tan populares, tienen sus propios códigos: como cada vez que ven a alguien con ojos de loco, se miran, se ríen y piensan en Alice, ese personaje malvado de Luther . Florencia dice algo que muchos piensan: “Con la serie entrás a un mundo diferente. Y la verdad es que te hacés un espacio dentro de tu vida para meterte en ese mundo”.
Las series atraviesan nuestras vidas. Se metieron en la cama, nunca faltan en las reuniones de amigos ni en los asados familiares y son charla obligada en el trabajo. No es casualidad: estamos ante un fenómeno cultural planetario que es posible por cuatro factores determinantes: la calidad de las historias, la diversidad de propuestas, la flexibilidad para verlas en cualquier horario o soporte, y la posibilidad de compartirlas con otros en las redes sociales.
Por eso casa vez que alguien en una barra pide un Old Fashioned se piensa en Don Draper de Mad Men , o si se lee una crónica policial con chicos que transportan estupefacientes en sus mochilas, en la cabeza van a sonar dos palabras: The Wire . Hasta la Presidenta cuenta por Twitter que es fan de Game of Thrones , y si alguien se agarró bronca con el jefe, pudo imaginarlo con la cara de Steve Carrel. La mafia ya no es sólo Vito Corleone, es también Tony Soprano. No podemos evitarlo, todo lo relacionamos con las series. Se han vuelto la referencia cultural inevitable.
Arrancó como una invitación para no dejar de verse y terminó como el ritual de cada lunes, “la mejor forma de arrancar la semana”. A Hans Henrich, estudiante de Recursos Humanos de 21 años, la idea de juntarse a ver The Walking Dead -donde por más que haya un ataque zombi los humanos se siguen matando entre ellos- le llegó de un amigo del trabajo cuando ya corría la mitad de la primera temporada. Como buen fan de las series: no lo dudó. Para saciarse a solas todavía le quedaban Breaking Bad y The Office.
El “templo” queda en zona norte. Un living chico, donde unas ocho, nueve o diez personas según la ocasión, que van de los 19 a los 27, se reparten en un sillón, el piso o las escaleras de atrás. Cuando llegan todos, tipo 22, se pone Play para meterse de lleno en el capítulo estreno que Sol y Santiago, hermanos y anfitriones, bajaron el día anterior. Las reglas son pocas: la luz apagada, prohibido predecir escenas, pausa sólo en caso de emergencia (los hombres deben bancársela), se ve en inglés con subtítulos en español y cuando termina vuelven a reproducir las mejores escenas, así como si fuera un resumen de un partido de fútbol.
Para el sociólogo y profesor de la Universidad de San Andrés Alejandro Artopoulos, lo primero que hay que tener en cuenta es el largo proceso de diversificación de la oferta de productos culturales en el medio televisivo que se dio durante las últimas dos décadas, simultáneamente con la sofisticación del consumo cultural. Con ese menú tan amplio y tentador de historias para disfrutar en los momentos de ocio, el invertir horas y horas en una serie no se vuelve un dilema. Menos si esas horas las compartimos con otros. “Pasar de la serie de cable a tener disponible Netflix para verlas cuando quieras hace la diferencia. Disponer de tiempo es un lujo, pero si alguien lo tiene que gastar en una maratón de 23 horas lo va a gastar con gusto… Siempre y cuando pueda poner pausa”, dice.
Esa flexibilidad es un atractivo extra de las series para Agustina Bendersky y Emiliano Ortiz. Son adictos a las series, pero no a las maratones: están a salvo del binge watching como lo llaman los anglosajones. Cuando en la semana no están para una película, sale un capítulo y se van a dormir. Ella lo reconoce: por los tiempos más cortos abandonaron un poco las películas. The Sopranos es la favorita de los dos. “Nos encariñamos con su cotidianidad -dice ella, socióloga de 28 años-. Ves lo que les va pasando durante las seis temporadas y te sentís de la familia. Por unos meses fuimos parte de la mafia italiana.”
Hay reglas: elegir una (ahora es Breaking Bad), mirarla juntos, y si uno se queda dormido, ponerse al día cuanto antes. Y nunca ver un capítulo sin el otro. Eso es traición, “infidelidad 2.0”.
Lo que ya se les va de las manos -a todos se nos va de las manos- son los spoilers. Sí, esa palabra inglesa que viene del verbo spoil (arruinar), que significa adelantar puntos cruciales de la trama, y que tiempo atrás era desconocida por muchos y ahora puede escucharse en cualquier reunión social. A ella le pasó con su cuñada y Breaking Bad, lo que pudo frenar con un “tené cuidado que yo no llegué a esa temporada”, o cuando, desde el lado de victimario, arremetió en el trabajo con un “dale, ponete al día” a un compañero que no las dejaba hablar de Mad Men.
Para Pablo Manzotti, periodista especializado en cine y series y uno de los editores del sitio Otros Cines, la popularidad que alcanzaron las series responde a la siguiente ecuación: crecimiento de la calidad de la producción + abundancia de oferta + Internet y disposición del producto on demand + redes sociales. “Las series están viviendo su época dorada -dice-. Ahí se está dando lo más interesante a nivel audiovisual.”
Según su punto de vista, este consumo de series tuvo su puntapié inicial con Los expendientes X, unos veinte años atrás. Después, fueron las comedias de situación como Friends y Seinfield con un enorme poder de identificación del público con los personajes. HBO marcaba su propio concepto y arrasaba con los Emmy -el premio cuya entrega pudo verse el domingo pasado, cuando se convirtió en trending topic en Twitter incluso en la Argentina- y la irrupción de Internet dispararía el consumo.
En ese contexto se vuelve lógico que Soledad Venesio, de 26 años, pueda no sólo ver sino disfrutar simultáneamente hasta 35 series. Sons of Anarchy, Grey’s Anatomy, Pretty Little Liars -su gustito culposo-; las que comparte con sus hermanos, como Supernatural y The Walking Dead o Dexter, esa serie que adora tanto como su amiga Leticia Bellini, con la que pasaba horas de charlas, mates, críticas, recomendaciones y delirios sobre series. El único problema era que una vive en Palermo y la otra en La Plata. El post serie o la sorpresa de un giro emocionante en la trama se gritaba por chat. Y un día esas charlas se convirtieron en un blog: Meh! (Charlas sobre series). “Fue la necesidad de escribir sobre lo que nos gusta. Replicar esas charlas entre amigos y mate. La búsqueda de revivir eso es Meh! y la comunidad que se creó alrededor.”
No hay dudas, las series crean comunidad. Guiños, shares, comentarios. Y las redes sociales no hacen más que potenciarlos. Juan Melano, director de ComentaTV, empresa que analiza la audiencia televisiva, cuenta que las series son un ejemplo perfecto de engagement en segunda pantalla: si el televidente no adora la serie, probablemente no la siga, así como cuando la sigue su consumo roza el fanatismo. “Episodio tras episodio, y sobre todo en las series donde se juega con el suspenso, como Game of Thrones o Breaking Bad, la manera de descargar la emoción es a través de redes sociales, especialmente Twitter, que permite seguir la conversación de otros fans por medio de un hashtag”, dice. Un rebote que sólo ayuda a hacernos más fanáticos y seguir sumando series a la lista de pendientes.
LA NACION