Poincaré, Einstein y Picasso

Poincaré, Einstein y Picasso

Por Nora Bär
Después de haber tenido el privilegio de conversar con cientos de científicos y con un puñado de artistas, uno constata que, aunque parecen distantes y hasta opuestos, los mundos del arte y de la ciencia están muy próximos. De hecho, son muchos los estudios que con frecuencia encuentran indicios de que ambos, científicos y artistas, recorren senderos similares para llegar al descubrimiento, esa epifanía del ¡Eureka! en la que el criterio de belleza tiene tanto peso como el de verdad.
En un artículo provocativo que acaba de publicar el diario británico The Guardian a propósito del centenario de la muerte del matemático Henri Poincaré (que se cumplió el 17), el físico, escritor y periodista Arthur Miller revela algunos de estos vasos comunicantes a partir de dos casos célebres: Einstein y Picasso.
Miller, un especialista en el tema (al que le dedicó un libro: Einstein, Picasso: space, time and the beauty that causes havoc, Basic Books, 2001), muestra que ambos, el físico y el pintor, se inspiraron en trabajos de Poincaré, cuyo propio estilo de pensamiento, afirma, tenía muchas similitudes con el de un artista. De hecho, cuenta Miller, Edouard Toulouse, psicólogo interesado en la creatividad que lo entrevistó en 1897, dijo de él que “era espontáneo, poco consciente, más como un sueño que racional, y aparentemente más apropiado para los trabajos de imaginación pura”.
Mientras todavía era un empleado de la oficina de patentes de Berna, Einstein quedó impresionado por el libro de Poincaré Science and Hypothesis (publicado en 1902), en el que analiza los procesos de construcción de las teorías científicas. Picasso, que por la misma época estaba preocupado por cómo traducir todas las dimensiones del espacio en un lienzo, se interesó por las ideas del matemático acerca de cómo imaginar la cuarta dimensión.
Según Miller, ni Einstein ni Picasso terminaron de coincidir con Poincaré. Pero poco después de conocer sus ideas el primero publicó la teoría de la relatividad y el otro pintó Las señoritas de Avignon 
LA NACION