Historias jóvenes de gente mayor

Historias jóvenes de gente mayor

Por Fernanda Sandez
Lo supimos por Sunset Boulevard : no hay peor lugar en el mundo para envejecer que Hollywood. La tierra de los sueños es también la patria de las pieles lisas, las frentes como frontones y las sonrisas a todo diente. Y, sin embargo, algo está pasando. No quizás en el centro de la escena -donde reina lo mismo de siempre, más alguno que otro vampiro o atlético lobisón-, sino en los márgenes, ahí donde la dictadura de la lozanía parece perder potencia. Ahí donde adolescentes y jóvenes no manejan la taquilla como si fuera una consola de juegos, es donde actores de canas llevar han comenzado a plantar bandera con películas como Amour , Rigoletto en apuros , dirigida por Dustin Hoffman, El exótico hotel Maringold , Gloria (cuya protagonista, se llevó el Oso de Plata en la Berlinale) o Una canción para Marion , protagonizada por Vanessa Redgrave y Terence Stamp, ambos en sus espléndidos setenta y tantos. Lo que nunca: películas con gente mayor -la corrección política ha hecho hoy de la palabra “viejo” un insulto- donde los varones no encarnan al clásico abuelo cascarrabias ni las mujeres, a la dulce viejecilla, sino a personas que se enamoran, sueñan, comienzan otra vez. Y se enferman, también, y pierden la cordura y la coordinación, y hasta puede que se mueran, como suele suceder a esas alturas de la vida.
¿Será que el cine -cierto cine, por lo menos- creyó que ya era hora de sincerar las cosas? Todo depende, en primera instancia, del grado de escepticismo del observador. Porque esta invasión gris, para muchos no pasa de un módico relumbrón platinado y lo más probable es que, en breve, deje paso a una nueva oleada de carne tersa. Pero, para otros, estas señales sutiles dan cuenta de un hecho prodigioso: la avanzada definitiva de la gente grande sobre la pantalla ídem, con todo lo que eso implica. Entre otras cosas, hablar de la soledad, de la locura, del abandono. Porque no son éstos los adorables viejitos nadadores de Cocoon (aquellos que rejuvenecían remojándose a escondidas en una suerte de laguna mágica), sino otros, a menudo más parecidos a esos seres inestables y lieros que podemos llegar a tener en nuestra familia. Los que nos prueban que el terror puede tener la forma de una llave de gas y el extravío, la cara de mamá. ¿Que no todos son así? ¿Que el mundo también está lleno de septuagenarias espléndidas que hacen Pilates y viajan solas? Desde luego. Pero no menos cierto es que hay una parte del envejecer que no es vital ni móvil.
“La tragedia de envejecer es que uno es joven”, dicen que dijo Wilde, en uno de sus clásicos refucilos de lucidez. Porque, ¿quién logra verse a sí mismo de la edad que realmente tiene?¿Quién, en definitiva, se anima a leer en voz alta lo que escribe el tiempo en su propio cuerpo? Siempre son los demás los que ven la verdad. Los que, de un día para el otro, comienzan a decirte “señora”, y ya no hay vuelta atrás. ¿Qué pasa entonces? Digamos que de todo, sólo que un “todo” del que a la gran industria del cine nunca le interesó demasiado hablar. Las fantasías, ¿recuerdan? El mundo de los sueños; de eso va Hollywood. Y la larguísima vida occidental y cibernética que supimos conseguir, honestamente, a veces tiene más de pesadilla que de cualquier otra cosa. De cuerpos sublevados, o “en corto”. De piernas y brazos que no hacen caso. De seres que hasta ayer nomás eran papá o el abuelo, y hoy son desconocidos usándoles el cuerpo, y recorriendo extrañados la casa donde siempre han vivido. Seis años atrás, un estudio de las Naciones Unidas daba la voz de alarma: el mundo entero estaba virando al gris. Tanto, que el Estudio Económico y Social 2007 se llamó “El desarrollo en un mundo que envejece”, y afirmaba cosas como éstas: “El envejecimiento tendrá un efecto profundo en la sociedad y deberá recibir cada vez más atención por parte de los encargados de la formulación de políticas en el siglo XXI. En el mundo desarrollado, y también en muchas partes del mundo en desarrollo, la proporción de personas mayores en la sociedad aumenta rápidamente”.
En los últimos cien años, la esperanza de vida a nivel mundial se duplicó. Y para 2050 sucederá lo inverosímil: por primera vez en la historia, la cantidad de personas de más de 60 años superará a la de los menores de 14. Serán dos mil millones de ancianos y ocho de cada diez de ellos vivirán en los países desarrollados, que ya están tomando medidas para lo que se viene. La baja natalidad, por un lado, y una mayor expectativa de vida, por el otro, han resultado en el presente estado de cosas: personas que tienen menos hijos que sus padres y que viven por muchos más años que todos sus antecesores. Así, dentro de cuatro décadas, habrá menos juguetes y más sillas de ruedas, menos chupetes y más trípodes. Pero, además, a medida que los niños sean menos y los adultos mayores más, la franja etaria intermedia (esa que deberá generar ingresos para sostener a las otras dos) adelgazará peligrosamente, por lo que en 2006 los ministros de finanzas de Europa se reunieron a analizar las medidas por tomar frente a la hecatombe. Porque, según las previsiones, no sólo el crecimiento potencial del bloque caerá a la mitad en 2050, sino que los gastos en salud y cuidado de los ancianos se disparará hasta poner en riesgo el sistema entero. Veamos: hoy hay cuatro adultos en edad laboral trabajando por cada retirado, pero dentro de cuarenta años sólo habrá dos.
¿Estará pensando el cine en esta clase de cosas al apuntar la cámara hacia el lado de la vejez y su cortejo? Para Axel Kutzchevasky (cinéfilo, crítico y productor de cine), puede que sí. “Detrás de cada tendencia de producción de cine -llámese nouvelle vague o neorrealismo italiano- hay un factor económico. Y hoy -salvo en Latinoamérica- los mercados de mayor consumo de cine tienen una natalidad decreciente y el promedio de edad de los espectadores en España, por caso, supera los 40 años. Entonces, lo que empieza a pasar es que los estudios y los productores comienzan a ver las cosas desde un ángulo demográfico. Manejar ese dato hace que los estudios y los productores se enfoquen en películas como El exótico hotel Maringold , una película absolutamente pensada para ese target , lo mismo que Antes de partir o Amour : el hecho de que vos tengas estrellas de más de 65 años en los cines tiene relación directa con la edad del público que va a ver esas películas”, explica. La especialista en cine Daniela Kozak agrega: “También hay grandes directores con mucha experiencia que atraviesan esa etapa de la vida y están en plena actividad. Además, hoy los conflictos de la gente de más de 60 no se limitan a la jubilación y los problemas de salud, sino que esa etapa está asociada a nuevos conflictos y situaciones, y es lógico que el cine, en tanto espejo del mundo, se ocupe de retratarlos. Al mismo tiempo, los adultos mayores forman parte de una generación que toda su vida vio las películas en el cine y todavía elige verlas en esa forma. Parece lógico que a este público le interese ver en el cine historias que le resulten cercanas”.
Pero, ¿cuán cercanas? Porque, eso está claro, no es lo mismo filmar una suerte de estudiantina de octogenarios como la que plantea El exótico hotel Maringold o la ternura de Rigoletto en apuros que esa interioridad desmantelada de Amour . Tampoco es lo mismo saber que dentro de 40 años habrá millones de ancianos que saberse -y sentirse- uno más de esa tribu. Como apunta la antropóloga Paula Sibilia, “en la era del culto al cuerpo y en plena espectacularización de la sociedad […] nuevos tabúes y pudores convirtieron a la vejez en un estado corporal vergonzoso. [Hay] estrategias de censura implícita en los medios de comunicación audiovisuales, que evitan mostrar o retocan los cuerpos viejos con técnicas alisadoras”.
¿Será realmente el cine -de nuevo: cierto cine- el encargado de desmontar ese dispositivo? Aún no lo sabemos. Quizá la inquietud que nos genera vernos en un otro endeble será lo que, tarde o temprano, acabe con esta “primavera otoñal”. Finitos, enfermos, enajenados: la clase de reflejo donde pocos se ven. Hollywood lo sabe, y quizá por eso deje a los directores de los que se dicen “independientes” la ardua tarea de decirnos la verdad. Que ya estamos grandes, y allá viene la Señora. Tan callando.
LA NACION