26 Jul Abordar la tecnología como si fuera un donut
Por Juana Libedinsky
Una amiga iraní que vive en Madrid y que vino a visitar a su hermano a Nueva York, me contaba el otro día que encontró a sus sobrinos americanos “enchufadísimos” a un videojuego.
Era uno de esos juegos interactivos que permite ir construyendo ciudades maravillosas, y en el cual participan, en simultáneo, compañeritos de la escuela. Aún así, ella estaba preocupada. “A pesar de estar en la misma casa, la única forma de que me prestaran atención era entrar en el juego y hacer un ciberdiálogo”, se lamentó. Su hermano, médico, tuvo una idea. “Él cree que esto se está convirtiendo, en muchos chicos, en una adicción. Dice que quien invente un centro de desintoxicación que les dé tratamiento, hará fortunas”, me comentó mi amiga.
Mi hija va a uno de los jardines de infantes de filosofía tradicional en la Gran Manzana. Quizá por eso -o a pesar de eso- cuando se hacen conferencias para padres con especialistas en desarrollo infantil, la pregunta que nunca falta es cuánta tele/iPad/videojuego, y con qué contenido, dejarles usar. Mis amigas que mandan a los suyos a escuelitas súper, radicalmente progresistas, dicen que es exactamente la misma situación. La angustia es generalizada. Y las respuestas (sobre todo con el iPad, que es tan intuitivo para los más pequeños y que lleva tan pocos años de existencia en el mercado) todavía no son firmes.
En la escuela de mi niña dijeron que no había evidencia conclusiva respecto a que lo digital ayude a aprender. No descartaron que lo hiciera, pero recomendaron abordarlo simplemente como un donut . Un poco nos gusta y está muy bien; más es peligroso. Cuánto es “un poco” de donut lo dejaron abierto al sentido común de cada padre (aunque con la paranoia que hay sobre obesidad infantil en Manhattan, seguramente estaban hablando de una masa frita y glaceada muy, muy pequeña).
Personalmente, me gustan mucho las recomendaciones del libro Screen Time sobre tomar en cuenta las tres “c”: content (contenido), context (contexto) y child (el niño en cuestión). La idea es ajustar la decisión a cada caso. Por ejemplo, se puede ser más laxo si el niño hace, además, muchas otras actividades y la va bien en la escuela, o hay que estar más atentos si demuestra un tipo de personalidad obsesiva que necesita límites más fuertes para no llegar a la adicción.
Estoy escribiendo esto en un bar y se acerca una amiga mexicana. Me cuenta indignada: “Estábamos en un restaurante y en la mesa de al lado había una madre, un padre, y sus dos niños, cada uno enfrascado en su iPad. ¡Si tienes dinero para dos iPad, contrata una babysitter ! Si llevas a los niños a un restaurante, que aprendan a conversar. El problema que yo veo es respecto al mínimo de interacción social y buenos modales para la próxima generación”.
Mi amiga sigue las recomendaciones de la Asociación Americana de Pediatría y no deja que sus niños siquiera vean tele antes de los dos años, pero no es una talibana. Cualquiera sea la filosofía de los padres respecto a los medios electrónicos, parecería haber un punto de coincidencia universal. “Si se trata de un viaje largo en avión o en auto -reconoce con una sonrisa- todo vale para entretenerlos.”.
LA NACIÓN