14 Sep El libro del joven Neruda que fue un clásico de todos los tiempos
Por Ivana Romero
Bella, definitiva, singular aportación para las letras artísticas chilenas es la obra de Neruda”, dice un artículo periodístico aparecido en 1933 en la prensa argentina. El autor, anónimo, no duda en calificar a Residencia en la tierra –que por entonces acababa de publicarse en Santiago de Chile y Buenos Aires– como “un clásico en el porvenir de las bellas letras”. Y no se equivocó. El tercer libro de Pablo Neruda, por entonces un joven diplomático que se haría cargo del consulado de Chile en Madrid y que lograría que Residencia… se publique allí en 1935, forma parte imprescindible de su obra. De allí la decisión de que el lectorde Tiempo Argentino disfrute de este texto que integra la Biblioteca Pablo Neruda/obras esenciales.
“Queremos destacar que este año se cumplen dos hitos históricos, que también los remarca la Fundación Neruda, y es que 23 de septiembre se cumplen 40 años de su muerte. Además, hay un aniversario muy importante desde el punto de vista literario: los 80 años de Residencia en la tierra”, indicó Alberto Díaz, editor responsable de la Biblioteca Pablo Neruda, durante la firma del convenio entre Sergio Szpolski coeditor responsable de este diario, y el presidente del grupo Planeta, Gastón Etchegaray, para la publicación de las once entregas que reúnen la obra más destacada del poeta. En ese marco, Díaz resaltó que Residencia… fue el libro consagratorio del mítico intelectual chileno ya que “se convierte en un escritor de vanguardia y le abre puertas para transformarse en el gran poeta de la lengua”.
El joven Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto –tal su verdadero nombre– nacido en Parral (al sur de Chile) el 12 de julio de 1904, había ganado el premio de la Fiesta de Primavera de Temuco cuando aún era adolescente. Como su padre se oponía a que siguiera con su incipiente vocación poética, comenzó a firmar sus versos con seudónimo. El nombre elegido, Neruda, lo había encontrado por azar en una revista y era de origen checo; no sabía que se lo estaba usurpando a un colega, un lejano escritor que compuso hermosas baladas y que posee un monumento erigido en el barrio de Mala Strana de Praga.
Residencia en la tierra es una obra de creación temprana, luego de los poemarios Crepusculario (1923) y Veinte poemas de amor y una canción desesperada (1924). Se trata de versos divididos en secciones, escritos con una libertad temática y estilística poco frecuente en esa época. Sucede que un joven curioso como Neruda obviamente prestaba atención a lo que ocurría en Europa y la eclosión de las vanguardias históricas; entre ellas el surrealismo y el simbolismo. Y también, los postulados existencialistas.
Según el intelectual chileno Hernán Loyola –quien desde los cincuenta focalizó su tarea de investigación en la vida y en la obra de Neruda–, Residencia… es “un texto mucho menos localista, más universal” que los anteriores. “Las intenciones del autor son las de escribir cosmológicamente acerca de la vida y dar su visión totalizadora de la realidad. Esta visión es la de un mundo desmembrado, desintegrado y fragmentado, pero que adquiere valor en cuanto alegóricamente da cuenta de un mundo total”, explica en el libro Neruda: la biografía literaria.
En diversas oportunidades este poemario ha sido tachado de difícil y hermético, habitado por disquisiciones “metafísicas”; un término que aún el mismo Neruda aceptó en su momento. Pero a la luz de los tiempos, se presenta más bien ligado al intento de los objetivistas de despojar a la palabra de florituras y de ofrecer una visión del mundo personal de manera inevitable (no hay poesía que no lo sea) pero donde lo biográfico no es el dato central.
Es evidente, sin embargo, la presencia de la inquietud de Neruda ante los cambios que se percibían en el mundo, que determinarían el estallido de la Segunda Guerra Mundial unos años después de la publicación de este libro. Como lo advierte el filólogo Amado Alonso: “La soledad, la desesperación, la angustia, se acentúan en estos poemas; el autor ve el mundo como un naufragio total, como una destrucción constante, como una desintegración incontenible. La retina del poeta (‘como un párpado atrozmente levantado a la fuerza’) ve cómo todo fluye (‘agua feroz mordiéndose y sonando’) hacia la muerte y la descomposición: ‘Como cenizas, como mares poblándose, / en la sumergida lentitud, en lo informe, / o como se oyen desde lo alto de los caminos / cruzar las campanadas en cruz, / … y el perfume de las ciruelas que rodando a tierra / se pudren en el tiempo, infinitamente verdes’.”
Hugo Montes –filólogo y abogado, amigo personal de Neruda– relativiza la cuestión del pesimismo y la circunscribe a la pasión propia de la escritura que desplegó el poeta a lo largo de su obra, aunque esta pasión se haya manifestado de diversos modos a través de los cambios estilísticos que el poeta experimentó. “Su verso largo, su definitivo alejamiento de la rima, la falta de puntuación tenían una correspondencia en el fluir bastante libre del subconsciente y en las imágenes creadoras nacidas de asociaciones desapegadas de la realidad natural. Pero tras todo ello estaba la desmesura nerudiana que buscaba una integración total en el universo, una visión completa del acontecer propio y del mundo, una tentativa infinita, en que el sustantivo subraya el aspecto de prueba, de ensayo, de experimento, y el adjetivo la grandiosidad y la fuerza del proyecto”, apunta en su libro Ensayos estilísticos.
Señala, además, la influencia de la vanguardia literaria que en caso de Chile tenía en Vicente Huidobro a su principal referente a comienzo del siglo XX. Según el estudioso, Neruda también se quiso “poner a la moda”, pero no en términos banales sino con una real valorización de lo experimental. Montes considera que, en ese sentido, Residencia… es un intento “serio y logrado”. Y reconoce que si bien en ese libro hay símbolos oscuros y asociaciones libres, “muchos de los poemas tienen un carácter eminentemente social” cuya preferencia por imágenes ligadas a lo cotidiano preanuncian al autor de las Odas elementales, publicadas a mediado de los cincuenta. Y es que esos elementos, despreciados por cierta crítica de la época, resultaron fundamentales para muchos poetas que escribirían más tarde, donde la inspiración no estaba en los grandes temas sino que se buscaba en aquellas cosas cercanas. El mismo Neruda seguiría esa línea y se encaminaría así a una obra personal, donde lo político y lo íntimo encuentran un espacio de convivencia, una capacidad que, entre otras, le valdría el premio Nobel de Literatura en 1971.
El compromiso inquebrantable con su época, se sabe, tiñó su obra y su vida. La reciente exhumación de sus restos busca determinar si el escritor fue asesinado hace 40 años por la dictadura de Augusto Pinochet y no murió producto de su enfermedad de cáncer de próstata, dos semanas después del golpe militar a Salvador Allende, en 1973. Por este tema, Neruda vuelve a ser noticia. Y en medio de las especulaciones, su voz continúa resonando desde Residencia… con versos que demuestran la vigencia de este texto: “Yo lloro en medio de lo invadido, entre lo confuso, / entre el sabor creciente, poniendo el oído / en la pura circulación, en el aumento, / cediendo sin rumbo el paso a lo que arriba, / a lo que surge vestido de cadenas y claveles; / yo sueño, sobrellevando mis vestigios morales.”