19 Jul Christian Patermann: “Los residuos vegetales y animales serán el oro del mañana”
Por Nora Bär
Es abogado, economista y músico de jazz aficionado. Aunque también se declara “científico frustrado”, por su interés en la biología y en la energía. Christian Patermann, integrante del Consejo de Bioeconomía del gobierno alemán, es uno de los pioneros de este nuevo enfoque que intenta responder a los desafíos de un planeta con recursos limitados y nuevas demandas que deberán satisfacer a una población que, en pocas décadas, alcanzará los 9000 millones de personas.
“Sólo un tercio de las áreas cultivables que estaban disponibles en 1950 lo estarán en 2020 -advierte Patermann, hablando en un español con acento bien castizo, en una pausa entre las sesiones del Simposio Biotecnología 2013, que la semana pasada reunió a algunos de los máximos referentes en el tema-. Habitualmente, la economía no tiene valor: es la descripción de acontecimientos, de comercio, de obtener rendimientos con inversiones, pero no es un valor real. La bioeconomía se centra principalmente en recursos biológicos; es decir, renovables, basados en el carbono, como plantas, animales, microorganismos. Esto permite, por ejemplo, la utilización de un material, de tal modo que los residuos pueden ser quemados. Esto ya de por sí es una optimización. Pero además la naturaleza y estos recursos biológicos pueden ofrecer propiedades nuevas. La madera, procesada de un modo especial, puede llegar a ser tan dura como el acero.”
-La bioeconomía llega precisamente cuando las industrias tecnológicas venían desacreditando a los recursos naturales como fuente de riqueza…
-Hay parte de verdad dentro de esa observación. El origen de la bioeconomía está en la historia. Lo novedoso es que hemos recolectado una enorme masa de conocimientos sobre plantas, animales, metabolismos, genes, interacciones entre plantas y animales… pero nunca nos habíamos planteado hasta hace algunos años explotar sistemáticamente estos conocimientos nuevos para extraer ventajas, como las biorrefinerías, por ejemplo. En la primera mitad de la última década, hubo una sesión de la OCDE en la que los ministros hablaron sobre bioeconomía sin precisar su contenido. Entonces, mis colegas y yo dijimos: “Hombre, por qué no analizar esta idea de una economía sin fósiles, con recursos biológicos que pueden ofrecer ventajas que hasta el momento no tienen una explotación sistemática”. En esa época, todo el mundo hablaba sobre la sociedad del conocimiento y eso inspiró un poquito nuestros pensamientos. Pensamos que había que dejar abierta la puerta para una integración con otras tecnologías, como la de la información, la nanotecnología, la comunicación y las ciencias cognitivas.
-¿Cómo piensa que la Argentina, un país con grandes riquezas biológicas, puede aprovechar este nuevo concepto?
-Estoy muy feliz de que este país sea el primero de América del Sur donde hay un simposio como éste con más de mil asistentes; es increíble. Creo que es el momento de que el gobierno y las provincias comprendan la potencialidad de este desarrollo. Ahora hay que hacer una estrategia con estructuras apropiadas, un mecanismo de cooperación entre el gobierno central y las provincias, entre lo público y lo privado. Porque las inversiones que se requieren son muy altas. Se necesitan estudios pilotos, en escala… Eso cuesta. Y es en este sentido que los emprendimientos público-privados pueden jugar un papel mucho más importante que antes.
-¿Se trata de una economía que va a florecer lejos de las ciudades?
-Todo el mundo habla de que tenemos que hacer algo para el desarrollo rural, para que la gente no abandone esas regiones. Sin embargo [la urbanización], es una tendencia que no vamos a revertir. Precisamente por eso, tenemos que prever cómo vamos a organizar una alimentación saludable para los ciudadanos en las grandes aglomeraciones periurbanas y urbanas, como San Pablo, Ciudad de México, Nueva York o Buenos Aires. Muchas de esas grandes capitales están en este continente y habrá que establecer cadenas de alimentación que abastezcan las demandas de las clases medias, que quieren más comida de calidad, saludable. Ése es el terreno donde la bioeconomía impulsará mucho el desarrollo.
-¿Qué parte del mercado podría ocupar la bioeconomía?
-Es algo impresionante. En Europa calculamos cuáles son las ramas en que sería más importante y vimos que los ingresos por alimentación eran de más de 1,25 trillones de euros. Sí, trillones. Es la mayor rama industrial y que da empleo a más de 20 millones de personas. Es algo, ¿eh? Por eso nos dijimos: “Hombre, si no vamos a ponernos a la cabeza de este desarrollo, Asia o América latina van a encargarse de hacerlo”.
-¿No va a traer problemas ecológicos este aprovechamiento intensivo de los recursos naturales?
-Depende. Una cosa es clara: decir que basta con que algo sea biológico para que sea sostenible es falso. Por eso, no hay una bioeconomía, sino bioeconomías. Depende de las regiones, del paisaje, de los recursos a los que uno tiene acceso, de las redes logísticas y de sentimientos culturales. Los biocombustibles, por ejemplo, pueden ser bastante ecológicos en un país, pero una catástrofe en otro. Brasil es completamente diferente de Escandinavia. Identificar esas oportunidades es la tarea de los países. Pero algo es claro, los combustibles fósiles se están agotando.Los residuos de cultivos y animales serán el oro del mañana.
-Aunque es abogado y economista, expresa admiración por la ciencia. ¿Se siente un científico frustrado?
-[Se ríe] Un poquito… Pienso que uno de los problemas de nuestra sociedad es que se escuchan demasiado poco los resultados de la ciencia. Si tuviéramos una relación más natural entre investigadores y responsables de la política, muchas cosas irían mejor. En ese sentido, la bioeconomía es una enorme oportunidad. Estamos empezando a comprenderla, pero hacerlo de una manera integral y reducir los daños es una tarea muy compleja.
LA NACION