El no tan delicado arte del despido

El no tan delicado arte del despido

"Estás despedido"

Lucy Kellaway
Llegado el fin de año, he decidido centrarme en dos cosas que siempre son populares en esta época del año: los despidos y las riñas violentas.
La semana pasada, junto a los correos electrónicos de torpes empresarios diciendo a sus empleados cómo tienen que comportarse en las fiestas navideñas, recibí otros dos mensajes igual de apropiados para estas fechas con malas noticias sobre despidos y discusiones. El primero era el perfecto ejemplo de cómo no debe hacerse este tipo de cosas. El segundo era un documento menos frecuente: un ejemplo sobre cómo hacerlas de forma adecuada.
El primer correo electrónico estaba escrito por Jay Hooley, el consejero delegado de la empresa de servicios financieros State Street, y transmitía la noticia de que, pronto, 1.400 personas perderían su empleo. Llevaba el inocuo tema de Anuncio para los trabajadores y empezaba: “Hoy presentamos un programa de varios años de duración que mejorará la excelencia y la innovación en el servicio, ayudando a obtener una mayor eficiencia operativa y posicionándonos para un crecimiento acelerado”.
Aparte de la deprimente pomposidad del tono, hay dos cosas que sobran. Primero, está la hipérbole: si tu servicio es excelente, no necesita mejorar; si no lo es, resulta peligrosamente engañoso fingir lo contrario. Y, luego, el tono optimista, un cobarde intento por hacer creer a los trabajadores de que, a continuación, vendrá sin duda algo bueno.
Lo que sigue en realidad es una retahíla de “visiones”, “fines” y “objetivos” que incluyen “la creación de un modelo operativo líder en la industria” y “apalancar nuestra escala”.
Tras una dosis de exaltada palabrería, continúa: “Para aprovechar mejor estas ventajas, implementaremos iniciativas de reducción de costes que incluirán una reducción de plantilla que afectará a aproximadamente 1.400 de nuestros empleados”.
Tras haber eliminado al 5% de la empresa, el mensaje pasa a discutir sobre nada en particular. Finalmente, para de dar vueltas, satisfecho sin duda de haber disuelto una amarga noticia en una nube de algodón de azúcar, y termina: “Confío en que los componentes del programa son necesarios para garantizar este éxito”.
No estoy segura de ello, pero sí de otra cosa. Si fuera uno de los 29.000 trabajadores de State Street, consideraría que esta falsa y dehonesta jerga no está a la altura de mi gran dedicación. De hecho, podría sopesar la idea de llevarme mi talento a otra parte.
Ese mismo día, Nick Denton, ex periodista de Financial Times y fundador de Gawker, se dirigía a la plantilla de su empresa de rumores en los medios de comunicación mediante un mensaje titulado Cambio.
“Sí, puede que esto sorprenda a algunos de vosotros”, empieza, antes de anunciar que dos importantes cargos abandonan la compañía. Elogia sus logros y prosigue: “Sin duda, hemos discutido sobre todos los temas, desde la política a la maquetación de las páginas. Pero eso ha formado parte de la diversión; y las riñas han derivado, por lo general, en mejores decisiones”.
Entonces, llega la sustancia: “Nuestras páginas son alérgicas a los estereotipos, así que voy a a ser explícito. Chris y yo tenemos serias divergencias con respecto a la estrategia. Esto se tradujo en negativas discrepancias entre la línea editorial y las ventas”.
Es bueno. Es legible, claro y parece sincero. Con frecuencia, la gente discrepa hasta tal punto que no puede trabajar junta. La forma en la que Nick describe esta caída es adecuada. Evita la palabrería y da a los que se marchan más dignidad que si el anuncio estuviera lleno de tonterías sobre pasar más tiempo con la familia.
State Street habría hecho mejor en seguir el ejemplo de Denton. Sobre todo, no debería haber dado la lata sobre plataformas para acelerar el crecimiento. No sólo porque sea un horrible trabalenguas, sino porque, si una empresa realmente planea crecer más deprisa, cuesta comprender por qué necesita deshacerse de alguien.
CRONISTA COMERCIAL