07 Jun Hallan una pieza clave del cáncer y cómo bloquearla
Por Nora Bär
Sin emigrar, combinando creatividad y perseverancia, Gabriel Rabinovich está logrando una infrecuente proeza en estas latitudes: no sólo está terminando de cercar una pieza clave del cáncer, sino también cerrando el ciclo que va desde la mesada del laboratorio a la cama del paciente.
La pieza clave del rompecabezas de procesos fisiológicos que desembocan en un tumor es una proteína, la Galectina-1 (o Gal-1).
Rabinovich y su grupo del Instituto de Biología Experimental del Conicet descubrieron que tiene un papel protagónico en el crecimiento de los tumores y la formación de metástasis. Por un lado, neutraliza la respuesta del organismo e impide el ataque del sistema inmune. Y, por el otro, promueve la formación de vasos sanguíneos (angiogénesis) que le aseguran al tumor un suministro abundante de oxígeno y nutrientes para seguir creciendo. Llegar a estas conclusiones demandó casi veinte años de investigaciones que dieron lugar a decenas de trabajos publicados en las mejores revistas.
Pero la buena noticia es que ese conocimiento íntimo del modus operandi de la Gal-1 dio lugar al desarrollo de un anticuerpo monoclonal que, por lo menos en un modelo animal, la bloquea: “Resultados preliminares en sarcoma de Kaposi, un cáncer de piel muy agresivo, muestran que esta herramienta mantiene a raya al tumor, suprime su crecimiento e inhibe el de los vasos sanguíneos en un 85% de los casos”, detalla Rabinovich, que en breve será incorporado a la Academia Nacional de Ciencias y es una de las personalidades de la ciencia distinguidas por el Premio Konex.
Es más, este avance fue motivo de una patente compartida entre el Conicet y el Instituto Dana Farber, de la Universidad de Harvard, y ya despertó el interés de varios laboratorios.
“En los últimos meses publicamos tres trabajos importantes -cuenta, entusiasmado, el científico- . Uno salió en la tapa del Journal of Experimental Medicine. Por un lado, finaliza el ciclo que comenzó en estudios de ciencia básica con una aplicación terapéutica. Y, por otro, contesta una pregunta que hasta ahora permanecía sin respuesta.”
En 2004, Rabinovich y colegas ya habían demostrado que los tumores secretaban Gal-1 en niveles hasta diez veces superiores a los de las células normales, y que la proteína les permite eludir al sistema inmune uniéndose a los azúcares de la superficie de las células que deberían atacarlo (los linfocitos T y las células dendríticas). “En ese momento -explica el científico-, planteamos que lo ideal era bloquear la producción de esta proteína. Pensamos en una estrategia, pero no se nos ocurría bien cómo hacerlo.”
Pero entonces repararon en un hecho singular: cuando los científicos mandaban a evaluar los cortes de tumores que estaban estudiando, los patólogos les hacían notar que había menos vasos sanguíneos que en el tejido sano. “Diego Croci llegó a trabajar conmigo desde Río Cuarto -recuerda- y me dijo que quería estudiar la angiogénesis. Así, nos propusimos investigar si Gal-1, además de bloquear las defensas, estaba involucrada en promover la formación de vasos sanguíneos.”
Se sabía que el tumor crece en un ambiente de hipoxia (falta de oxígeno). Lo que luego descubrió Croci es que uno de los genes cuya expresión crece más durante el avance del tumor es precisamente el de la Gal-1, y que ésta genera vasos sanguíneos en gran cantidad. Por ejemplo, en el sarcoma de Kaposi, el virus que lo causa, el Herpes 8, regula la transcripción del gen de Gal-1. Aumenta la síntesis de la proteína, y ésta a su vez aumenta la producción de vasos sanguíneos. “Es decir, que la Gal-1 no sólo hace que el tumor sea invisible para nuestro sistema inmune, sino que también genera vasos sanguíneos -explica Rabinovich-. Entonces nos dijimos: «Hagamos una herramienta terapéutica para bloquearla».”
Los científicos empezaron probando con inhibidores de carbohidratos (azúcares), pero no tuvieron mucho éxito, porque hay 15 galectinas diferentes y se encontraron con que bloqueaban funciones no deseadas. “Fue entonces cuando, en nuestra colaboración con el Dana Farber Institute, se nos ocurrió hacer un anticuerpo monoclonal”, dice Rabinovich. Estos estudios se confirmaron con otros dos trabajos de su equipo en cáncer de mama y próstata, firmados por Mariana Salatino, Diego Laderach, Tomás Dalotto, Lucas Gentilini y Daniel Compagno.
Para Silvio Gutkind, científico argentino que dirige el departamento de cáncer oral y faríngeo de los Institutos Nacionales de Salud de los Estados Unidos, estos anticuerpos abren la posibilidad de un avance terapéutico: por un lado inhibirían la angiogénesis y, por otro, aumentarían el número de linfocitos T antitumorales, que pueden eliminar diferentes tipos de células cancerosas.
Quienes deseen acceder a las publicaciones completas de los hallazgos pueden encontrarlas en www.ibyme.org.ar . El grupo, que hoy integran 27 investigadores, y entre ellos dos que regresaron recientemente de Francia, reciben financiación de la Agencia Nacional de Investigaciones Científicas y de la Fundación Sales.
LA NACION