02 Sep El ranking, ese invento que marcó el mundo del tenis
Por José Luis Domínguez
Desde hace 40 años es una referencia ineludible para determinar quiénes son los mejores del mundo de las raquetas. El ranking de la Asociación de Tenistas Profesionales (ATP) cumple ya 40 años. Controvertido a veces, reflejo de la actualidad en otras, la clasificación semanal ya es una marca establecida; sus números marcan una posición, pero también pueden ser un objetivo, un sueño o un límite por superar. Hoy, el número 1 del mundo es Novak Djokovic; cuatro décadas atrás, el que estaba al tope era Ilie Nastase. Y, en todo este lapso, enormes jugadores pasaron por sus listas semanales.
Pero para llegar hasta este sistema de clasificación pasó bastante tiempo. A pesar de que el profesionalismo desembarcó en el universo del tenis en 1968, no fue hasta cinco años después que se sentaron las bases definitivas. Como sucede en cualquier deporte, siempre estuvo presente la necesidad de establecer, de un modo concreto, un escalafón que estableciera los mejores de la disciplina, aun dentro del contexto amateur que por décadas acompañó al tenis. El ranking semanal, hecho por computadores, aportaría una cuota de modernidad acorde con el crecimiento cada vez más sostenido de este deporte.
En los primeros años del siglo XX, las clasificaciones las realizaban los diarios y publicaciones especializadas. Se considera que un periodista inglés, Arthur Wallis Myers, del Daily Telegraph, fue el primero en hacer un ranking anual masculino durante los años 20, en la revista The Field. Desde luego, había muchos menos torneos, pero Wimbledon ya era reconocido como el principal certamen, y de manera tácita, se entendía que los que llegaban a las instancias decisivas en el Grand Slam británico eran al mismo tiempo los mejores de la temporada. John Olliff y Lance Tingay, también del Daily Telegraph, siguieron los pasos de Myers, y de hecho, años después, la Federación Internacional de Tenis (ITF) tomó como válidas esas clasificaciones. Entre esas listas anuales aparecen representantes argentinos: Enrique Morea, considerado número 10 del mundo en 1953 y 1954. María Terán de Weiss (10» en 1950) y Norma Baylon (7» en 1966). Pero también vale destacar que, en muchas ocasiones, los jugadores top se convertían en profesionales, se embarcaban en giras por todo el mundo, y ya no podían competir en los grandes torneos, con lo cual también dejaban de ser incluidos en los rankings no oficiales; el ejemplo más concreto es el australiano Rod Laver, que ganó dos veces el Grand Slam (1962 y 1969), pero no pudo jugar los cuatro grandes entre 1963 y 1967.
Aquel primer ranking tenía al tope a Nastase, con un average de 17, con 136 puntos reunidos en ocho torneos; es decir, se tomaba el promedio de lo acumulado sobre lo disputado; en los noventa, el sistema pasó a tomar solamente los mejores resultados de cada jugador. Guillermo Vilas, el primer argentino en esa nómina, ocupaba el puesto 27°; bastante más atrás, aparecía Tito Vázquez (102°). Con el tiempo, Vilas sería eje de una controversia, ya que, para muchos, el zurdo fue el mejor del mundo en 1977, y de hecho la revista World Tennis lo eligió como tal, con el Gran Willy vistiendo la camiseta con el 1, pero la ATP nunca lo reconoció como líder, a pesar de los 16 títulos ganados (incluidos dos Grand Slams) y el récord de 46 triunfos seguidos en esa temporada.
Apenas 25 jugadores llegaron al número 1, acaso como un ícono de que sólo uno entre millones puede aspirar a semejante logro. Roger Federer, con 302 semanas, es el que más tiempo reinó en el circuito, seguido por Pete Sampras (286); como contrapartida, Carlos Moya sólo ocupó el primero puesto dos semanas, y Patrick Rafter, apenas una. Eso, en cuanto a los jugadores top. Pero lograr el primer punto de ATP ya tiene un enorme valor. Desde afuera puede parecer sencillo, pero hay que recorrer un larguísimo sendero para llegar hasta allí, para ingresar en esa lista, por la que desfilan desde los obreros de la raqueta hasta los que escriben la historia en cada impacto.
LA NACION