25 Jul “Dos instancias en pugna: la oligarquía y el pueblo”
Por Sergio Di Nucci
El historiador y teórico francés de la democracia, Pierre Rossanvallon, se encuentra de visita en Buenos Aires. Llegó por dos motivos: para ofrecer una serie de conferencias y para presentar su última obra, La sociedad de los iguales, que acaba de publicar la editorial Manantial. Rossanvallon es un autor conocido por los argentinos, o por los argentinos que estudiaron o estudian humanidades en la Universidad de Buenos Aires.
Cultor de un estilo profesoral, alejado de las estridencias y entusiasmos de un intelectual comprometido, su obra y su tarea académica se han centrado en la historia de la democracia occidental y en todo lo que hizo Francia por el surgimiento y la supervivencia de la democracia y del proyecto europeo. Le interesa analizar el modelo político y social francés –tan opuesto al norteamericano–, y al papel que ha jugado su vigoroso Estado en la promoción de las personas en base a sus méritos (y no a su piel, o a su sexo). Profesor de Historia moderna y de Política en el Colegio de Francia, fundado en el siglo XVI por el gran Francisco I, hay un Rossanvallon a medida de cada lector: está el anti-capitalista y el progre. Uno socialista y otro republicano, etcétera. En sus obras se cita a Karl Marx y Alexis de Tocqueville, ese aristócrata que mejor vio –porque dejó de lado prejuicios europeos y clasistas– a la naciente democracia norteamericana. Ha sido miembro de la Confederación Francesa del Trabajo (CFDT), del Partido Socialista Unificado de Francia (PSU) y del Partido Socialista francés, y en 1982 creó la Fundación Saint-Simon junto con François Furet. En 2002 fundó algo que él llamo “La República de las Ideas”, un “taller intelectual” con el que pretende “refundar una nueva crítica social” que evite dos peligros igualmente temibles (para él): el radicalismo bobo que lleva a los presidentes a posar de héroes, o lo que él denomina la “ideología nostálgica-radical”. El estilo de Rossanvallon al hablar es similar al que utiliza para escribir: sereno, sin estridencias, con claridad en la exposición, o lo que se denomina “estilo transparente”, porque las palabras fluyen democráticamente, sin someter al lector a esfuerzos aparentes, o reales.
–En 2007 se publicó La contrademocracia. Dos años después, La legitimidad democrática. ¿Este nuevo libro vendría a ser la tercera parte de su interés por las transformaciones que ha venido sufriendo la democracia?
–Sí, es un interés en la democracia que pasa también por una defensa. No hay democracia sin vigilancia de sus debilidades, y habrá que repetir que el ciudadano no es simplemente un votante: por eso debe ejercer la función de vigilancia individual, y a la vez forjar un proyecto colectivo.
–En el libro explica dos siglos de historia de la democracia y presenta una opción por la igualdad, antes que por la libertad. ¿O nada que ver?
–No diría opción. Cuento, sí, que la base de la igualdad radica en la solidaridad, algo que resulta cada vez más arduo lograr, puesto que estamos viviendo un nuevo tipo de capitalismo, que fomenta la desarticulación social, en términos de cómo esto era entendido en el siglo XX. Si las sociedades aspiran a ser igualitarias, deben reconocer que el cimiento radica en promover los principios de singularidad, reciprocidad y comunalidad, que no quiere decir comunitarismo a la manera en que se utiliza ese término en los Estados Unidos. Las políticas a favor de la igualdad terminaron por generar la democracia política. Pero a su vez, eso generó también, al menos en los últimos tiempos, un debilitamiento o adelgazamiento de los lazos sociales.
–Justamente, se dice que las religiones ya no son el soporte del lazo social, pero los últimos conflictos en el mundo demuestran un vigor, y no un asordinamiento del fenómeno religioso… Las primeras hiperpotencias mundiales son sociedades altamente religiosas…
–Francia ostenta una tradición de fomento de la igualdad de posibilidades que nace de la meritocracia. La caída del comunismo y antes, la revolución conservadora de los años ’80, promovió un nuevo capitalismo que cambió la historia. Esto ha terminado por debilitar muchísimo la capacidad de que los seres humanos construyan un proyecto juntos, como pares. Pero mi interés pasa por reformular el término de igualdad.
–¿Nos lo puede repetir?
–Entiendo la igualdad no como una cuestión de distribución de las riquezas, o al menos esa es sólo una opción, sino como una filosofía relacional. Padecemos un incremento de la desigualdad, cuando en el siglo XX fuimos testigos de la reducción de la desigualdad. La democracia, el sufragio universal y la libertad iban de la mano.
–¿Qué piensa de la situación actual de la Argentina?
–Veo algo similar a muchos otros países latinoamericanos, y de América Central, y es lo siguiente: los conflictos aquí, históricamente, no tienen un origen clasista, al menos como entendemos este concepto en Europa. Aquí hubo dos instancias en lucha: la oligarquía y el pueblo. Eso me parece que ayuda a lograr mayores consensos, o proyectos colectivos. Lo contrario ocurre en Europa.
TIEMPO ARGENTINO