20 Jun La gran vigencia de William Shakespeare
Por Nicolás Peralta
Shakespeare no ha muerto; vive en cada hecho teatral. Así parece musitarlo tanto su vigencia como su influencia actual, asimismo su popularidad nunca decreciente. El cuerpo del autor dejó la vida terrenal un día como hoy, el 23 de abril, pero de 1616, poco antes de cumplir los 52 años. Aunque, sin dudas, su alma sobrevive en sus palabras, en sus obras y personajes, que, aún en tiempos actuales de inteligencia artificial y virtualidades, tienen la fuerza de un trueno.
William Shakespeare es de los autores más representados en el mundo, sobre el que más se ha escrito. Es el más influyente sobre otros grandes: no se puede pensar Beckett sin Shakespeare, ni Chejov, ni Arthur Miller o Tennessee Williams. Entonces surgen las dudas: ¿Cuál es el secreto de la permanencia de su trabajo? ¿Qué pasa en la vida de un actor o director que se acerca a Shakespeare? ¿Eternamente se representarán su obras? O más bien, ¿será olvidado algún día?
“Shakespeare sirve para poder pensar cómo somos”, dijo algunas vez Alfredo Alcón, el actor argentino que más lo ha representado. Se lo dijo a un director, café de por medio. No fue a Omar Grasso cuando hicieron Hamlet, ni a Agustín Alezzo cuando armaban Ricardo III en el San Martín, tampoco a Federico Herrero durante La tempestad, también en el Teatro Municipal Gral. San Martín. Fue durante los ensayos de Rey Lear, cuando trabajó bajo las ordenes de Rubén Szuchmacher, quien también hizo a su vez Sueño de una noche de verano, y Enrique IV, segunda parte. Justamente esta fue la obra con la que Szchumacher fue convocado el año pasado por el Festival Globe to Globe, parte del World Shakespeare Festival, y que fue parte del grupo de directores extranjeros que representaron las 37 obras que integran el canon shakesperiano. “No es de mis favoritas, pero fue una buena experiencia”, cuenta Rubén.
“En Shakespeare aparecen todas las líneas existentes previas a él (teatro griego y medieval) y se proyecta hacia el futuro, con una condensación de un pensamiento burgués que todavía sigue vigente. Shakespeare es la bisagra entre el mundo antiguo y el mundo moderno”, dice Rubén y opina que Shakespeare es obligatorio para cualquier persona que haga teatro, aunque nunca la represente. “Es que allí están todos los saberes teatrales”, dice y agrega : “Es intenso, profundo, es un referente insoslayable. Shakespeare todavía nos dice cosas, le habla al hombre de hoy, aún lo hace. Es un autor inagotable.” Es su obra predilecta, aunque no sabe si alguna vez la montará.
Quien sí montó una adaptación de esa pieza, en el San Martin, que terminó su temporada hace dos semanas, fue Javier Daulte. “La vigencia temática de Shakespeare es algo de lo cual se habla siempre: la universalidad. Lo que yo rescato muchísimo es la vigencia teatral que tiene. Sus dispositivos escénicos y dramáticos son increíbles”, comenta Javier, quien destaca la capacidad de las obras del autor a ser adaptadas. “Son historias muy bien contadas, sobre todo teatralmente, tiene capacidad de adaptarse a muchas formas de contarlo. Su estatura de clásico le brinda casi una necesidad de renovación de mirada”, dice. Para él Shakespeare es como el color negro: queda bien con todo. Todo le combina muy bien.
Patricio Orozco es director e investigador teatral, dramaturgo y actor. Estudió la obra de Shakespeare en la Royal Shakespeare Company (Inglaterra). En 2011 crea en Buenos Aires el primer Festival Shakespeare de Latinoamérica y dos años después recién inaugura el Teatro Shakespeare, sala de diseño isabelino que evoca al Globe Theatre, construida por estructuras tubulares. “Los teatros isabelinos tienen un diseño especial por el cual tanto los espectadores como los actores forman parte de la obra. La estructura envolvente de la sala, sumado a la posibilidad de que el público en la arena esté de pie y pueda trasladarse al sector que le resulte más atractivo, hacen que la experiencia de asistir a una representación sea inolvidable”, relata.
En este tipo de espacios cobra sentido aquella famosa frase atribuida al autor inglés de que “el mundo es un escenario”. Shakespeare pensó sus obras para ser estrenadas en estos teatros, es por esto que sus textos se resignifican al ser trabajados en este tipo de espacio. “Los monólogos eran casi una charla con la gente”, explica Orozco. La ubicación de su Teatro Shakespeare es en Costanera Sur. La estructura, con capacidad para 800 personas, tienen un diámetro de 22 metros y una altura de 8.5 metros, la estructura pesa 50 toneladas y la lona que la recubre, 350 kgrs.
“Como autor, ha descripto el alma humana como ningún otro. Ha puesto en un lenguaje muy poético los sentimientos que nos son comunes a todos los seres humanos. Celos amor, ambición y demás cosas que aparecen en la vida”, dice Patricio.
Lito Cruz, reconocido fanático shakesperiano, coincide y redobla la apuesta: “Todos los temas que corresponden a la existencia del ser humano en el planeta están en su obras. Desde su mundo personal, sus procesos mentales a las pasiones, el poder y demás. Además Shakespeare cuenta con una maestría para manejar el suspenso, la tensión que es la base de una obra de teatro. El logra la identificación por tener claro un contexto psicológico, uno religioso, uno de relaciones humanas. Todo condensado en una obra o en un personaje.”
Para Lito, el desafío de enfrentarse a lo escrito por Shakespeare, es fundamental para el actor. Según su visión, el autor tiene una manera de nombrar la realidad que es única, que abre puertas como nadie para interpretar tanto el pensamiento como el comportamiento humano. “Te forma como persona y como actor”, opina el veterano histrión.
Para Marcelo Savignone, quien adaptó Shakespeare en una obra llamada Hamlet por Hamlet, el inglés es “de esos autores que te hacen querer el teatro”. Para él, los monólogos de cualquier obra shakespeariana “parecen ser creados ayer” por su contemporaneidad. “La capacidad de Shakespeare de visionar y de hablar de lo esencial del ser, es maravilloso. El hombre tiene la necesidad de seguir reviviendo ese gran autor”, dice Savignone.
Harold Bloom, crítico y teórico literario estadounidense dice que en Shakespeare los personajes se desarrollan más de lo que se despliegan, y se desarrollan porque se conciben de nuevo a sí mismos. A veces esto sucede porque se escuchan hablar, a sí mismos o mutuamente. Espiarse a sí mismos hablando es su camino real hacia la individuación, y ningún otro escritor, antes o después de Shakespeare, ha logrado tan bien el casi milagro de crear voces extremadamente diferentes aunque coherentes consigo mismas para sus ciento y pico personajes principales y varios cientos de personajes menores claramente distinguibles.
Si tomamos cualquier pieza de su vasta obra, hay adaptaciones de todo tipo. Y no sólo teatrales. En el campo cinematográfico por ejemplo: Macbeth, que está entre las que resultan más o menos accesibles, hay cintas dirigidas por Orson Welles (Macbeth, 1948), Akira Kurosawa (Trono de sangre, 1957) o Román Polanski (La tragedia de Macbeth, 1971), pero hay cientos de versiones más de otros títulos del amigo William que han sido elevados a títulos de clásicos y que se dejan ver en la pantallas, en libros. Y que necesitan de cierta dinámica para hacer cuerpo a Shakespeare y su poesía. Y que siempre se readaptan y seguirán apareciendo. Porque sus tragedias son apasionantes. Tienen un sabor a estrategia que es notable, una búsqueda genial del drama. Las comedias tienen su tono sarcástico y criticón de los defectos humanos. Desde lo teatral, las apariciones de los personajes, la letra, todo es un universo que provoca al espectador. Parece imprescindible retarse con un clásico de este autor. Shakespeare es un gran riesgo y un gran trabajo, siempre. Para los actores, para los directores y los espectadores. Pero parece valer la pena. Aparenta contener reglas de teatro dentro: la delicadeza, que la acción corresponda a la palabra y viceversa, y otras reglas que aparecen al leerlo o al verlo hecho carne. Quizás, tan solo quizás, Shakespeare no ha muerto; vive en cada uno de nosotros.
TIEMPO ARGENTINO