20 Jul Figuras del desencanto
Por Daniel Gigena
Tres cuentos premiados y siete menciones integran Premio Nuevos Narradores. Tercera edición, una antología de autores, muchos de ellos con obra publicada en editoriales independientes (además de incursiones en el teatro, la crítica o el cine), que apelan a modos de contar alusivos, tragicómicos y levemente desencantados.
En “Fuego”, del rosarino Sebastián Villar Rojas (1981), ganador del primer premio, un joven recién separado de su pareja, mientras instala una secuencia de fotos en un centro cultural, opta por desviarse de su propia historia (y del camino de vuelta a casa) para contar la trama de un “heroico” ascenso en la escala burocrática municipal. El contrapunto entre la descripción de las fotos y el estado de ánimo del narrador crea una atmósfera de catástrofe inminente (aunque ésta ya haya ocurrido): “Empecé a buscarle un lugar junto a las dos que ya había pegado. Una de una polilla y otra de mí mismo tomando mate, barbudo, en una posición similar a la del Che exhibido en la morgue. En ésta faltaban cuatro años para separarme”.
El segundo premio, “Mouret y las palabras de Peirot”, de Sebastián Doffo (Casilda, 1983), con la forma de un artículo académico sobre una obra que transcribe “todos y cada uno de los sonidos y palabras pronunciados por un personaje ficcional -Antoine Peirot- durante el transcurso de su vida”, pone en cuestión el alcance de un loco proyecto de escritura. Gracias al tono desapasionado, los avatares de la novela de Mouret, incluida una “lectura colectiva” de los 52 volúmenes (uno por cada año de vida del personaje), parecen cifrar los resortes de cualquier destino literario. Nicolás Blanco Rodríguez (Buenos Aires, 1981) ganó el tercer premio con “Por un manojo de cenizas”, patchwork de noticias, conversaciones telefónicas, mails, anotaciones, misivas falsamente amables de empresas acreedoras y SMS. En este ejemplar texto sin narrador, el material ordenado de manera cronológica cuenta una historia de pérdidas y un reencuentro improbable en el más allá oceánico.
Entre las menciones sobresalen “Los desconocidos” de Eliana Madera (Carlos Casares, 1985) y “Cien mil fotos tuyas como un flash”, de Gabriel Dalla Torre (Neuquén, 1977). El primero transforma en apenas tres páginas un aparente relato costumbrista en una pieza fantástica, alienante, ambientada en un salón de velatorio ocupado por dos familias. También el segundo trastoca una hogareña escena de Navidad en un campo de fuerzas antagónicas donde, debajo de una barba postiza, “tiene espacio una íntima revolución”. “Simetrías”, de Ignacio Urulegui (Pehuajó, 1986), extensa carta-chantaje de un escritor inédito, se suma a esa moderna tradición de relatos en que los editores pagan sus culpas. “Morir el tigre”, de Marcelo Galbán (Buenos Aires, 1976), narra en tres tiempos la historia de un espectral triángulo amoroso.
En el prólogo de Premio Nuevos Narradores, Gustavo Ferreyra -integrante del jurado junto con María Sonia Cristoff y Juan Diego Incardona- ubica las “nuevas camadas” de escritores al inicio de “los tiempos de la comedia”, las compara con gimnastas y les concede el dudoso don del desparpajo. Hay, sin embargo, cierta continuidad entre estos nuevos narradores y la tradición literaria local: cuentos como los de Urulegui, Nicolás Gicovate (Vicente López, 1976; “Misión, visión y valores”) o Esteban Prado (Mar del Plata, 1985; “Técnicas de nado para no hundirse en el Mar Argentino”) pueden ser leídos en serie con novelas como Vértice o Piquito de oro, de Ferreyra, con sus personajes hipnotizados por letanías. También el cuento de Dalla Torre y el de Agostina López (Buenos Aires, 1987; “La Oscuridad”) comparten recursos con los relatos de Incardona. La sensibilidad ambigua de Villar Rojas y Doffo subyace en varias de las crónicas de Falsa calma, de Cristoff. Quizá la metáfora de la gimnasia sirva menos para referirse a cierta condición intrínseca de una generación que al ejercicio de una práctica -escribir- entrenada en lecturas de los que empezaron antes.
LA NACION