Historias del catenaccio

Historias del catenaccio

Por Ezequiel Fernández Moores
Agradecido por la extensa entrevista, el periodista de Turín devolvió gentilezas a Nereo Rocco: “Que mañana gane el mejor”. Rocco, DT del modesto Padova, que en 1956 recibía a la poderosa Juventus, le respondió con una declaración de principios: “Esperemos que no”. “¿Cuándo se decidirá a jugar un fútbol más ofensivo?”, preguntó otro día a Rocco un prestigioso periodista de un respetadísimo diario del norte de Italia. “En su honor -respondió el técnico, impostando el tono-, le prometo solemnemente que el domingo verá a todos mis jugadores adelante.” Al domingo siguiente, sin embargo, Padova fue otra vez superdefensiva al empatar en campo de Bologna. “¿Con que todos adelante no?”, cuestionó a Rocco el prestigioso periodista. Y el DT contestó: “Sí, todos adelante de Pin”, que era el arquero. Rocco es señalado como “el padre del catenaccio”, el cerrojo defensivo que marcó la historia del fútbol italiano. El catenaccio que, más de medio siglo después, quiere enterrar la selección italiana que recibe hoy a la Argentina en el Estadio Olímpico de Roma.
La época de oro del catenaccio fue a comienzos de los 60, cuando “Il paron” (El Patrón), como se llamaba a Rocco, dirigía a Milan y el arrogante y exitoso Helenio Herrera (“H.H.”), al Inter. Ambos dominadores en Italia y también en Europa. “La mejor defensa” dejó de ser “un buen ataque”. “El mejor ataque” pasó a ser “una buena defensa”. Mezquinos sí, pero también contragolpeadores letales. El Boca de Adolfo Pedernera le empató 2-2 al Milan en 1962 y le ganó 1-0 al Inter en 1963. La victoria fue en una gira que inició con triunfo 2-1 ante Barcelona en el Camp Nou, con goles de José Sanfilippo y de Alcides Silveira. En pleno partido, Sanfilippo, enojado tras una patada del uruguayo Julio César Benítez, le dijo: “Sos un hijo de puta, como todos los uruguayos”. Silveira, uruguayo, le pegó una trompada. Unos días después, en Casablanca (Marruecos), Sanfilippo regaló medias a sus compañeros el día de Navidad, pero todos las quemaron apenas se fue. Sanfilippo volvió a pelearse, esta vez con Ángel Clemente Rojas, en pleno triunfo ante el Inter de Helenio Herrera. La niebla esa noche en San Siro era tal que el arquero Antonio Roma, sin trabajo porque el Inter sólo se defendía, preguntaba a sus compañeros cómo iba el partido. Algunos hasta cuentan que tuvieron que ir a buscarlo al arco porque Roma no se había dado cuenta de que ya había finalizado el primer tiempo. “Marcaban al hombre y jugaban con un líbero. Eran las mejores defensas del mundo”, coinciden en decirme Silvio Marzolini y Antonio Rattín, titulares en San Siro.
En su hermoso libro Historias del calcio , el periodista español Enric González vincula el catenaccio -nacido con el austríaco Karl Rappan en la modesta selección suiza del 30- a una mentalidad italiana de “trinchera” porque el país sufrió invasiones y ocupaciones casi hasta el siglo XX. Gianni Brera, acaso el periodista deportivo más célebre de Italia, fue quien puso nombre al sistema (catenaccio) y también lo justificó (una supuesta desventaja física y acaso sicológica fruto de la posguerra: “somos débiles, organicemos la defensa y sorprendamos de contragolpe”). Cero-cero, decía Brera, es “el resultado perfecto” y el catenaccio, “la única manera de jugar al fútbol”. Su mejor amigo, siempre con un buen vino de por medio, era Rocco, el DT que había formado sus músculos levantando reses en la carnicería de su padre. “Il Paron”, en rigor, fue maestro del catenaccio cuando realizó campañas formidables con los modestos Triestina y Padova, como lo había sido poco antes Gipo Viani con Salernitana (el catenaccio como “derecho del débil”). Pero al Milan de 1962-63 Rocco lo consagró campeón italiano con 83 goles, 22 más que el segundo más anotador. Y en 1969 goleó 4-1 al Ajax de Johan Cruyff en final europea en el Bernabéu. Sus defensores recuerdan que Rocco llegó a jugar con tres atacantes más Gianni Rivera como número 10. Rivera, símbolo del fútbol-arte, el “fantasista” en plena era de catenaccio, es aún hoy un firme defensor de Rocco. Lo dice en Nereo Rocco , escrito en 2009 por Gigi Caranzini. El libro incluye el relato de la noche de terror en la Bombonera por la Copa Intercontinental de 1969. Estudiantes, su rival, fue esa noche puro salvajismo. Y eso que Rocco, según cuentan, dio una clara instrucción a sus jugadores: “Péguenle a todo lo que se mueva sobre el césped. Si está la pelota, no importa”.
Un año después, Italia olvidó por completo el catenaccio durante la media hora acaso más famosa en la historia de los Mundiales: la semifinal de México 70 que terminó ganándole 4-3 a Alemania con cinco goles en la media hora de alargue. “Media hora sin táctica, media hora sin posición fija, no más cinismo, repentinamente las reglas del pasado han perdido todo su poder”, escribió Nando dalla Chiesa en El partido del siglo . “Fue un duelo cuerpo a cuerpo”, me lo definió semanas atrás el ex arquero Dino Zoff. El ingreso de Rivera fue clave, pero el DT Ferruccio Valcareggi no se animó a incluirlo en la final junto con Sandro Mazzola (el otro 10 que era capitán de Inter). Italia perdió 4-1 con Brasil, que atacó con cinco números 10 en su formación. Para Brera, un graduado en Ciencias Políticas de finísima pluma, Rivera era un “abatino”, algo así como un jugador incompleto, un perdedor, un lujo de ricos que obligaba al equipo a girar en torno a él. Una línea que sigue hoy Michele Dalai, autor del libro Contra el Tiki Taka (Cómo aprendí a detestar al Barcelona) . El juego de toque y posesión del Barca, dice Dalai, es “la andropausia del fútbol”. Dalai dedica su libro “a todos los contragolpeadores”. Una obra digna del país que hizo un culto del catenaccio.
Italia, bicampeona mundial en 1934 y 38 con el DT Vittorio Pozzo, logró sus otros dos Mundiales con Enzo Bearzot en España 82 y Marcello Lippi en Alemania 2006. Son discípulos de Rocco, hijos de una escuela a la italiana que podrá tener fuerte representación en el Mundial de Brasil (Giovanni Trapattoni con Irlanda, Alberto Zaccheroni con Japón, Fabio Capello con Rusia y Gianni De Biasi con Albania). Paradójicamente, no con Italia. La humillante caída en primera rueda en Sudáfrica 2010 decidió el cambio. Cesare Prandelli, el nuevo DT, admira a España y quiere que Italia ataque. Así se la vio en la última Copa de las Confederaciones de Brasil. Avanzó a semifinales aun sufriendo 8 goles y 41 disparos a su arco en tres partidos, inédito para el calcio, desacostumbrado a que sus defensores corran el riesgo de quedar uno contra uno y criado bajo el lema de que no se gana haciendo más goles que el rival, sino evitando que te hagan goles. “No podemos ir en contra de nuestra naturaleza, está bien copiar alguna cosa, pero manteniendo nuestra identidad”, dijo Giuseppe Bergomi. El campeón mundial 1982 pidió volver al catenaccio para evitar que España, rival en semifinales, repitiera la goleada 4-0 de la final de la última Eurocopa. España, con un falso nueve que, por supuesto, no era Lionel Messi, volvió a ganar en Brasil, pero lenta y sin profundidad. Italia, lejos de refugiarse en su arco, perdió de modo inmerecido en definición por penales.
Como en casi todos lados, un inglés, William Garbutt, fue clave en el nacimiento del fútbol en Italia. Su Genoa, multicampeona en aquellos años del calcio, no pudo ganar sin embargo en su gira de 1923 por Argentina. La sorprendió -cuenta Antonio Ghirelli en su fabuloso Storia del calcio in Italia – un fútbol distinto a la ortodoxia inglesa, mejor organizado en defensa, pero también más técnico y más veloz de pelota que de piernas. Noventa años después, el calcio que tras el Milan de Arrigo Sacchi ahora quiere enterrar definitivamente al catenaccio -o reinventarlo, según algunos críticos- registró en su último campeonato una media de 2,64 goles por partido, inferior a la de Alemania (2,93), España (2,87) e Inglaterra (2,80). Pero superior a la de aquellos viejos maestros de Sudamérica (2,24). El catenaccio argentino.
LA NACION