“La Bestia de Ucrania”, el asesino serial que mató a 52 personas por rencor

“La Bestia de Ucrania”, el asesino serial que mató a 52 personas por rencor

Por Gastón Rodríguez
Mató porque casi no conoció a la madre y lo que recordaba del padre era mejor olvidarlo; por el abandono, la niñez en el orfanato y la temprana certidumbre de saberse un malquerido. Anatoli Onoprienko fue un asesino brutal por ser un incapaz de sentir piedad. También por no saber hacer otra cosa con el rencor.
Lo contó durante el juicio. Ante el tribunal que lo acusaba por la muerte de 52 personas –42 adultos y diez niños– Onoprienko dijo haber nacido pobre en julio de 1959 en Zhytomyr, Ucrania. Con tono metálico, sin suplicar compasión, agregó que del padre sólo heredó traumas, culpa de las palizas puntuales en cada intoxicación con alcohol, y que la madre se murió demasiado pronto, cuando él tenía apenas cuatro, condenándolo al desamparo.
El padre y el hermano mayor vieron en Anatoli un estorbo, una criatura demandante de cuidados que no iban a tolerar (tal vez por la certeza de no poder satisfacerlos; quizás porque el desamor era un asunto genético), y decidieron entregar su tutela al hospicio de la ciudad.
“Ellos debieron ocuparse de mí porque podían”, se quejó al final del soliloquio.
Con el odio a cuestas, Anatoli salió del orfanato y se enroló en la Marina soviética. Así conoció los puertos del mundo, y sus prostíbulos más cercanos, pero fue Río de Janeiro, con su postal más famosa, el único destino que conmovió al ucraniano. Tanto, que sus actos de dar muerte recién se justificaban para él cuando adornaba a sus víctimas con alguna cruz o símbolo parecido, en extraño homenaje al Cristo de Corcovado.
Antes de conocerse su historial criminal, Anatoli fue bombero en la ciudad de Dneprorudnoye. La ficha elaborada por su empleador lo describió como un hombre “duro, pero justo”. También probó suerte como obrero de la construcción, pero los míseros salarios no podían competirles a los botines de los asaltos. Anatoli se dedicó al delito a tiempo completo.
“Yo mataba – explicó más tarde– para eliminar a todos los testigos de mis robos. Por eso soy una persona única, hice cosas que nadie ha hecho. Era muy sencillo, los veía de la misma forma que una bestia contempla a los corderos. Ninguna de mis víctimas se opuso, armado o no, hombre o mujer, ninguno de ellos se atrevió a forcejear siquiera.”
Sentado en el banquillo de los acusados, enfrentado a una pena que debía ejecutarlo, Anatoli no dejó de comportarse con bravuconería. Reflexionó que “un soldado que mata durante la guerra no ve a quien golpea” y defendía su obra sanguinaria con argumentos cínicos: “He visto sólo gente débil y comparo a los humanos con granos de arena, hay tantos que no significan nada.”
Entre octubre de 1995 y marzo de 1996, la región de Zhitomir contabilizó 43 asesinatos pero ninguno escandalizó tanto como el ataque a la familia Zaichenko en la navidad de ese diciembre. El saldo fue la muerte a turnos del padre, la madre y los dos hijos y la casa incendiada para hacer cenizas de los rastros de la masacre. Esa noche, Anatoli escapó con las alianzas del matrimonio, un crucifijo de oro y dos pares de pendientes. Seis días después, la misma suerte sufrieron los cuatro miembros de otra familia. El patrón más evidente era que Anatoli ejecutaba a los hombres con armas de fuego y a las mujeres y niños con cuchillos y hachas, dispensándoles un trato más íntimo. Para esa época, Anatoli estaba fanatizado con la sangre ajena.
El tribunal lo condenó a muerte, pero le conmutaron la pena a perpetua. Tres de cada cuatro ucranianos, no compartieron el favor a “La Bestia”, “El exterminador”, “El diablo en persona”, como lo apodaron. Murió esta semana, con 53 años, en la cárcel de Zhitomir. Antes se sinceró: “Si estoy libre de nuevo, comenzaré a matar otra vez. Pero será peor, diez veces peor. Si no me matan escaparé de esta prisión y la primera cosa que haré será buscar a alguien y colgarlo de un árbol de los testículos.”
TIEMPO ARGENTINO